miércoles, 4 de agosto de 2010

Las vías para el consenso

Por invitación de la Escuela de Posgrado Ciudad Argentina (EPOCA) coordiné en Buenos Aires el Primer Seminario donde se debaten las políticas propuestas en el Documento ("Consenso para el Desarrollo). En el acto de hoy participaron Francisco de Narvaez, Gabriela Micheti, Roberto Dromi, Andrés Delich, Diana Mondino, Ignacio de Mendiguren, Daniel Montamat, y Aleandra Scafati.

Reproduzco aquí el texto de mi breve intervención.

Señoras y señores

Para cumplir la tarea asignada por EPOCA, abrir este panel de diálogo, pondré a consideración de todos ustedes unas muy breves reflexiones acerca del consenso político y de las vías para alcanzarlo.

Parto de la convicción de que nuestra Argentina necesita dejar atrás un largo ciclo de confrontación e inaugurar una etapa de diálogos y acuerdos que nos permitan encarar y resolver los asuntos prioritarios que, a mi modo de ver, son:

a) la pobreza y la exclusión;
b) la consolidación del estado derecho, democrático y federal;
c) sentar las bases de un nuevo modelo de producción y bienestar competitivo y ambientalmente sustentable; y
d) ordenar nuestras relaciones con el mundo.

Tamaño desafío, como se ha dicho muchas veces, desborda a cada una de las fuerzas, corrientes o partidos hoy presentes en nuestro escenario político.

Ninguna de estas estructuras, actuando aisladamente, con o sin pretensión hegemónica, está en condiciones de resolver aquellos problemas; algunos de larga data, otros de reciente aparición en nuestra agenda pública.

Advierto que por encima de posturas excluyentes y de frases orientadas a descalificar a quién piensa distinto, en la argentina se verifica una fuerte demanda social de tolerancia y de consensos.

En estas casi tres décadas de democracia, varios han sido los intentos, protagonizados por las grandes corrientes de opinión, de acordar políticas. Casi todos, desafortunadamente, se han saldado con fracasos o se han reconvertido en maniobras para desarticular al opositor y consolidar modelos hegemónicos.

Muchas veces nuestros líderes políticos invocan los españoles “Pactos de la Moncloa” como un remedio a los males argentinos, como una herramienta capaz de enterrar enfrentamientos y de alumbrar una democracia mas plena, una economía mas poderosa y un estado de bienestar mas inclusivo.

Quienes conocen la historia de España saben que esos Pactos fueron la respuesta de una clase política que emergía tras la dictadura franquista (pero también del sector mas relevante del franquismo) al doble desafío de la transición democrática y de la crisis económica.

Los españoles, y me refiero en este caso no ya a los dirigentes sino a la mayoría ciudadana, querían cerrar el tremendo capítulo de la guerra civil, ingresar en Europa y construir una democracia pluralista. Sabían, dirigentes y dirigidos, que la empresa estaba plagada de dificultades. Pero lo consiguieron, pese a que hoy se levanten en España voces críticas al modo y a ciertos contenidos de aquellos Pactos.

¿Estamos nosotros los argentinos en condiciones de transitar un camino parecido?

La notoria destrucción de nuestro tradicional sistema de partidos, el peso determinante que tienen los gobiernos a la hora de definir calendarios y resultados electorales, el centralismo que asfixia a las provincias y a los municipios, la tentación de ordenar y mandar pensando que la simple mayoría es razón suficiente para excluir a las minorías, son algunos de los escollos a superar.

Pienso que, pese a todo, las vías del consenso, que son muchas y diversas, siguen estando abiertas.

Bien pudiera ocurrir que en la Argentina de hoy el consenso político comience a construirse en ámbitos diferentes a los que sugieren los manuales. Bien pudiera suceder que dialogar y acordar nos resulte más fácil en ámbitos no estrictamente partidarios o partidistas. En este sentido, las reuniones académicas, los encuentros como este, los clubes políticos, se me antojan ámbitos propicios.

Al fin y al cabo el documento “Consenso para el Desarrollo”, producto de la actividad de EPOCA, muestra un camino de lo posible.

Recuérdese sino, al Club Siglo XXI de España, o también a las renombradas “lentejas de Mona”, la distinguida dama madrileña que recibía a los principales líderes políticos y sindicales en el más relajado recinto hogareño para hablar, y pensar los temas vitales de su transición y de su futuro.

Volviendo a nuestra realidad, diría que se trata de dejar de lado aquella feroz frase de Mao Tse Tung, que hizo furor en la Argentina de los años 70: “Al amigo, todo. Al enemigo, ni justicia”.

Necesitamos constructores de consenso. Facilitadores del diálogo. Los hay en conciliar posiciones vecinas. Pero carecemos de esos potentes hacedores capaces de tender puente entre las orillas opuestas.

Puesto a buscar un punto de partida, se me ocurre uno de entre varios: dejemos de mirarnos como enemigos irreconciliables. Respetémonos en público y en privado. Reconozcamos el derecho de todos a una justicia independiente. Revisemos nuestras convicciones democráticas para expurgarlas de tentaciones autoritarias o sectarias.

A lo mejor, para el Bicentenario de 2016, o tal vez mucho antes, lo logremos.

Muchas gracias.

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