Armando Caro Figueroa, EX MINISTRO DE TRABAJO
"El gobierno no va a tocar la corporación sindical"
DIARIO RIO NEGRO 12/09/2011
El ex ministro de Trabajo Armando Caro Figueroa afirma que, de ser reelecta, Cristina va a mantener el sistema de monopolio gremial en manos de la CGT porque "al gobierno y a los propios empresarios les conviene el statu quo".
– ¿Existe una nueva relación del gobierno con la CGT a partir de algunas advertencias lanzadas por la presidenta hacia Hugo Moyano?
–No. El régimen sindical argentino (un sindicato reconocido con personería por actividad) es idéntico al iniciado en 1943 en el sentido de que depende del gobierno (a diferencia de los países europeos, donde existe autonomía). El Poder Ejecutivo conoce los métodos para encuadrar a los sindicatos en su política: aun cuando Moyano es muy poderoso, el gobierno le sabe marcar los límites mediante acciones judiciales o la amenaza de estatizar las obras sociales.
– ¿Es viable que esto último se lleve a la práctica?
–Aunque el gobierno lo podría hacer de facto (como hizo con los fondos jubilatorios), no creo que lo haga ni que sea conveniente. Pero por otro lado los recursos de las obras sociales son administrados con un control cercano a cero.
–¿La CGT no legitima su actuación en su representación de los trabajadores?
–Eso es una ficción. En un sistema con monopolio sindical centralizado los trabajadores no pueden votar la conducción de las obras sociales ni participar de la gestión, incluso el sindicato maneja recursos de dependientes no afiliados. Y sólo está afiliado a los gremios que integran la CGT el 35% de los asalariados. Además, los sindicatos no son un modelo de democracia interna.
–El kirchnerismo se había comprometido ante la CTA a conceder la libertad sindical, reconociendo su personería jurídica en igualdad de condiciones. Hay un fallo de la Corte Suprema, ¿por qué no se avanza?
–El sistema judicial argentino avanzó en un caso, pero el gobierno no va a ir más allá porque está muy cómodo con este esquema que le permite controlar a los sindicatos.
–¿Cuál es la principal característica del unicato sindical?
–El sindicalismo argentino es monolítico y homogéneo, con una especie de pacto consistente en reconocer a un sindicato oficial por industria, aunque con cobertura del gobierno Moyano pudo romper el esquema quitándoles afiliados a otros sectores. En esos casos no le preguntaron al trabajador si quiere pertenecer a camioneros, al gremio de comercio o a otro, sino al Ministerio de Trabajo.
–¿Considera que Moyano va a continuar al frente de la CGT hasta el fin de su mandato (julio del 2012)?
–Sí, mientras siga siendo funcional al gobierno. La presidenta no le tiene simpatía, pero por ahora no va a romper sino a administrar el conflicto.
–En el caso de un reemplazo se barajaron varios nombres...
–El reemplazante de Moyano puede o no ser cercano al moyanismo. Lo "importante" es que sea cercano a la presidenta. Recuerde que Perón, en 1953, eligió como secretario general de la CGT a José Espejo, portero del edificio donde vivía con Eva Perón. Quien quiera reemplazar a Moyano deberá demostrar que para una nueva etapa es más útil para el gobierno.
–En su época de ministro de Menem, ¿cómo se manejaba?
–Tuve varios interlocutores, como (Antonio) Casia o (Rodolfo) Daher. Pero cada vez que había un conflicto importante el presidente me pedía que hablara con (Jorge) Anzorregui (entonces titular de la SIDE). Anzorregui tenía una relación especial con Juan Manuel Palacios (UTA) y creo que fue su abogado. Menem, ante los reclamos de la OIT, intentó enviar un proyecto de desregulación sindical, pero finalmente todo se resolvía "políticamente".
–¿La CGT no es aliada de los gobiernos sólo cuando son de sesgo peronista?
–Hay tendencias contestatarias y la historia registra momentos de generalizada oposición (que coinciden con agudas crisis políticas), pero el modelo sindical argentino es, por definición, oficialista.
–¿El sistema de paritarias no significó un avance para los trabajadores?
–Sin duda, lo que ocurre es que el mecanismo se renovó a raíz de la devaluación, lo cual provocó que, al caer la estabilidad de precios, se tuvieran que renegociar salarios. Empero los salarios se pactan para una minoría ya que de 12 millones de asalariados menos de cuatro millones cuentan con convenios colectivos, el resto no tiene quién lo represente. Por otra parte, la negociación colectiva es solamente salarial. A las empresas no les interesa tener buenos convenios colectivos porque saben que si el sistema llega a un tope el gobierno devalúa; es un pacto no escrito. En cualquier lugar del mundo si a los empresarios les dicen que tienen que negociar sólo la pauta salarial, no las condiciones de trabajo (que se rigen por pautas de 1975), brindan con champagne...
