viernes, 3 de abril de 2009

La pobreza y las religiones (II)

Como lo prometido es deuda, continúo hoy con el tema de las carencias que debilitan el alma de las personas en situación de pobreza.

Resumo mi anterior columna señalando que las políticas públicas ignoran las necesidades espirituales de aquel sector social, y que los esfuerzos de las religiones y de las organizaciones no gubernamentales merecen el apoyo de todos, incluidos los gobiernos.

Basta con unir aquella suerte de exclusión espiritual que sufren los pobres, con los objetivos de integración y paz social, para sacar la doble conclusión de que el Estado debe promover y facilitar el acceso de los pobres a la religión. Y de que los ciudadanos no pobres deben comportarse solidariamente.

Cuando me refiero a la promoción de la religión, pienso tanto en la enseñanza en las escuelas y fuera de ellas, como en la prestación de los servicios de apoyo y auxilio que las distintas confesiones brindan.

Y doy por descontado que ese fomento debe ir acompañado de varias condiciones: Respeto a la objeción de conciencia; selección de todas las religiones reconocidas; y aceptación por estas de los valores superiores de la república (paz, libertad, democracia, separación de Estado e Iglesia).

En este sentido, me ha parecido que la reciente Ley 7546 de Educación de la Provincia avanza en la dirección adecuada, aun cuando peca de timorata a la hora de regular el derecho a la educación sexual.

En más de una ocasión, el Estado asoció a las Iglesias a sus planes de reparto de bienes materiales. Ha llegado la hora de que el Estado destine recursos para apoyar los esfuerzos que las distintas confesiones hacen en beneficio del desarrollo espiritual de quienes viven en un mundo sin horizonte.

Facilitar el asentamiento de misiones y de templos en los pueblos y barrios de Salta, ayudar al desplazamiento de sacerdotes y hermanas cuya vocación o ministerio los impulse a servir a los pobres, promover talleres parroquiales, son algunas de las medidas a cargo del Estado.

Medidas que, cómo no, deberían complementarse con un esfuerzo intelectual y personal de los religiosos por conectarse con el siglo, conocer a fondo las necesidades de las familias y comunidades en las que se insertan, y dominar las técnicas de asistencia y formación espiritual.

Así ha ocurrido en Salta desde que existimos como comunidad. No veo porque, salvo por un malentendido prurito de modernidad, no podamos recorrer el mismo camino de integración.

(Para FM Aries)

jueves, 2 de abril de 2009

La pobreza y las religiones (I)

Antes y durante la crisis global, la pobreza se abate implacable sobre muchos salteños. Lamentablemente, tras la crisis y salvo un drástico giro en materia económica y social, los porcentajes de pobreza e indigencia continuarán siendo elevados.

Frente a este panorama, los gobiernos (este y los de antes), declaman su preocupación por el fenómeno y, dejando de lado los matices, despliegan planes y programas orientados a paliar las necesidades materiales mas urgentes.

Cajas de alimentos, subsidios, colchones, chapas, zapatillas, kits escolares, plan pancitas, asistencia primaria a la salud, grifos comunitarios, pan dulce y sidra, son algunas de las prestaciones que los distintos gobernantes destinan a los pobres, cuidándose eso si, de atar las dádivas a las lealtades electorales.

Este asistencialismo materialista merece muchas críticas desde el lado de la dignidad, la integración y la ética democrática.

Pero debe ser criticado también por dejar de lado las necesidades espirituales de los pobres, marginados de los bienes culturales y muchas veces excluidos del acceso al mundo de los valores, las ideas y las ciencias.

Parto, ciertamente, de la convicción de que las fiestas y bailongos que organizan hasta la extenuación ciertos Intendentes Municipales no cumplen con aquella necesidad espiritual.

Tampoco lo hace la degradante programación de la televisión abierta. Ni la escuela pública, sumida en una grave decadencia.

Cuando la ola de inseguridad y el delito se expanden, algunos sectores de la clase media, abierta o solapadamente, dirigen su dedo acusador hacia los pobres a los que se exige no solo el sometimiento a la ley, sino el compartir valores o principios a los que ni siquiera han tenido acceso.

No es fácil pretender que quienes no han tenido contacto siquiera con las reglas culturales que nos convirtieron en sociedades humanas y civilizadas, respeten la vida humana, el derecho a la propiedad, la libertad sexual o la integridad física de su pareja.

Por eso pecan de egoísmo o de parcialidad aquellos sectores de la clase media laica que se oponen a la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Me refiero a, por ejemplo, quienes aceptaron (bien que con beneficio de inventario) el legado de la ilustración y que celebran el “Dios ha muerto” de Nietzsche, con la pretensión de universalizar ambas opciones ideológicas o vitales.

(Para FM Aries)

lunes, 30 de marzo de 2009

Amistad cívica, odio cívico

Los antiguos sabios griegos enseñaban que, para prosperar, las sociedades necesitan de leyes e instituciones justas, de gobernantes prudentes y de jueces honestos. Pero también de un factor que Aristóteles llama la amistad cívica.

Cualquiera que, conociendo estas ideas civilizatorias, observe la realidad cotidiana de la Argentina, advertirá las causas que frenan nuestra prosperidad.

En mi opinión, la Conferencia Episcopal acierta plenamente cuando advierte de los peligros de la confrontación política y de la fragmentación social, y nos exhorta a reencontrarnos con la amistad cívica o social.

En realidad, el odio cívico ha sido y es un antiguo personaje de la historia nacional y local.

No hay una única explicación para el vigor de este odio cívico en los últimos 50 años de nuestra historia. Pero me atrevería a señalar una: la vocación de ciertos actores políticos (intelectuales, líderes o activistas) por simplificar la realidad, anatematizar al adversario, y reemplazar las ideas por las consignas cuando no por las metralletas).

Peronismo/antiperonismo; Patria si, colonia no; Oligarquía o Pueblo; Laica o libre; zurdos o fachos; Liberación o dependencia, por citar algunas de las antinomias mas recientes y perniciosas.

En nuestro caso, los responsables de imponer esta visión maniquea de la sociedad son aquellos actores políticos. Yo mismo, y valga aquí la autocrítica, fui un entusiasta agente y sufrida victima del odio cívico. Lo fui, hasta 1976, cuando descubrí la democracia y asistí en España a su proceso de transición democrática.

Es cierto que aquel maniqueísmo que enfrenta a “nosotros los buenos” con “ellos los perversos”, es expresión de la ramplonería política que nos asfixia y nos condena al subdesarrollo.

Pero es bueno recordar también que tamaña simplificación es recomendada con entusiasmo por ciertos expertos en marketing político. Me refiero a teóricos estadounidenses con enorme influencia entre la alta dirigencia política argentina y salteña.

Cuando muchos candidatos o gobernantes se convencen de que el odio cívico hace ganar elecciones, pues se lanzan a ello con desmesura, lengua suelta y desprecio de la verdad.

Pese a todo, pienso que no hay razones de fondo para que nos odiemos. Y que la Iglesia, al exhortar a la amistad cívica, ha hecho un gran servicio al progreso y a la república.

(Para FM Aries)