viernes, 6 de agosto de 2010

Dos jueces honorables y salteños

Vivimos tiempos en donde los ciudadanos descreen de sus instituciones de gobierno. La ineficacia, la corrupción, el desorden y un mundo político que gira cada vez más alejado de los valores republicanos, son algunas de las causas de este desaliento.

Las instituciones judiciales padecen también esta crisis de confianza pública. Unas veces por su lentitud exasperante. Otras por la extendida sospecha de que no siempre actúan con la necesaria independencia, libertad y apego a la ley. En este sentido, quienes detentan el poder político en los ejecutivos y en las legislaturas tienen una enorme cuota de responsabilidad dada su preferencia por contar con jueces amigos, dóciles o temerosos.

Es esta la razón por la cual los distintos gobiernos se esmeran por controlar al poder judicial. Por reservarse mayorías automáticas en los cuerpos encargados de la selección y remoción de jueces y magistrados. Por crear sutiles redes de presión sobre jurisdicciones consideradas estratégicas por aquellos gobernantes que no desean estar sometidos al escrutinio de jueces independientes. En resumen, por gobernantes que aspiran a vivir por encima de la ley.

Pero la independencia de los jueces no depende sólo de las cláusulas constitucionales que la garanticen ni de la existencia de Presidentes y Gobernadores consecuentes con los principios democráticos. Depende también de los valores morales, de las convicciones republicanas, de la formación profesional, de cada uno de los jueces.

Jueces honrados, valientes y expertos contribuyen a enaltecer la democracia, cuando esta funciona, y a desalentar las tentaciones autocráticas. En los atroces tiempos de las dictaduras, estos magistrados están llamados a preservar derechos fundamentales y a resguardar espacios de legalidad.

Salta fue cuna de esta clase de jueces que acreditaron honradez, valentía y sapiencia por encima de los avatares políticos. Virgilio Mariano TEDIN (en el siglo XIX) y Carlos S. FAYT (en los siglos XX y XXI), ejemplifican esta estirpe. La misma a la que pertenecen dos ilustres comprovincianos recientemente fallecidos. Me refiero a los doctores Ernesto SAMAN y Roberto FRIAS.

Tuve el honor de conocer a ambos cuando, a mediados de los años sesenta, honraban a la judicatura salteña desde sus investiduras. En aquel entonces, fueron ambos jueces de primera instancia en lo civil. Mientras que el doctor Ernesto SAMAN sobresalió por su actuación dentro la órbita de los asuntos civiles, comerciales y de familia, el doctor Roberto FRIAS, adquirió especial relevancia por su intervención en defensa de los derechos fundamentales en tiempos de la dictadura de Onganía.

Ambos hicieron luego importantes carrearas dentro del Poder Judicial provincial y federal. Vaya desde esta columna mi personal y modesto homenaje a sus memorias.

(Para FM ARIES)

miércoles, 4 de agosto de 2010

Las vías para el consenso

Por invitación de la Escuela de Posgrado Ciudad Argentina (EPOCA) coordiné en Buenos Aires el Primer Seminario donde se debaten las políticas propuestas en el Documento ("Consenso para el Desarrollo). En el acto de hoy participaron Francisco de Narvaez, Gabriela Micheti, Roberto Dromi, Andrés Delich, Diana Mondino, Ignacio de Mendiguren, Daniel Montamat, y Aleandra Scafati.

Reproduzco aquí el texto de mi breve intervención.

Señoras y señores

Para cumplir la tarea asignada por EPOCA, abrir este panel de diálogo, pondré a consideración de todos ustedes unas muy breves reflexiones acerca del consenso político y de las vías para alcanzarlo.

Parto de la convicción de que nuestra Argentina necesita dejar atrás un largo ciclo de confrontación e inaugurar una etapa de diálogos y acuerdos que nos permitan encarar y resolver los asuntos prioritarios que, a mi modo de ver, son:

a) la pobreza y la exclusión;
b) la consolidación del estado derecho, democrático y federal;
c) sentar las bases de un nuevo modelo de producción y bienestar competitivo y ambientalmente sustentable; y
d) ordenar nuestras relaciones con el mundo.

Tamaño desafío, como se ha dicho muchas veces, desborda a cada una de las fuerzas, corrientes o partidos hoy presentes en nuestro escenario político.

Ninguna de estas estructuras, actuando aisladamente, con o sin pretensión hegemónica, está en condiciones de resolver aquellos problemas; algunos de larga data, otros de reciente aparición en nuestra agenda pública.

Advierto que por encima de posturas excluyentes y de frases orientadas a descalificar a quién piensa distinto, en la argentina se verifica una fuerte demanda social de tolerancia y de consensos.

En estas casi tres décadas de democracia, varios han sido los intentos, protagonizados por las grandes corrientes de opinión, de acordar políticas. Casi todos, desafortunadamente, se han saldado con fracasos o se han reconvertido en maniobras para desarticular al opositor y consolidar modelos hegemónicos.

Muchas veces nuestros líderes políticos invocan los españoles “Pactos de la Moncloa” como un remedio a los males argentinos, como una herramienta capaz de enterrar enfrentamientos y de alumbrar una democracia mas plena, una economía mas poderosa y un estado de bienestar mas inclusivo.

Quienes conocen la historia de España saben que esos Pactos fueron la respuesta de una clase política que emergía tras la dictadura franquista (pero también del sector mas relevante del franquismo) al doble desafío de la transición democrática y de la crisis económica.