–¿Qué pasa con la franja de desocupados y trabajadores en negro?
–El sindicalismo argentino, salvo la CTA, se desentendió de los desocupados. Le adjudicaron el "problema" al gobierno (así surgieron los piquetes), que va tapando las cosas con planes asistenciales. Se trata de planes transitorios, pero lo cierto es que el sistema funciona casi sin voces críticas.
–En la CTA parece haberse impuesto el ala oficialista de la mano de Hugo Yasky.
–Lo más penoso de los últimos años es que una experiencia de autonomía sindical terminara en manos del gobierno, el cual interfirió para dividirla cuando era un modelo de avanzada de acción sindical, más transparente y que pese a su representatividad fue excluida de las obras sociales.
–¿No existe el temor de que la CTA actué de modo descontrolado?
–En los gremios en que tiene predicamento se ha mostrado razonable, fue dura cuando peleaba por derechos como la personería.
–En definitiva, todos los sectores defienden el statu quo.
–En el monopolio gremial están de acuerdo los jefes sindicales actuales, desde Moyano, pasando por "los Gordos" como Luis Barrionuevo, así como el presidente de la Unión Industrial Argentina Ignacio De Mendiguren, porque el empresario puede moviendo los precios absorber demandas salariales, y desde luego el gobierno, que puede negociar entre bambalinas mencionando un índice de inflación manipulado pero manejando un techo hasta el cual puede acordar con Moyano y los industriales.
– ¿Observa que algún partido de la oposición cuestione este modelo cerrado?
–No lo he visto salvo en Hermes Binner, quien debería tener un proyecto de apertura ya que está acompañado por dirigentes como Víctor De Gennaro, uno de los pocos que todos estos años lucharon contra el monopolio sindical.
LA FLEXIBILIDAD LABORAL ANTES Y AHORA
Caro Figueroa, autor de numerosas obras (está por publicar un libro sobre derecho de huelga), se refirió a la flexibilización laboral que estuvo tan en boga en la década del 90 y en parte de la cual el entrevistado participó en la función pública siendo muy cercano a Domingo Cavallo, de quien fue candidato a vicepresidente.
–¿Cómo se explica el auge que a fines del siglo pasado tuvieron las ideas de flexibilización laboral? (contratos de trabajos temporarios con alta rotación).
–El sistema de flexibilización de los 90 era una consecuencia de la paridad cambiaria con alto costo laboral. Actualmente los países que se enfrentan con la estabilidad del euro atraviesan una situación similar. En nuestro caso la devaluación (y la inflación) es una flexibilización de hecho.
– ¿En los 90, desde el área laboral, se podía haber contado con alguna herramienta para frenar la alta desocupación o la misma fue un inevitable efecto de la política económica?
–Los programas de empleo que pusimos en marcha en los años 90 eran los que los expertos socialdemócratas recomendaban. Por supuesto la evolución del empleo dependía (y depende) de la marcha de la economía. Sobre todo de las reglas de la convertibilidad que la inmensa mayoría de los argentinos quería, por ese entonces, preservar. Discrepando de los abogados laboralistas locales (y de la "historia oficial" escrita por el kirchnerismo), pienso que la primera ley laboral es la ley monetaria. Una moneda devaluable permite "alegrías" en materia de negociación colectiva. Un tipo de cambio fijo exige disciplina y productividad. Lo están descubriendo los países mediterráneos adheridos al euro. La última reforma laboral del PSOE es muy parecida a la que intentamos en 1996 después del Acuerdo Marco.
CLAUDIO RABINOVITCH
crabinovitch@rionegro.com.ar
martes, 13 de septiembre de 2011
jueves, 25 de agosto de 2011
Vivienda, déficit y derechos
Las personas y las familias en riesgo de exclusión social, que lamentablemente constituyen legión en el norte argentino, requieren ser especialmente atendidas por el Estado y también por la solidaridad social a cargo de voluntarios y organizaciones no gubernamentales.
La Nación con recursos de todos, acertó al poner en marcha un programa para transferir rentas a las familias en función del número de hijos. Muchas ONG’S actúan en el norte socorriendo a quienes no pueden siquiera alimentarse adecuadamente. La red de centros públicos de salud atiende razonablemente bien a quienes no disponen de obra social. Otro tanto puede decirse de los servicios de educación en todos sus niveles.
