sábado, 2 de julio de 2011

Gauchadas, clientelismo, abuso del poder

Ha quedado atrás un nuevo mes güemesiano, cargado de rutinas, de retórica y de ritos que se despliegan con el propósito de afirmar una identidad centrada en lo gaucho, en el poncho y en la chicha.

Han sucedido, sin embargo, algunas cosas diferentes: Una positiva, la aparición de un libro de difusión masiva que muestra un Güemes distinto al de los manuales escolares, humano, polémico, miembro de una familia de españoles ilustrados, precoz y seductor ("El otro Güemes", de Gregorio Caro Figueroa/Lucia Solis Tolosa).

Y una cosa negativa, la feroz pelea de gauchos engalanados y sin armas que, tras desconocerse, se trenzaron a empujones y piñas, haciendo rodar por los suelos la delicada vajilla que el ceremonial de Las Costas traslada al bello lugar donde falleciera nuestro General.

Allí, gauchos de porte europeo meridional y gauchos de estirpe calchaquí, pese a estar unidos por el uniforme y la devoción, se desafiaron e insultaron con alusiones de corte racista. Diga usted que el INADI no atraviesa su mejor momento, que de lo contrario estaría armando ya un expediente.

De entre las rutinas, destaca la costumbre asentada por don Juan Carlos I "El Magnífico" y seguida a pie juntillas por don Juan Manuel I "El Joven", de que el primer mandatario de turno se calce indumentaria gaucha y marche gallardo a Las Higuerillas con un séquito de amigos, funcionarios y favorecidos.

Hay quienes sostienen que así ataviados y rodeados, ambos gobernadores sueñan con ser considerados herederos directos del joven caudillo, santanderino en los papeles y salteñísimo por vocación y méritos.

Pero la gente distinguida y benemérita del ceremonial de Las Costas, que mantiene un estilo impuesto por los asesores de la primera dama que allí reinó, no puede con el genio, y la sobriedad que era propia de Güemes y de sus gauchos pobres, troca en mesas con manteles blancos, sillas vestidas, bocaditos selectos y buen vino, como corresponde a un ágape al que asiste el Gobernador vengan sus ancestros de La Pedrera o de San Agustín.

Los discursos, como sucede en todo acto patriótico escolar, son poco innovadores; aunque se advierte que los altos funcionarios se esfuerzan por mejorar la pronunciación y por dejar trascender que ellos están haciendo nada menos que aquello que hizo o soñó Güemes.

Otros, buceadores de identidades, recuerdan nuestra afección a la gauchada: Güemes era un gaucho que hacía gauchadas, pero de las buenas.

Porque, es bueno señalarlo, hay gauchadas que expresan solidaridad, fraternidad y buenas costumbres. Pero hay otras que son sinónimo de clientelismo, nepotismo, amiguismo y galantería con dinero público. ¿Es verdaderamente gaucho aquel que, por gauchada, enchufa en el Presupuesto a parientes, amigos, vecinos, enamoradas y enamorados?

martes, 28 de junio de 2011

Los trucos electorales resienten la representación

Cuando algunos apresurados celebraran el agotamiento de las protestas, los Indignados españoles han vuelto a la carga a través de una multitudinaria manifestación pacífica que llenaron de consignas y de alegría las calles de Madrid y de otras ciudades.

El movimiento, además de conservar el impulso inicial, refuerza su coherencia reivindicativa. Están cada vez más claros tanto los motivos de la protesta (que son sociales, económicos y políticos), como el rechazo a la violencia minoritaria.

Pero quiero centrarme hoy en una de las consignas coreadas el pasado 19 de junio. Y es aquella que anuncia que los manifestantes no se sienten representados por los diputados y senadores que integran las Cortes Españolas, pese a su evidente origen democrático.

Cuando centenares de miles de personas niegan representatividad nada menos que al Parlamento, revelan la existencia de graves problemas estructurales.

Adviértase este matiz: la crisis de representatividad no se constata en democracias pobres, imperfectas y débiles, sino en espacios nacionales, hasta hace poco, prósperos e institucionalmente bien articulados.

Las opiniones públicas de los países avanzados están descubriendo algo que los científicos sociales venían advirtiendo: Las democracias con economía de mercado excluyen del poder y del bienestar a un número creciente de personas.

El ejército de Indignados crece día a día: Personas que buscan un empleo decente y no lo encuentran; Personas con salarios insuficientes para cubrir las necesidades del bienestar; Personas que no pueden constituir familias; Personas que sufren la amenaza de ejecuciones hipotecarias; Personas cansadas de las minúsculas querellas políticas; Personas que sospechan que, cuando les llegue el turno, encontraran vacías las arcas de la seguridad social; Personas que se sienten expoliadas por los poderosos y por prácticas comerciales abusivas.

Pero, dentro del orden estrictamente político, hay un motivo relevante de indignación: el voto, por mor de las leyes electorales, ha dejado de ser un instrumento de participación eficaz.

Miles y miles de ciudadanos, desalentados, no votan; miles y miles de ciudadanos votan por partidos que no alcanzan escaños; miles y miles de ciudadanos votan por partidos que reúnen muchos votos y pocos escaños.

Cuando las nuevas tecnologías y las ideas avanzadas proclaman la inminencia de la democracia directa o de la tele-democracia, muchos países (España y la Argentina, entre otros), comprueban el carácter excluyente de las reglas electorales tradicionales.

Sume usted a todo ello el trasfuguismo político, que hace que su voto opositor se convierta en un voto oficialista por la fuerza seductora de los poderosos, y tendrá una foto anticipatoria de Salta.