jueves, 7 de octubre de 2010

Educando sexualmente a los salteños

En una columna anterior me manifesté partidario de que el Estado promueva la enseñanza de las religiones, definiendo un marco pluralista, respetuoso de los valores republicanos y del derecho a la objeción de conciencia. Añadía que esta enseñanza no necesariamente debiera impartirse en las escuelas.

El actual debate acerca de la enseñanza sexual me permite completar, de alguna manera, aquellas ideas personales sobre el modo de encarar la transmisión de conocimientos y valores a los niños y jóvenes que asisten a las aulas salteñas. Dejo para otra oportunidad el análisis de la educación sexual que deben recibir quienes, por razon de edad, abandonaron ya las aulas; no sin antes advertir que en este segmento social es dable advertir carencias notorias.

Comienzo marcando una doble discrepancia: La primera, con la pretensión de subordinar la enseñanza sexual a las creencias que profesan las altas autoridades del Ministerio de Educación. La segunda, con quienes proponen abordarla como un asunto exclusivo de la anatomía y la fisiología animal.

No parece razonable que un Estado aconfesional ordene impartir nociones sobre sexualidad enmarcándolas en el dogma religioso según el cual la sexualidad humana existe sólo para reproducir las estirpes; aun cuando esta visión pueda, lógicamente, ser difundida por quienes la profesen. Resulta igualmente rechazable la idea de que entre nuestra sexualidad y la del resto de los animales existe sólo un leve matiz y que, por consiguiente, su enseñanza debe obviar asuntos como el amor, el erotismo, la galantería, la seducción, la responsabilidad, el pudor en sus versiones mas diversas, el papel de los sentidos, el respeto, el compromiso y el misterio que, bajo diferentes modalidades, singularizan la dimensión sexual del ser humano.

Centrar la educación sexual en la abstinencia (como proponen algunas religiones) o exclusivamente en las prácticas anticonceptivas (idea de libertinos rudimentarios y prostibularios), o definir programas sin atender cuidadosamente a la edad y demás condiciones sociales de los alumnos, conduce a empobrecerlos tanto como a promover comportamientos deshumanizantes.

Una educación sexual que merezca el nombre de tal será aquella que contribuya a formar damas y caballeros en condiciones de vivir su sexualidad en sintonía con la felicidad y el humanismo.

El debate público debería comenzar por reconocer que los salteños tenemos, en este asunto, varios problemas: embarazos precoces, abortos sin reglas, violencia, higiene, machismo, ignorancia, procreación irresponsable, y casos de promiscuidad asociados a la marginalidad y la miseria. Sin olvidar las singularidades que se derivan de la "influencia del clima en la pasión amorosa" (STENDHAL), tanto como del mestizaje (especialmente a partir de su componente clachaquí).

Hace falta entonces definir un verdadero Programa de Educación Sexual ajustado a nuestra realidad, y siguiendo los consejos de expertos laicos y no laicos y, si acaso, consultando a pensadores como Octavio Paz ("La llama doble") y Mario Vargas Llosa que han reflexionado sobre esta cuestión tradicionalmente enojosa. Allí debería, por ejemplo, analizarse la pertinencia de promover, a partir de una determinada edad, la lectura de la mejor literatura romántica y erótica. Convendría dejar en claro que en este asunto han de hablar quienes saben, y colocar en un segundo plano a los aficionados y quienes han renunciando al sexo.

Tengo la impresión de que el inicio precoz en las prácticas sexuales, guiado por la televisión e incluso la pornografía de fácil acceso a través de internet, está haciendo daño a muchos de nuestros jóvenes que transitan por la espantosa senda del sexo banal.

martes, 5 de octubre de 2010

Don José Fernández Molina

Mis buenas amigas, hijas del homenajeado, han tenido la deferencia de convocarme a recordar la figura de don José Fernández Molina, hombre de bien, catedrático de la lengua, exquisito y laureado poeta, promotor de bibliotecas populares, estupendo caballero, hombre de la radio, que fuera relevante guía de las familias salteñas que, al mediodía, se citaban para escucharle en su célebre columna “Perdone que lo interrumpa”.

