sábado, 19 de febrero de 2011

Fiebre reeleccionista

Sufrimos la moda reeleccionista. Concejales, gobernadores, presidentes, diputados, senadores, Intendentes, líderes sindicales, dirigentes vecinales, religiosos o deportivos, secretarios de organizaciones no gubernamentales, jueces: Todos quieren ser reelegidos, permanecer en los cargos, eternizarse si ello es posible, aburrir a la ciudanía con sus caras y discursos.

Todo vale para satisfacer esta sed de inmortalidad. Si hay que retorcer la ley, pues adelante. Si hace falta reformar la Constitución: para eso están los incondicionales. Si hay que pagar costos políticos y duplicar el dinero de las campañas electorales, se pagan.

Los argumentos usados son casi siempre los mismos: “La patria me demanda este sacrificio”. “¿Si desisto de la reelección ¿quién seguirá mi obra?”.Necesito completar mi programa, pues no me gusta dejar las cosas a la mitad”.

La perrada clama por la continuidad del cargo que atiende sus necesidades vulgares. Y canta a coro: “Es el único capaz de gobernar, de dirigir, de mandar”. “No puede privar a la ciudad ni al mundo de su liderazgo”. “Está tocado por el óleo de Samuel”. “¿Qué será de nosotros sin él?”.La periodicidad de los cargos públicos es un invento neoliberal”. Y tonterías por el estilo.

Los expertos en marketing son los encargados de edulcorar los argumentos, de acomodar las fotos, de maquillar las historias y de convencer al soberano que, como se sabe, tiene poco tiempo para desenredar la maraña y descubrir el engaño.

La ola reeleccionista incluye, como no, los sueños dinásticos. Si alguna cláusula incómoda y absurda pretende poner fin al mandato del Mesías o del Sultán, siempre hay a mano una esposa, un sobrino, un hijo o una nietecita en condiciones de tomar el relevo comprometiéndose a continuar la Obra. Mientras en el orden nacional hay, por ejemplo, sindicatos dirigidos por nietos e hijos de antiguos secretarios generales, y cunde la costumbre de entronizar matrimonios, en Salta los mandamases siempre tienen preparada una opción nepotista que prefiero no poner con nombre y apellidos.

Por eso me parece ejemplar la actitud del señor Rector de la Universidad Católica de Salta, doctor Alfredo PUIG, que nada más terminar su mandato anunció su retiro. Y no se diga, para devaluar el gesto, que así lo imponían los reglamentos. Si hubo quién en Salta hizo hacer una Constitución a su medid, para completar su Obra (incluida la autopista que une Las Costas con Cerrillos, pasando por La Ciénega), imagínese si no habría podido el señor Rector maniobrar para su reelección.

La renuncia del doctor PUIG es, desde mi personal punto de vista, un gesto saludable que debería mover a la reflexión de la ciudadanía. Y un punto de partida para que comencemos a rechazar enérgicamente el engaño de los hombres providenciales.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Globalización de la empanada salteña

En las conversaciones que suelo mantener con mi amigo Topeto DIAZ surge el tema del potencial exportador de las empanadas que se elaboran siguiendo antiguas ortodoxias. Como es lógico, coincidimos en rechazar fórmulas que desfiguraban a nuestro tradicional producto hasta asemejarlo a aquellas adulteraciones que, usurpando nombre tan ilustre, fatigan el estómago de los sufridos porteños.

Inventos como las empanadas de choclo, espinaca, cebolla, de hongos con jerez e incluso de remolacha son un atentado al buen gusto que solo cosecha adeptos entre personas dadas a la frivolidad y que nunca tuvieron, o han perdido, la capacidad de disfrutar de los sabores bien combinados. Son los que diluyen el vino, añaden pimienta al pescado y aceitunas al charquisillo, hacen locro con granos de maíz enlatado, y anchi con vitina. Es sabido que Topeto se enzarzó en un conflicto que estuvo a punto de dilucidarse en el campo de honor en defensa de la integridad de la cocina regional salteña.

En aquellas charlas soñamos con la posibilidad de que sus excelentes empanadas ganen mercados en el mundo y de que Topeto se convierta en una suerte de Mac Donald de las empanadas. Es probable que más allá del entusiasmo verbal la hipótesis nos pareciera, en la intimidad de nuestras conciencias, lejana cuando no disparatada.

Sin embargo acaba de ocurrir algo que debería movernos a la reflexión.

Una firma con sede en Buenos Aires, que fabrica en serie empanadas que imitan a las salteñas y cuya propaganda alude a la nobleza del repulgue, acaba de anunciar la apertura de sucursales en China e India a donde espera exportar miles de millones de empanadas ultra congeladas. La empresa, que fabrica empanadas con 25 sabores diferentes, las vende también en varios países de América y está lista para lanzarse a la conquista gastronómica de la Unión Europea. Para tener una idea de las dimensiones de este negocio, diré que una sola de sus plantas fabrica 5 millones de empanadas por mes.

Por supuesto, los salteños seguimos prefiriendo las empanadas de La Merced, de La Yutita o aquellas que fabrican centenares de artesanas que trabajan con cofia y enfundadas en impecables delantales blancos.

Sin embargo pienso que deberíamos reflexionar: Formulándonos una pregunta: ¿A qué se debe que ningún empresario local viera el negocio y lograra globalizar a nuestro producto gastronómico estrella? Y cuestionando dos mitos de la cultura política localista: El primero es aquel que apela al consabido argumento de nuestra distancia de los grandes mercados para explicar la debilidad exportadora salteña. El segundo mito es el que, desdeñando la fabricación de alimentos, reserva el calificativo de industria para la metalurgia y lo entiende sinónimo de soberanía y bienestar.