viernes, 5 de marzo de 2010

Minucho Arias Esquiú

Dedicaré el segundo de los homenajes póstumos anunciados a Marcelino Arias Esquiú una personalidad singular que vivió, tan intensa como discretamente, varias décadas de política salteña.

El recuerdo emocionado de Marcelino, mi amigo, es especialmente oportuno en tiempos en donde la política y los políticos están sumidos en un hondo desprestigio.

Años de desaciertos, de siembra inclemente de odios y sospechas, de enriquecimientos y nepotismo, de sectarismos y listas negras, de lealtades sucesivas y oportunismo, están a la raíz de un descrédito que pesa sobre casi todos quienes de una u otra forma frecuentamos el mundo de la política.

Vivimos, ciertamente, un clima descalificador que es urgente revertir pues ninguna sociedad, menos las que aspiran a vivir en democracia, progresa sin contar con líderes políticos honestos y cualificados y con una ciudadanía que exhiba un alto grado de cultura cívica.

Es en este contexto donde sobresale la figura de Marcelino Arias Esquiú, un político que nunca medró con la política, que actúo sin ambiciones personales, que siempre construyó sin jamás ofender, que supo mirar al pasado para evitar errores pero no para buscar revanchas.

Aportó a las corrientes del peronismo que le fueron afines su sólida formación -política y ética- adquirida en las fuentes del humanismo cristiano.

Gran conversador, hombre de consensos y reconciliaciones, hizo de la amistad un valor por encima incluso de las querellas políticas. Respetado por las grandes figuras de la democracia cristiana (el senador José Antonio Allende, entre otros), jamás usó estos vínculos en provecho personal.

Compartí con él los intensos años setenta y la experiencia del Partido Tres Banderas ya en los años ochenta. Una convivencia ilusionada que me permitió conocer, en Marcelino Arias Esquiú, con sus modos elegantes y pausados, un verdadero ejemplo de hombre político, que ojalá pudiera inspirar a las nuevas generaciones.

Muchas gracias.

(Para FM Aries)

lunes, 1 de marzo de 2010

Sandro, luz y fuego sesentista

Al iniciar este nuevo ciclo en “Compartiendo su mañana”, quiero agradecer a FM ARIES y a sus oyentes esta oportunidad de comunicar -en un ambiente de libertad y tolerancia- ideas, recuerdos o simples apreciaciones personales.

Dedicaré las primeras columnas a rendir homenaje a personalidades recientemente fallecidas, y otras a asuntos de índole municipal.

Comenzaré, entonces, refiriéndome a Sandro, que tanta influencia ejerció, más allá del ámbito de la música popular, en la cultura galante y amatoria de los años sesenta y setenta.

Es cierto que, en Salta y por aquel tiempo, muchos lo consideraban un “cabecita negra” que proclamaba un erotismo desconocido por las masas y repudiado por los tradicionalistas.

Pero para el grupo de salteñas y salteños iconoclastas y ansiosos al que pertenecí, Sandro fue un ídolo que nos fascinó por irreverente y un maestro que nos mostró caminos inexplorados en el arte de la seducción.

Permítanme recordar que, por ese entonces, aquel grupo frecuentaba la espléndida confitería del Hotel Victoria Plaza, testigo mudo de animadas tertulias en donde la pasión política alternaba con los intercambios literarios y con los debates sobre filosofía.

En nuestra audaz decisión de reconstruir al hombre y al mundo navegábamos guiados por Sartre o Camus, devorábamos a Proust y descubríamos a Antonioni.

Pues en ese ambiente y por extraño que parezca, Sandro era también un punto de referencia.

Y los mismos que pasábamos horas hablando de “El hombre sin atributos” de Mussil o buscando desentrañar el mensaje de Bergman, polemizábamos acerca de las claves de “Trigal”, aquella ambigua canción que Sandro expresó con sugerente malicia.

Descubrimos que “Trigal” podía entenderse en clave bucólica, casi pastoril, pero que encerraba, para quién supiera acceder a él, un contenido que incurría en el pecado de lujuria. Sandro fue, entonces para muchos, luz y fuego.

Luego vinieron el éxito masivo, el delirio de las señoras mayores que, en su homenaje y sin pudor se desprendían de sus ropas interiores, el dolor, la muerte y la eternidad.

(Para FM Aries)