Si el reconocimiento del poeta es amplio, como lo muestra su presencia en las antologías más exigentes, y permanece aún en medio de las dificultades con las que tropiezan los autores salteños para publicar y difundir su obra, la producción de don José Fernández Molina como columnista radial está confinada en la memoria, frágil y fragmentaria, de quienes tuvimos la oportunidad de seguirle a través de las ondas salteñas.

Con aquella su columna “Perdone que lo interrumpa”, don José Fernández Molina enriqueció el éter por casi treinta años. Lo hizo con su lenguaje de un purismo vallisoletano, aportando ideas y reflexiones acerca de lo divino y de lo humano; de la vida y la muerte; de las buenas costumbres; de los valores a conservar; de los vicios a eludir; de la cultura del esfuerzo y de la ética de la solidaridad. en un ejercicio perseverante, de calidad invariable, que me atrevería a emparentar con las columnas periodísticas de los académicos españoles Julián Marías y Fernando Lázaro Carreter.

Gozaba don José Fernández Molina de una envidiable voz, clara y resonante, hecho que acentuaba su fuerza comunicativa ante los micrófonos y en las aulas. Si bien en mis tiempos del colegio nacional de salta (estoy hablando de finales de los años 50) los profesores asistían muy bien vestidos, don José Fernández molina sobresalía por su pulcritud que no desmentía su condición de poeta, en tiempos donde poesía e informalidad solían ir de la mano.

Destacaba también por su sentido de la disciplina que hacia respetar sin asomo de autoritarismos, tanto como por su convicción de que las sociedades, la escuela entre ellas, generan jerarquías que es preciso respetar ajustándolas a los valores republicanos, desmintiendo así, sin estridencias, la hoy difundida creencia de que cualquier escalafón es una rémora de pasados dictatoriales.

Dos cosas llamaban mi atención de joven alumno de castellano y fiel oyente de “Perdone que lo interrumpa”.

En primer lugar, su preferencia por el trato de usted, respetuoso y cálido a la vez, acorde con los cánones del idioma y de los buenos modales. Una elección que convertía en excepcional el elegante tuteo y en extravagante el casi vulgar voseo. Seguramente mi admirado profesor se hubiera llevado las manos a la cabeza al advertir la difusión guaranga del voseo, o al constatar formas idiomáticas que han hecho escuela en el trato cotidiano como esa de llamar abuela a cualquier persona mayor, o papito a cualquier viandante.

La segunda de aquellas singularidades se refiere a su dimensión como profesor. Don José Fernández Molina pertenecía a esa especie de docentes que entienden su profesión no como un mero trámite unidireccional, sino como un diálogo constructivo que pretende enseñar a estudiar y a razonar, y que no descuida la enseñanza del saber estar como materia que debe conjugarse con las ciencias y las artes tradicionales. Integraba, digo, las disminuidas huestes de docentes que se esfuerzan por lograr que sus alumnos aprendan y saquen provecho de cada lección.

Añadiré que, habiendo nacido santiagueño y siendo profundamente salteño por elección, fue por encima de todo un ciudadano del mundo, curioso, conocedor de las antiguas y modernas corrientes del pensamiento y atento a las innovaciones literarias que nacían y circulaban más allá del Valle de Lerma.

Aquella ciudadanía de vocación universal, una condición con la que me siento identificado, era en don José Fernández Molina expresión de su curiosidad, de su apertura mental, de su distancia de los tradicionalismos rudimentarios, de los patriotismos mezquinos.

Su oficio de poeta le llevó a expresar su deseo de vivir en casas con “ventanas generosas”. Lo que para el común de los mortales serían ventanas grandes, el las definía como ventanas generosas. Era un deseo acorde con su vocación de ver y vivir la vida sin anteojeras, de contemplar la realidad con pretensión abarcativa, de superar estrechos localismos sin desdeñar lo local.

Cuando hace unos días un amigo me recordó esto de las ventanas generosas, me resultó inevitable unir esta metáfora de la vida terrenal, con la metáfora bíblica de la puerta estrecha que expresa las dificultades para entrar en el edén.

