domingo, 15 de septiembre de 2013

El inmenso error de las "patrias" excluyentes

En los años de 1970 el terrible desafío del mesianismo armado forzó la fragmentación de la Argentina. La ambigua consigna de la “patria socialista” enarbolada por el partido montonero, fue respondida por una más precisa pero no menos totalitaria proclama de la “patria peronista”. Esta lucha atrapó a muchísimos jóvenes de mi generación y, desde luego, a mí.

En ninguna de ambas versiones había lugar para disidentes, indiferentes o críticos. Las aspiraciones en pugna soñaban con imponer una sociedad uniforme, unitaria y vertical. Para unos, esta verticalidad conducía a Perón, para otros, a Mario Firmenich.

Esta forma extrema de encarar la política marcó -a fuego y hasta hoy- a la sociedad de los argentinos: persiste en no pocos activistas maduros, y alcanza a muchos jóvenes que no habían nacido en aquellos años de espanto.

Si se omite el recurso a las armas y al terror, las dos versiones setentistas abrevan en consolidadas tradiciones argentinas que ven en la política una suerte de guerra de posiciones irreductibles. La experiencia de la primera década peronista (1945/1955) brinda antecedentes y argumentos a quienes hoy preconizan la “patria kirchnerista”.

Si en aquel tiempo se trataba de peronizarlo todo (sindicatos y patronales, ejército y marina, jueces y legisladores, medios de comunicación y propaganda, universidades y cultura, pasado y presente, centros vecinales y colegios profesionales, leyes y sentencias, deportes y espectáculos, educación y acción social), los actuales protagonistas que se dicen herederos del peronismo se proponen idéntico propósito.

En realidad, más que proponérselo, los nuevos cruzados despliegan una incesante actividad para imponer esta nueva versión totalitaria en donde Perón y Evita cumplen un discreto y simbólico papel. Esa matriz, innegablemente peronista, con el concurso de todos los que propalaban la necesidad de una “patria socialista” y de algunos que le oponían el destino de una “patria peronista”, tiene nuevos héroes (Él y Ella) y casi los mismos villanos (la oligarquía, el imperialismo, los liberales unitarios que, como se sabe, son “salvajes e inmundos”).

Las inconsecuencias y contradicciones de los impulsores de la forzada y forzosa kirchnerización de la Argentina integran también aquellas tradiciones nacionales. Los seguidores del movimiento que -en los años de 1950 y de 1970- verticalizó las instituciones, estatizó la economía y controló las organizaciones sociales no pueden ahora reprochar, por ejemplo, la designación del nuevo Jefe del Ejército, el contrato con la Chevron, las confiscaciones, la manipulación de los sindicatos y de las patronales, la muerte del federalismo o la pretensión de sembrar el Poder Judicial de Jueces adictos.

En Salta los acontecimientos contemporáneos reclaman una lectura más matizada; sobre todo si se toma en consideración el peso que en el panorama local tienen la impostura y el culto a la personalidad. Aquí, por debajo de las enfáticas proclamas peronistas, gobiernan los de siempre, en beneficio de los de siempre y de los ricos fabricados por Decreto. Pero, los salteños que conocen, entre otras, las experiencias de Joaquín Castellanos (1919/1921) o de Carlos Xamena (1951/1952), saben de la fugacidad y de los riesgos que amenazan a los gobiernos federalistas o volcados a la justicia social.

El mejor futuro se construye con libertad y pluralismo         

El peronismo no kirchnerista (liderado por un joven de formación neoliberal) se apresta a dar una batalla decisiva para cancelar la fantástica década inaugurada por Eduardo Duhalde y elevada al paroxismo por sus sucesores en la Casa Rosada.

Su triunfo abrirá nuevas expectativas y promoverá algunas de las rectificaciones que demandan las mayorías y las minorías ciudadanas que no logran influir decisivamente en el curso de la nación argentina.

Pero, a poco andar, esta cuarta versión del peronismo (HOROWITZ, A. 2011) dejará patente sus limitaciones para recaer en sectarismos y exclusiones. En este sentido, el esfuerzo autocrítico y renovador hecho por Juan Domingo Perón en 1973 y sintetizado en su brillante mensaje a la Asamblea Legislativa del 1° de Mayo de 1974, no dio los frutos esperados y duerme en las bibliotecas y en la memoria de los pocos ortodoxos que resisten el paso de los años.

Es prácticamente imposible construir los Programas y las estructuras políticas y sociales que precisa la Argentina en su lucha por alcanzar una sociedad libre y de iguales, sin abjurar de la idea de una “patria” excluyente, sin remplazar el movimiento unificador por un sistema de partidos, o sin reconocer los derechos de todas las minorías.

La única patria en condiciones de dar cabida a todos los argentinos es la patria de la Constitución democrática, cosmopolita y republicana.

Es esta patria pluralista el marco imprescindible para la convivencia, para el progreso respetuoso del ambiente y de las futuras generaciones, para la cohesión social y territorial, para la explosión de todos los talentos en condiciones de gobernar, de crear, de emprender, de pensar.