Donde los recursos y programas de nuestro endeble Estado de Bienestar son harto insuficientes es en materia de vivienda y urbanismo. Por eso no debiera sorprender a nadie que la demanda de acceso a una vivienda y a servicios urbanos sea la protagonista de los graves enfrentamientos que se han producido en Jujuy y en otros puntos del norte argentino.
El Gobierno de Salta presta, a mi modo de ver, escasa atención a este grave problema. Es posible que ni siquiera haya cuantificado el déficit habitacional de los grandes núcleos urbanos y, como es evidente, actúa a remolque de los acontecimientos, por espasmos, y guidado siempre por sus mezquinas preocupaciones electoralistas.
El déficit de viviendas es, hoy por hoy, la manifestación más acuciante de la pobreza, y todo hace prever que los salteños afrontaremos una creciente oleada de conflictos sociales.
Invasión de tierras, ocupación de viviendas deshabitadas o en construcción, marchas, cortes de rutas e incluso otras manifestaciones de violencia movilizaran a quienes, desesperados por el hacinamiento o la carencia de un techo, decidan suplir la inercia oficial.
El Gobierno Provincial debería actuar en varias direcciones:
En primer lugar, despolitizar la gestión de Tierra y Hábitat y los planes de vivienda pública, regulando el acceso a la vivienda como un derecho social subjetivo.
En segundo lugar, obtener de la Nación los recursos necesarios para cubrir, en un plazo razonable, el déficit habitacional.
Inventariar las necesidades insatisfechas y la tierra urbanizable, es la tercera de las prioridades.
Mientras se avanza en este punto, la Provincia y los principales municipios deberían coordinar esfuerzos para dotar a los terrenos urbanizables de los servicios esenciales, terminando con la improvisación.
Pero, antes que nada, la ciudad de Salta está obligada a definir un Plan Regulador de su Crecimiento:
Saber si crecerá en guetos hacia el norte o hacia el sur, si fomentará un cinturón de asentamientos pobres, o si, por el contrario, procurará una ciudad cohesionada social y territorialmente.
La Nación con recursos de todos, acertó al poner en marcha un programa para transferir rentas a las familias en función del número de hijos. Muchas ONG’S actúan en el norte socorriendo a quienes no pueden siquiera alimentarse adecuadamente. La red de centros públicos de salud atiende razonablemente bien a quienes no disponen de obra social. Otro tanto puede decirse de los servicios de educación en todos sus niveles.
Donde los recursos y programas de nuestro endeble Estado de Bienestar son harto insuficientes es en materia de vivienda y urbanismo. Por eso no debiera sorprender a nadie que la demanda de acceso a una vivienda y a servicios urbanos sea la protagonista de los graves enfrentamientos que se han producido en Jujuy y en otros puntos del norte argentino.
El Gobierno de Salta presta, a mi modo de ver, escasa atención a este grave problema. Es posible que ni siquiera haya cuantificado el déficit habitacional de los grandes núcleos urbanos y, como es evidente, actúa a remolque de los acontecimientos, por espasmos, y guidado siempre por sus mezquinas preocupaciones electoralistas.
El déficit de viviendas es, hoy por hoy, la manifestación más acuciante de la pobreza, y todo hace prever que los salteños afrontaremos una creciente oleada de conflictos sociales.
Invasión de tierras, ocupación de viviendas deshabitadas o en construcción, marchas, cortes de rutas e incluso otras manifestaciones de violencia movilizaran a quienes, desesperados por el hacinamiento o la carencia de un techo, decidan suplir la inercia oficial.
El Gobierno Provincial debería actuar en varias direcciones:
En primer lugar, despolitizar la gestión de Tierra y Hábitat y los planes de vivienda pública, regulando el acceso a la vivienda como un derecho social subjetivo.
En segundo lugar, obtener de la Nación los recursos necesarios para cubrir, en un plazo razonable, el déficit habitacional.
Inventariar las necesidades insatisfechas y la tierra urbanizable, es la tercera de las prioridades.
Mientras se avanza en este punto, la Provincia y los principales municipios deberían coordinar esfuerzos para dotar a los terrenos urbanizables de los servicios esenciales, terminando con la improvisación.