Desde siempre admiré su formación alberdiana, origen del mejor liberalismo republicano y progresista. Con el paso de los años, he llegado a estimar sobremanera su pertenencia al partido de los moderados. Puede que en los lejanos años sesenta, años de radicalismos, de rupturas generacionales y de turbulencias demoledoras, marcados por el mayo francés, me sorprendiera aquel su talente reposado y casi distante que hoy comprendo, como uno más de los que llegamos rezagados a aquel partido que hoy me ilusiona.

Es justo y oportuno que las autoridades hayan dispuesto rendir en este tiempo un homenaje permanente a don José Fernández Molina, colocando este busto en lugar destacado. Justo por los merecimientos del homenajeado. Oportuno por que evoca a una figura serena, que practicaba el diálogo y la tolerancia, que cultivaba el lenguaje como vehículo que comunica y enriquece a las naciones, que creía en el valor de la buena educación sin dogmas; una figura modesta más allá de su brillo intelectual, alguien que siendo importante, no presumía de ello.
Una figura que no necesitó exhibir credenciales ni buscar afanosamente el poder para obtener el respeto ciudadano.

Me sumo con entusiasmo y convicción a este homenaje que, siendo patrocinado por los poderes públicos, es compartido por los miles que fuimos sus alumnos y sus oyentes.

lunes, 4 de octubre de 2010

Lenguaje y gastronomía en Salta

Hay, si se me permite simplificar, dos modos de percibir los cambios en los usos y costumbres. Uno exige el paso de los años (en el sentido de que para advertirlos es preciso conocer lo anterior y lo nuevo). El otro, es la observación sociológica.

Permítanme referirme hoy a dos terrenos en donde, a mi modo de ver, los cambios se suceden vertiginosamente.

El primero tiene que ver con el lenguaje cotidiano. El habla de los salteños, aun manteniendo algunas de sus características esenciales, cambia a diario. Unas veces para enriquecer la comunicación humana, otras empobreciendo el lenguaje.

La globalización de los medios de comunicación erosiona todos los lenguajes coloquiales y tiende a abrir espacios homogéneos. Así, de repente, giros y palabras venidas de otras latitudes desembarcan y hacen época en Salta para congoja de los tradicionalistas y puristas que tienden a ignorar las distancias que siempre separaron a nuestro castellano del que se habla, por ejemplo, en Valladolid.

Palabras rigurosas como espléndido, magnífico, excelente, han sido reemplazadas por el exasperante “de dié”. Los superlativos que trabajosamente enseñan los profesores de lengua van quedando en el olvido, desde que basta anteponer la partícula “re” para enfatizar sentimientos (“te re-adoro”, “me re-copa”, “me re-indigna”). Las antiguas frases, cargadas de poesía insinuante, usadas para acordar citas amorosas, dejan paso a giros escuetos y ambiguos: “a ver cuándo nos vemo” o “cuándo tomamo un café” o "vamo a chapá".

Nuestra incapacidad para resumir ideas ha popularizado la frase “todo un tema”, que se usa precisamente para cerrar o postergar indefinidamente el tratamiento de ese tema. A su vez, nuestro poder de síntesis apela a la frase “se pudrió todo” para graficar derrotas y fracasos.

El segundo de los espacios donde se producen cambios cotidianos es en el de la gastronomía.
El escueto repertorio de nuestras abuelas, centrado en el maíz y en el dulce de leche, está siendo reemplazado por sofisticadas creaciones de una joven y pujante generación de chefs que invaden todo tipo de restaurantes y de eventos.

Y no me refiero aquí a las herejías como aquella de añadir remolacha al locro o de proponer empanadas de acelga, sino a nuevos productos que a veces importan recetas y otras innovan introduciendo materiales autóctonos como la coca, la quínoa, la chía o los Yacones.

Incluso los tradicionales cócteles con vino en damajuana, sanguchitos de miga, salchichas, milanesa, mortadela y queso criollo, han sido arrumbados en beneficio de dátiles con queso de cabra, aceitunas rellenas con salmón, arrolladitos de quesillo con ciruelas. En fin, nos queda al menos la posibilidad de alternar lo nuevo con nostálgicas escapadas al mejor pasado gastronómico.

(FM Aries)