domingo, 12 de marzo de 2017

El peronismo y sus herederos (versión completa)


Asistimos a un largo, oscuro y absurdo debate, iniciado hace más de 40 años, y que aún permanece abierto alrededor de esta pregunta: ¿Quién hereda a Juan Domingo Perón y su capital político?

Es bueno recordar que este debate fue abierto por Mario Eduardo Firmenich (comandante en jefe de “Montoneros”) quién, tras una de sus últimas visitas a Puerta de Hierro en Madrid, trazó estrategias militares para suceder a Perón, y soñó con “apropiarse” del pueblo peronista[1].

Había existido antes –a mediados de los años de 1960- un intento de suceder en vida al mítico General, protagonizado, entonces, por el líder sindical metalúrgico Augusto Timoteo Vandor bajo el rótulo de neoperonismo[2].

Consciente de su finitud y de las apetencias que despertaba su legado, Perón sentenció: “Mi único heredero es el pueblo”.  Y procuró dejar ideas que orientaran a sus millones de herederos, en sendos documentos caído en el olvido cuando no manipulados: “Actualización Política y Doctrinaria para la Toma del Poder[3] (1971), y “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional[4] (1974).

El panorama después del terror

Llegada la fatídica hora, el General falleció sin que ninguna de las organizaciones armadas (para-estatales, estatales y mixtas) que se disputaban la herencia a fuerza de balas, explosivos y vejaciones lograra su propósito.

El peronismo estalló en pedazos, dando lugar a una nueva disputa legitimista: Cada fracción reclamaba y reclama para sí la pureza doctrinaria, y negaba y niega furiosamente el pan y la sal a las demás corrientes. La determinación de cual sea el “verdadero peronismo” -pasado o por llegar- es un intríngulis que sigue apasionando a ciertas personalidades del envejecido mundo peronista.

Por supuesto, las luchas por el control del aparato del Movimiento y de las instituciones del Estado fueron (y siguen siendo) un factor de unidad que posterga querellas intestinas. El peronismo lleva inscripto en sus genes poderosas tendencias unificadoras que se manifiestan cuando una de las fracciones ejerce el poder y cancela disidencias, y también cuando se trata de actuar en la oposición buscando reconquistarlo.

En los últimos 30 años estas unificaciones “oportunistas” se dieron alrededor de dos experiencias de gobierno ciertamente antagónicas desde el punto de vista programático:

Durante la Presidencia de Carlos Menem, el peronismo intentó reformas de mercado, ensayó sumarse al proceso de globalización, y propició un cierre del conflicto terrorista de los años 70.

El turno iniciado en 2002 por Duhalde y coronado por el matrimonio Kirchner representó un giro de 180 grados, que se llevó a cabo sin abjurar (abiertamente al menos) del rótulo peronista, siendo fácil encontrar lazos entre el kirchnerismo peronista y el peronismo histórico.

En esta suerte de comedia de enredos el movimiento fundado por Perón fue abandonando su ideario esencial, hasta quedar convertido en una cáscara vacía capaz de conservar mayorías electorales que daban entrada a experimentos programáticos alejados de aquellas “esencias” contenidas, por ejemplo, en el documento sobre la “Comunidad Organizada”, en la Constitución de 1949, o en las “20 Verdades[5].

Muertos el líder y la generación fundacional que le acompañó, el peronismo que les sucedió fue incapaz de remozar su ideario y de construir una propuesta programática que, conectando con aquellas “esencias”, diera respuestas sólidas y eficaces a los nuevos problemas mundiales, nacionales y locales[6].

Muchos de los integrantes del “horizonte directivo” cayeron en los personalismos, se rindieron ante los materialismos, sucumbieron al escepticismo, y se empobrecieron intelectualmente al circunscribir sus reflexiones al respetable legado de Jauretche, Hernández Arregui, o John William Cooke[7], por poner hitos significativos del amplio espectro ideológico que albergó el peronismo.

Esta deserción de la intelectualidad peronista y su incapacidad de recrear el ideario de forma de colocarlo en condiciones de hacer realidad las tres banderas en el espacio de la moderna democracia constitucional, permitieron que aquella cáscara –intencional y convenientemente vaciada- cayera en manos de una poderosa coalición de intereses sectoriales.

Fue esta coalición silenciosa y solapada la que se adueñó de las siglas, de las ceremonias y de la liturgia peronista tradicional, poniéndolas al servicio de sus ideas egoístas, sectarias y excluyentes.

Los dueños del peronismo

A mi modo de ver, aquella coalición está encabezada por los más lúcidos propietarios de las grandes y medianas industrias radicadas alrededor del puerto de Buenos Aires, y que sólo pueden subsistir en un mercado cautivo, en donde –en virtud de reglas fijadas por el Estado- les está permitido enriquecerse a costa del interés general y de los intereses de consumidores y usuarios.

Los capitanes de estas industrias tuvieron el acierto de celebrar dos pactos no escritos: Uno, con la mayoría de los dirigentes sindicales que perduran en el poder merced a las ventajas institucionales que se derivan del inconstitucional monopolio que destrozó la libertad sindical. El otro, con un sector de los intelectuales peronistas a quienes albergaron en tiempos de la última dictadura militar y que actúan hoy en sintonía con el lema “Sin industria no hay Nación”.