Pero, antes que nada, la ciudad de Salta está obligada a definir un Plan Regulador de su Crecimiento:
Saber si crecerá en guetos hacia el norte o hacia el sur, si fomentará un cinturón de asentamientos pobres, o si, por el contrario, procurará una ciudad cohesionada social y territorialmente.
miércoles, 17 de agosto de 2011
Sexo, natalidad y vivienda
Escucho que alguien acaba de proponer la entrega de preservativos en las escuelas a chicos y chicas de más de 13 años. Escucho también a una jefa de enfermeras de un hospital del norte de Salta explicar la oleada de maternidades de niñas y de adolescentes jóvenes.
Compruebo que la televisión banaliza el erotismo, exalta el lujo, el placer y el sexo frío. Que los intelectuales y los representantes de algunos credos debaten, empecinados y distantes, sobre las bondades o la perversidad de la educación sexual.
Constato que en las plazas del centro de Salta chicos y chicas extremadamente jóvenes exhiben su desenfreno; niñas repintadas a las 12 del mediodía, changos engominados al estilo provocativo de los suburbios neoyorkinos, se besan y abrazan acaloradamente, despreocupados, al rayo del sol.
Este cuadro, necesariamente incompleto, muestra un fenómeno que pareciera generalizarse: La ruptura entre la sexualidad, el erotismo, el amor, el pudor, la galantería, el misterio y otros factores que humanizan al sexo.
En un plano complementario, las estadísticas muestran índices de natalidad que se acercan a los más altos del mundo. Una natalidad incentivada, irresponsablemente, por una política social que sólo procura paliar la pobreza extrema a cambio de obediencia electoral.
Por otra parte, los últimos graves incidentes ocurridos en el Norte argentino, con miles de persona reclamando el acceso a la vivienda digna, son la expresión más urgente de un drama social que crece en cantidad mostrando los límites de la política social centrada en los subsidios alimentarios.
Todo indica que las ocupaciones por la fuerza de terrenos de propiedad pública o privada habrán de continuar; guiadas en muchos casos por genuinas necesidades insatisfechas, y en otros por modernas organizaciones de cuadros que mezclan negocios privados, asistencialismo social, disciplina militar y servicios político-electorales.
En muchísimos casos, sobre todo en el norte argentino, la familia, la escuela, el taller e incluso las religiones, en muchísimos casos han dejado de ocupar el papel rector de otrora.
Las familias: vencidas por la pobreza que las excluye y las condena a malvivir;
La escuela: carente de medios, de ejemplaridad y sin rumbo en materia de educación para la convivencia;
El taller: reducido como ámbito de socialización a raíz del abrumador desempleo juvenil;
Las religiones: lastradas por dogmas ideológicos que las alejan de los problemas del siglo.
Puede que todavía estemos a tiempo para ponernos en acción; para hacernos cargos, entre todos, de un enorme desafío en el que se juegan nuestro futuro, nuestro estilo de vida y la convivencia.
Educación sexual sin dogmas, programas de asistencia a las familias, creación de cuentas de ahorro para la vivienda dotadas con dinero público y privado, redefinición de las ciudades, solidaridad social y voluntariados, son algunas de las tareas urgentes.
Compruebo que la televisión banaliza el erotismo, exalta el lujo, el placer y el sexo frío. Que los intelectuales y los representantes de algunos credos debaten, empecinados y distantes, sobre las bondades o la perversidad de la educación sexual.
Constato que en las plazas del centro de Salta chicos y chicas extremadamente jóvenes exhiben su desenfreno; niñas repintadas a las 12 del mediodía, changos engominados al estilo provocativo de los suburbios neoyorkinos, se besan y abrazan acaloradamente, despreocupados, al rayo del sol.
Este cuadro, necesariamente incompleto, muestra un fenómeno que pareciera generalizarse: La ruptura entre la sexualidad, el erotismo, el amor, el pudor, la galantería, el misterio y otros factores que humanizan al sexo.
En un plano complementario, las estadísticas muestran índices de natalidad que se acercan a los más altos del mundo. Una natalidad incentivada, irresponsablemente, por una política social que sólo procura paliar la pobreza extrema a cambio de obediencia electoral.
Por otra parte, los últimos graves incidentes ocurridos en el Norte argentino, con miles de persona reclamando el acceso a la vivienda digna, son la expresión más urgente de un drama social que crece en cantidad mostrando los límites de la política social centrada en los subsidios alimentarios.
Todo indica que las ocupaciones por la fuerza de terrenos de propiedad pública o privada habrán de continuar; guiadas en muchos casos por genuinas necesidades insatisfechas, y en otros por modernas organizaciones de cuadros que mezclan negocios privados, asistencialismo social, disciplina militar y servicios político-electorales.