Los españoles, y me refiero en este caso no ya a los dirigentes sino a la mayoría ciudadana, querían cerrar el tremendo capítulo de la guerra civil, ingresar en Europa y construir una democracia pluralista. Sabían, dirigentes y dirigidos, que la empresa estaba plagada de dificultades. Pero lo consiguieron, pese a que hoy se levanten en España voces críticas al modo y a ciertos contenidos de aquellos Pactos.

¿Estamos nosotros los argentinos en condiciones de transitar un camino parecido?

La notoria destrucción de nuestro tradicional sistema de partidos, el peso determinante que tienen los gobiernos a la hora de definir calendarios y resultados electorales, el centralismo que asfixia a las provincias y a los municipios, la tentación de ordenar y mandar pensando que la simple mayoría es razón suficiente para excluir a las minorías, son algunos de los escollos a superar.

Pienso que, pese a todo, las vías del consenso, que son muchas y diversas, siguen estando abiertas.

Bien pudiera ocurrir que en la Argentina de hoy el consenso político comience a construirse en ámbitos diferentes a los que sugieren los manuales. Bien pudiera suceder que dialogar y acordar nos resulte más fácil en ámbitos no estrictamente partidarios o partidistas. En este sentido, las reuniones académicas, los encuentros como este, los clubes políticos, se me antojan ámbitos propicios.

Al fin y al cabo el documento “Consenso para el Desarrollo”, producto de la actividad de EPOCA, muestra un camino de lo posible.

Recuérdese sino, al Club Siglo XXI de España, o también a las renombradas “lentejas de Mona”, la distinguida dama madrileña que recibía a los principales líderes políticos y sindicales en el más relajado recinto hogareño para hablar, y pensar los temas vitales de su transición y de su futuro.

Volviendo a nuestra realidad, diría que se trata de dejar de lado aquella feroz frase de Mao Tse Tung, que hizo furor en la Argentina de los años 70: “Al amigo, todo. Al enemigo, ni justicia”.

Necesitamos constructores de consenso. Facilitadores del diálogo. Los hay en conciliar posiciones vecinas. Pero carecemos de esos potentes hacedores capaces de tender puente entre las orillas opuestas.

Puesto a buscar un punto de partida, se me ocurre uno de entre varios: dejemos de mirarnos como enemigos irreconciliables. Respetémonos en público y en privado. Reconozcamos el derecho de todos a una justicia independiente. Revisemos nuestras convicciones democráticas para expurgarlas de tentaciones autoritarias o sectarias.

A lo mejor, para el Bicentenario de 2016, o tal vez mucho antes, lo logremos.

Muchas gracias.

lunes, 2 de agosto de 2010

Un salteño en Tarija

Por estos días, mi renacida vocación viajera me condujo a Tarija, la bella ciudad vecina que en otros tiempos, según autorizadas opiniones, compartió demarcación con Salta. En cualquier caso, los vínculos actuales entre salteños y tarijeños parecieran ser menos intensos que en el pasado.

En este sentido, destaco que los recaudos migratorios y aduaneros, así como la red de transportes, no contribuyen a fomentar ni el comercio ni el turismo. El paso por la frontera suele ser lento y farragoso. Carecemos de vuelos y de líneas de autobuses que unan de modo directo a ambas ciudades.

El turismo se me ocurre un recurso aún poco explotado por Tarija. Si bien la ciudad dispone de todas las comodidades y cuenta con muchos atractivos, el desarrollo turístico está lejos del que alcanzó Salta en estas últimas décadas. Vale decir, hay en Tarija un enorme potencial turístico que pronto podría generar una importante corriente entre ambas ciudades.

Añadiré que, en los tiempos de la revolución de mayo y de las luchas por la independencia salteños y tarijeños compartieron ilusiones y sufrimientos. Más tarde, Tarija fue tierra de exilio donde los perseguidos salteños, uno de mis antepasados entre ellos, encontraron acogida y paz.

Una mirada superficial reconoce similitudes urbanísticas entre ambas ciudades. Con la particularidad de que Tarija, a diferencia de Salta, conserva su casco histórico adornado de hermosas plazas y glorietas y con mayoría de casas bajas. A su vez, mientras que las iglesias salteñas son más monumentales, el teatro de Tarija sobrepasa a nuestro cine-teatro.

El mercado de Tarija se parece a nuestro mercado San Miguel, al menos en lo que hace a su patio de comidas y a sus puestos de alimentos, cuyo equipamiento suele alarmar a los turistas que, en ambas ciudades en falta heladeras, góndolas y exhibidores de esos que abundan en los modernos supermercados.

La fe religiosa de los tarijeños no tiene nada que envidiar a la de los salteños. A juzgar, al menos, por el empeño con el que un joven subrepticiamente recogía con una tapita de gaseosa, agua bendita de una pila de la iglesia franciscana para, según explicó, llevarla a un oficio de difuntos.

Si las mediciones económicas se hicieran en las carreteras, nadie dudaría en marcar el débil pulso de Tarija, en donde sobresale la actividad vitivinícola y su producto estrella el SINGANI. Ni en advertir la fenomenal y contrastante pujanza del transporte y de las actividades agrícolas en el norte de Salta. Sin embargo, mientras que en todo el trayecto del lado boliviano es muy difícil encontrar casas precarias, estas abundan del lado salteño. Dicho en otros términos: Quién venga por vía terrestre de Tarija y recale en Orán, se sorprenderá de la enorme energía que se advierte en las carreteras y a la vera de los caminos de nuestro norte.

(Para FM Aries)