Este industrialismo prebendario contemporáneo deformó y manipuló las ideas del primer peronismo[8] que, condicionado por la posguerra, prohijó la sustitución de importaciones y diseñó medidas coyunturales para defender la incipiente industria nacional, sin omitir actuaciones que apoyaron la expansión exportadora de estas industrias. Pero, después de más de 70 años, de protecciones, ayudas y diseños unitarios los capitanes de la industria han sido incapaces de dar nacimiento a empresas y sectores en condiciones de competir con el mundo, de innovar, de invertir y de crear buenos y suficientes empleos.

Estos nuevos dueños del peronismo promovieron o toleraron, hacia comienzos del presente siglo, los nuevos pactos que el kirchnerismo celebró con nuevos protagonistas: los líderes de los sectores de la logística y de la banca.

Es bueno señalar aquí, desde Salta, que este diseño unitario sirvió y sirve para asfixiar a las economías regionales cerrándoles toda posibilidad de desarrollo. Impuestos, tipos de cambio, convenios colectivos salariales, inflación, inversión en infraestructura, reglas de comercio exterior o, lo que es lo mismo, todas las herramientas de política económica con las que cuenta el Estado argentino han sido puestas al servicio de tan exitosa coalición que segrega al interior secularmente empobrecido y a sus habitantes.

Cabe añadir que en esta misma dirección actuó y actúa el nacionalismo estatista y unitario que defienden amplios sectores del peronismo. Sus posiciones, a lo largo de la historia argentina de los últimos setenta años, respecto de la propiedad de los hidrocarburos es un buen ejemplo de una compacta serie de posiciones contrarias al federalismo y, por tanto, a los intereses generales de las provincias en donde radican este y otros recursos naturales.   

En un segundo círculo actúan los así llamados barones del cono-urbano bonaerense en condiciones de controlar el aparato electoral peronista y, en la generalidad de los casos, decidir la suerte de casi todos los argentinos.

Hay un tercer anillo y es el conformado por los Gobernadores de extracción peronista (por llamarlos de alguna manera, pese a que figuran en este selecto espacio personas que no soportarían ningún test que tenga en cuenta sus trayectorias en relación con las tan mentadas “esencias”) que, al menos en las provincias del norte argentino han devenido auténticos señores feudales que usan y manipulan la “herencia peronista” en beneficio personal y en función de sus ambiciones electorales.

Conviene señalar que, hacia el año 2001, esta coalición sumó el apoyo de sectores del radicalismo bonaerense, de la diplomacia y de la iglesia católica[9], en su triunfante empeño por derrocar al Presidente Fernando de la Rúa.

Para completar este panorama, ciertamente muy personal, tendría que añadir al arrinconado peronismo histórico en sus versiones organicista, republicana y euro-peronista. Se trata, empero y lamentablemente, de expresiones sin fuerza suficiente para liderar un imaginario proceso de regeneración y remozamiento del viejo peronismo.

Más allá de los debates históricos, los pasos y contrapasos de esta ingeniosa alianza deberían preocuparnos; en primer lugar, por su capacidad para condicionar y enfrentar al actual gobierno de la Nación y, en segundo lugar, por los daños que sus éxitos acarrean a los productores y trabajadores salteños y del norte argentino.      



 (Este artículo fue publicado en "El Tribuno" de Salta, "INFOBAE" y "Contexto").







[1] Sobre este punto, GRABOIS, Roberto, “Memorias de Roberto ‘Pajarito’ Grabois”, Editorial CORREGIDOR, Buenos Aires – 2014, páginas 436 y siguientes.
[2] Es muy probable que la querella así abierta estuviera en la raíz de su vil asesinato en 1969.
[3] En este documento Perón, embarcado en su enfrentamiento contra la dictadura militar, tras repasar las ideas generales acerca del peronismo, su historia y su doctrina, avanza en una estrategia que no descartaba la lucha armada y otras formas de violencia. De una u otra forma, este documento contiene elementos que contribuyeron a desencadenar la tragedia setentista.
[4] Aquí, Perón exterioriza giros importantes respecto del documento anterior: Advierte y asume los cambios ocurridos en el mundo, se esfuerza por actualizar sus ideas, anima a los argentinos (no sólo a los peronistas) a abrir la mente y, sobre todo, se desmarca de la violencia.
[5] Cualquier intento de extraer de estos documentos los elementos esenciales y, por tanto, con pretensiones de vigencia actual, exigiría revisar contenidos y excluir algunos postulados por anacrónicos o contrarios a la lógica republicana y democrática. Incluso el propio Perón alteró una de las “20 Verdades” para proclamar que “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”, dejando atrás el apotegma sectario “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
[6] El último intento de reconstrucción intelectual fue, a mi modo de ver, el protagonizado por los peronistas agrupados en la Organización Única para el Trasvasamiento Generacional, cuyos aportes están recogidos en la Revista Hechos e Ideas – Segunda Época (años de 1970).
[7] Autores esto que frecuenté en mi juventud y a los que sigo valorando por su trayectoria y sus aportes al pensamiento político argentino, pero sin desconocer los nuevos aportes de pensadores como Norberto BOBBIO, Z. BAUMAN, Luigi FERRAJOLI, Edgar MORIN, S. TODOROV, Slavoj ZIZEK, que han hecho significativos avances en el terreno de la teoría social. Me resulta sencillamente absurdo pensar que el pensamiento político, económico y social se detuvo en la Argentina de 1945/1955.
[8] Véase BELINI, Claudio “La industria peronista”, Editorial EDHASA, Buenos Aires – 2009. Este autor señala que “contrariamente a lo que se piensa, la política industrial peronista (se refiere al “primer peronismo”) no puede definirse como autarquizante”.
[9] Habría que analizar con más detalle el papel cumplido por la “Mesa del Diálogo Argentino” y sus acciones colaterales.