miércoles, 27 de abril de 2011

El perverso régimen que provoca híper mayorías

Me he referido en una columna anterior a las reglas políticas inadecuadas que conducen a excesivas concentraciones de poder. Si bien es cierto que, en la teoría, una democracia no deja de ser tal cuando un candidato reúne el 99% de los votos, mayorías tan extremas hablan de la existencia de problemas de diseño o de situaciones de excepción frente a las cuales los ciudadanos reaccionan constituyendo gobiernos híper poderosos.

Siendo que, afortunadamente, Salta no enfrenta un estado de emergencia, la irrupción de una mayoría a la búlgara debe atribuirse a las reglas que han entronizado al dinero como factor determinante de la vida política, y que han destruido a nuestro sistema de partidos políticos.

¿Qué debemos hacer para evitar los desbordes mayoritarios? Sobre todo, teniendo en cuenta que la historia de Salta y de la Argentina registra antecedentes donde las mayorías búlgaras atropellaron a las minorías.

Mayoría y minorías podremos convivir si todos mostramos comportamientos cívicos. Si, como cabe suponer, quienes votaron al señor Urtubey le marcan límites y están atentos a evitar abusos. Si, como cabe suponer, el propio señor Gobernador se auto limita y desiste de sueños imperiales. Si, como cabe suponer, la prensa libre continúa cumpliendo su papel. Si, como cabe suponer, la oposición se reconfigura y se pone a la tarea de construir una alternativa democrática.

Hubiera sido muy saludable que el señor Urtubey, en el frenesí triunfal, se hubiera comprometido a no optar por un nuevo mandato y a no reformar la Constitución para legalizar la elección perpetua y promover formas dinásticas.

No lo hizo y prefirió jugar con la ambigüedad. Para preocupar más a los demócratas salteños (que, estoy convencido, somos mayoría), el señor Gobernador avanza sobre el control de otros poderes, y parece decidido a reincidir en su idea movimientista y a potenciar la influencia del dinero en la política para convertir a ambos en pilares de su aventura nacional.

Ahora más que nunca, hace falta recordar que ninguna mayoría (del 58, del 60 ni del 90%) legitima avanzar sobre los derechos de las minorías. Que ninguna mayoría puede desembocar en un poder absoluto. Que ningún líder de esa mayoría puede perpetuarse en el poder, ni utilizarla para designar herederos en las altas magistraturas.

Los salteños deberíamos encontrar los caminos para imponer una reforma política que de vigor a nuestra alicaída democracia.

Una reforma que, por ejemplo, imponga el financiamiento transparente y público de las campañas electorales; que controle el gasto en publicidad oficial; que preserve la identidad de los partidos políticos; que garantice la proporcionalidad entre votos y representantes; que conceda los órganos de control a las minorías; y que refuerce la independencia de intendentes y jueces.

lunes, 25 de abril de 2011

Mi pasaporte en 1976 y en 2011

Los jóvenes de hoy difícilmente imaginen los alcances del cambio que significa la excelente decisión del Gobierno de la Nación que permite tramitar el Pasaporte y el DNI en los centros comerciales.

Es cierto que algunas de las ventajas se perciben rápidamente; mejores horarios, mayor accesibilidad y, de ser ciertos los anuncios oficiales, celeridad en el trámite. Los más susceptibles agradecerán también que las ventanillas donde se tramita el Pasaporte, hayan perdido su condición policial y que no haga falta que un suboficial nos pinte los dedos, una ceremonia asociada inevitablemente al mundo del delito.

Como he podido comprobar personalmente, ahora todo es más sencillo, amable y normal. Las nuevas tecnologías lo han simplificado todo, aun cuando haya que lamentar, por ejemplo, el daño causado a los antiguos fotógrafos ya que ahora la foto, realizada con todas las garantías del caso, integra el trámite.

Durante los años 70 el trámite de obtener un pasaporte podía constituirse en la antesala del infierno; por ese entonces, muchos de los que se acercaron cándidamente a gestionarlo fueron asesinados, torturados o desaparecidos.

Cuando en 1976, forzado por la situación política de entonces, decidí abandonar Salta con mi esposa y mis hijos, no tuve más remedio que tramitar el pasaporte y sufrir las angustias que se relataban boca a boca.

Por una precaución tan inútil como elemental, decidí realizar la gestión en Buenos Aires y no en la delegación local de la Policía Federal dedicada a la caza inmisericorde de opositores a la dictadura. Supuse que al hacerlo en Buenos Aires, lograría eludir los odios locales. Por las dudas, mi primo Carlos en un acto que hasta el día de hoy agradezco y valoro, decidió correr mi misma suerte. Su compañía me ayudó a sobrellevar los temores en las colas y los que provocaba cualquier pregunta de los policías a cargo del asunto.

Por aquel tiempo se sabía que, aun habiendo logrado sortear la primera etapa del trámite, los riesgos para la vida, la seguridad y la libertad se amplificaban al momento de ir a recoger el dichoso Pasaporte. Era ese el momento que las fuerzas de la represión aprovechaban para ejecutar los designios de los dictadores.

En agosto de 1976 cumplí esta segunda parte de la gestión también ayudado por mi primo. Mi alegría fue inmensa cuando tuvo en mis manos la famosa cartilla que me garantizaba, junto a mi familia, la libertad fuera de las fronteras argentinas. Con el correr de los años, accedí a pasaportes diplomáticos y a trámites preferentes.

Pero la sensación de placer cívico y de libertad que experimenté la semana pasada en el shopping de Salta, superó todo lo anterior.