viernes, 29 de julio de 2011

El Intendente de Salta acierta con la basura urbana

Los Intendentes son funcionarios muy importantes para la convivencia urbana. Aunque no siempre lo parezca así, en tanto suelen ser opacados por el poder que acumulan los gobernadores provinciales.

En el caso de Salta, el Intendente de la ciudad capital funciona, en los hechos, como una suerte de número dos en el escalafón político local. Y si bien, la historia reciente muestra que ambos conviven sin rivalidades, hay quienes auguran futuras tensiones sucesorias entre Las Costas y la Casa de Moldes.

En cualquier caso, el señor Intendente de la ciudad de Salta ha cosechado un éxito notable con la puesta en marcha del nuevo régimen de recolección de la basura urbana.

Los escépticos de siempre dirán que el experimento terminará fracasando; los opositores de café sostendrán que la solución es parcial y llega tarde; ciertos usuarios, como yo mismo, le reprocharán la vergüenza de las oficinas de España y Balcarce, o la morosidad de su servicio de tala de árboles peligrosos.

Pero lo cierto es que nuestro Alcalde ha sentado las bases para resolver un asunto que amenazaba la convivencia, el medioambiente, la salud y la seguridad de los salteños.

Aunque desconozco si las medidas puestas en marcha alcanzan, como sería imprescindible, a los vertederos, he visto los nuevos camiones naranja recorriendo las calles de la zona norte de la ciudad.

Y he visto también la respuesta de los vecinos que mayoritariamente, siguiendo la sugerencia municipal, separan en casa los residuos y colocan la basura inorgánica en las respectivas bolsas de color naranja.

O sea, la actuación convergente de las autoridades municipales y de los vecinos ha
comenzado a resolver un añejo problema, agravado por el fenomenal crecimiento de la ciudad y de la cantidad de residuos que producen sus habitantes.

No queda sino felicitar al señor Miguel Isa por la capacidad de gestión demostrada y por su decisión de encarar el asunto poniendo en marcha un programa que colocará a Salta a la altura de los tiempos, al menos en esta materia.

Su éxito es más importante si se tiene en cuenta que la incapacidad de gestión es, precisamente, una de las características de quienes ocupan cargos políticos en nuestra Provincia. Incluso de aquellos a quién la peor sabiduría ciudadana exculpa de latrocinios diciendo “roba, pero hace”.

Hay indicios abundantes que muestran que el señor Intendente aprendió a gestionar, conformó un equipo competente, y que se mueve dentro de un estilo que contrasta con el sultanístico que reina en Las Costas desde hace casi 20 años.

Lástima que persista en su decisión de fundir el cargo que ocupa con su apellido, mediante ese eslogan subdesarrollado y antirrepublicano que habla de la “Intendencia Isa”.

martes, 26 de julio de 2011

Terrorismo en Noruega, Terrorismo en la Argentina

La humanidad se ha visto nuevamente sacudida por el terrorismo. Esta vez la práctica atroz ha dejado casi un centenar de víctimas en Noruega. En la Argentina, la noticia fue rápidamente sepultada por otros acontecimientos y fue recibida por autoridades y políticos con un extraño silencio.

Es probable que estos actores de la vida política nacional y local, hayan pensado que la distancia geográfica y cultural que nos separa de Noruega, un país ejemplar desde varios puntos de vista, les relevaba de la obligación moral y cívica de pronunciarse sobre el hecho aberrante.

Sin embargo, expresar la más categórica de las condenas contra este y todos los terrorismos es una exigencia de la conciencia humanista que no sabe de fronteras. Las cien muertes en Noruega hieren intensa y gravemente a los derechos humanos a la vida, a la paz y a la convivencia y, por consiguiente, deben ser repudiados sin matices ni reservas mentales.

Los argentinos, que arrastramos la vergüenza histórica del “por algo será” (aquella frase con la que miles y miles consintieron los crímenes cometidos en los años setenta por mentes y manos asesinas que pretendieron legitimarse apelando a la razón de estado o a la revolución que habría de alumbrar nada menos que “un hombre nuevo”), deberíamos ser más cuidadosos en materia de terrorismo.

Sobre todo teniendo en cuenta la tragedia que para nosotros representó la violencia asesina que emponzoñó la vida política de aquellos años, y cuyas consecuencias aún no hemos sido capaces de cerrar honrada, inteligente y definitivamente en coherencia con los cánones éticos que son propios de la sociedad cosmopolita fundada en los derechos humanos.

Todavía son muchos los argentinos que creen que una violencia justificó la otra violencia; que los fusilamientos de junio de 1956 justifican el fusilamiento de Aramburu en 1970; que el asesinato de presos indefensos hizo buena la réplica asesina sobre militares; que el asesinato de hijos de militares legitimó el robo de hijos de los terroristas del bando enemigo; que la voladura de unidades policiales autorizó la voladura de cadáveres odiados.

Pero es precisamente esta infame pretensión de revestir al asesinato, y a otros crímenes, de una justificación idealista, llámese ésta razón de estado o revolución, apélese a dogmas de derecha o de izquierda, lo que hace más vil si cabe a los crímenes políticos.

Quizá sea este empecinamiento en dividir a los asesinos y a los asesinados en buenos y malos, en elevar a los altares a unos y sepultar en las cárceles a otros, lo que explique ciertos silencios.

Puede que la decisión de perseguir los crímenes terroristas cometidos por uno de los bandos setentistas y, simultáneamente, amnistiar los del otro bando, impida a algunos de los que hoy gobiernan emitir una condena categórica como la que merece el hecho terrorista de Noruega. Idéntico reproche merece, desde luego, el silencio de cierta derecha argentina cegada quizá por la filiación del bárbaro noruego.