jueves, 1 de mayo de 2014

Los Trabajadores (impotentes) ante la concentración de la riqueza


Las ideas dominantes en el movimiento obrero salteño y argentino, no responden a los nuevos problemas que desafían a los trabajadores activos, a desocupados, a jóvenes que ni estudian ni trabajan, a jubilados y pequeños cuentapropistas.

El 1° de Mayo de 1886, en Chicago, se inicia un largo ciclo durante el cual los trabajadores lograron mejoras paulatinas en sus condiciones de vida. La unidad obrera, la solidaridad internacional, la huelga y la articulación entre acción sindical y acción política, fueron las herramientas que, en la mayoría de los países, hicieron avanzar a la justicia social y a la democracia.

Cien años después comenzó, a escala planetaria, otro período caracterizado por la concentración de la riqueza y del poder en pocas manos. Un proceso que ha provocado que hoy el 10% más rico posea el 85% del total de la riqueza mundial; o que, por ejemplo, 10 personas acumulen patrimonios equivalentes a toda la economía de Francia (BAUMAN – 2014).

Fue a partir de los años 80 del pasado siglo, cuando los dueños del capital híper concentrado perfeccionaron los mecanismos para apropiarse de porcentajes crecientes de la riqueza creada, y desarrollaron ideas e instituciones para esterilizar la huelga o transformarla en arma meramente defensiva.

El nuevo diseño de la economía mundial ha puesto en profunda crisis al movimiento obrero internacional, a sus ideas tradicionales, y a sus estrategias recurrentes. Una crisis que, por extensión, cuestiona también ciertas bases de la democracia representativa y pone en entredicho las promesas de bienestar contenidas en las Constituciones de casi todas las naciones.

Los trabajadores argentinos

Por supuesto, los trabajadores argentinos, viven esta crisis y sufren las consecuencias de una acción sindical impotente frente a la inflación, las devaluaciones, el desempleo o el trabajo en negro.

La vieja alianza entre las organizaciones obreras y el peronismo político no produce los resultados de antaño. Los líderes sindicales -luego de haber resignado su autonomía- oscilan entre las rabietas y la sumisión; sus organizaciones malviven en un régimen que las condena a un papel subordinado.

Encastillados en la defensa de sus afiliados, los sindicatos se empeñan en huelgas que sólo pueden aspirar a mantener el poder de compra. Mientras, las condiciones de trabajo se deterioran ante la incapacidad de renovar los vetustos convenios colectivos de 1975. Y retrocede también la calidad de vida, a raíz de la decadencia de las prestaciones en materia de seguridad, vivienda, urbanismo, salud y educación.

Los sindicatos mayoritarios se muestran incapaces de reflexionar sobre el nuevo contexto y de renovar su acción reivindicativa. Los obedientes a los gobiernos, sólo esperan concesiones; los rebeldes, convocan huelgas que aíslan a los trabajadores de otros sectores que integran el bloque de los excluidos y perjudicados por la inflación y las grietas del Estado de Bienestar.

La burocratización lleva a casi todos los dirigentes a defender el monopolio sindical y a otorgar concesiones a cambio de mantener ventajas personales. Mientras, soportan los embates de movimientos emergentes conducidos por la izquierda clasista.

En Salta la situación es, ciertamente, peor: Las tasas de empleo permanecen bajas; el trabajo en negro y de mala calidad figura al tope de los indicadores nacionales. Los sindicatos locales están anclados en el sucursalismo y son meras delegaciones de las cúpulas porteñas; muchos de sus líderes pujan por un lugar en el Presupuesto Provincial.

Actúan en una Salta rica que es, además, una Salta excluyente que reproduce a escala el proceso mundial de híper concentración del capital. Los trabajadores soportan las peores consecuencias de la inseguridad, de la expansión de las drogas, de la mala calidad de los servicios de educación y salud, y la degradación urbana patente en los asentamientos.

¿Es posible salir de esta encerrona?

Los trabajadores salteños necesitan luchar contra la “favelización” de las ciudades, y en favor del ambiente, del acceso a la justicia del trabajo y a los demás derechos fundamentales. Y pensar en dimensión estratégica: ¿En términos de empleo e integración, cuál es el mejor futuro para nuestra producción agropecuaria y minera? ¿Qué política de hidrocarburos es más favorable a los trabajadores y a las nuevas generaciones? ¿Cómo eliminamos el sesgo monárquico de nuestras instituciones?  

En el espacio nacional, los trabajadores deberían pensar en reconstruir sus alianzas sociales y políticas. Necesitan reforzar su autonomía y liberarse del seguidismo a los gobiernos; también nuevas definiciones para actuar como representantes de todos los trabajadores. Necesitan repensar la huelga (para no dañar a usuarios y consumidores), y renovar los CCT petrificados desde 1975. Y sobre todo, a mi modo de ver: Necesitan forzar la apertura de un proceso de concertación tripartita que garantice la estabilidad monetaria y de precios, que mejore el empleo y consagre el derecho a la información, y que contemple una nueva agenda (inseguridad, urbanismo, ambiente).