En muchísimos casos, sobre todo en el norte argentino, la familia, la escuela, el taller e incluso las religiones, en muchísimos casos han dejado de ocupar el papel rector de otrora.
Las familias: vencidas por la pobreza que las excluye y las condena a malvivir;
La escuela: carente de medios, de ejemplaridad y sin rumbo en materia de educación para la convivencia;
El taller: reducido como ámbito de socialización a raíz del abrumador desempleo juvenil;
Las religiones: lastradas por dogmas ideológicos que las alejan de los problemas del siglo.
Puede que todavía estemos a tiempo para ponernos en acción; para hacernos cargos, entre todos, de un enorme desafío en el que se juegan nuestro futuro, nuestro estilo de vida y la convivencia.
Educación sexual sin dogmas, programas de asistencia a las familias, creación de cuentas de ahorro para la vivienda dotadas con dinero público y privado, redefinición de las ciudades, solidaridad social y voluntariados, son algunas de las tareas urgentes.
viernes, 12 de agosto de 2011
Homenaje al doctor Ricardo Munir Falu
Ha muerto el doctor Ricardo Munir FALU, uno de los grandes protagonistas de la política salteña, desde que en los años cincuenta comenzara su actuación en las filas del peronismo.
Fue un demócrata, versado jurista y convincente orador; un hombre de ideas que hizo gala de su vocación de diálogo.
Pero, por sobre todas las cosas, fue un hombre libre, enamorado de la libertad de pensar, de actuar y de crear; que no concebía tales libertades como antagonistas de la igualdad. Las cosas locales le preocupaban, pero advertía la necesidad de integrarlas en una visión cosmopolita.
En los últimos 3 años, el doctor Ricardo Falú me dispensó el honor de largas conversaciones sobre asuntos no solamente políticos. Su talento para interpretar los acontecimientos de nuestra historia reciente, era equiparable a la lucidez con que reflexionaba sobre el futuro de Salta y de la humanidad.
En estas conversaciones, por encima de sus opiniones, siempre bien construidas, siempre abiertas a la crítica y a la autocrítica, me impresionaban tres cosas:
En primer lugar su invariable optimismo, fundado no en un voluntarismo inocente, sino en la capacidad de diagnosticar los problemas e imaginar soluciones alrededor de aquellos ejes de libertad e igualdad.
En segundo lugar, su decisión de dejar atrás los agravios recibidos a causa de sus convicciones y de su trayectoria; los vejámenes a los que lo sometiera la dictadura instaurada en 1976 no condicionaban sus opiniones ni alimentaban deseos de venganza, lo que para mí era un signo de grandeza de espíritu.
Me impresionaban y atraían, por último, sus inmensas ganas de vivir reflejadas en sus ojos siempre despiertos a lo nuevo, curiosos y llenos de luz. Seguramente había leído a Montaigne; pero aunque ello hubiera sucedido mucho tiempo atrás, su vida de octogenario evocaba las costumbres, los modos y el ideario de aquel francés ilustrado.
Sufrió en silencio y con gran dignidad la ingratitud que en los últimos tiempos le demostraba el Partido al que había dedicado años de su vida. Lo hizo con gran dignidad, sin reproches, convencido quizá de que ello era un signo de los tiempos o un servicio más a sus convicciones juveniles.
Pero en realidad, estas cosas menores, casi personales, no ocupaban su tiempo. Había que pensar en el futuro, sin olvidar el pasado.
En fin, fue la del doctor Ricardo Falú una personalidad fascinante, que mantuvo su entusiasmo y su fuerza intelectual hasta el último aliento, desmintiendo, como todavía lo hacen Edgar MORIN y Estefan HESSEL, a quienes ven en la acumulación de años un signo de irreversible decadencia.
Fue un demócrata, versado jurista y convincente orador; un hombre de ideas que hizo gala de su vocación de diálogo.
Pero, por sobre todas las cosas, fue un hombre libre, enamorado de la libertad de pensar, de actuar y de crear; que no concebía tales libertades como antagonistas de la igualdad. Las cosas locales le preocupaban, pero advertía la necesidad de integrarlas en una visión cosmopolita.
En los últimos 3 años, el doctor Ricardo Falú me dispensó el honor de largas conversaciones sobre asuntos no solamente políticos. Su talento para interpretar los acontecimientos de nuestra historia reciente, era equiparable a la lucidez con que reflexionaba sobre el futuro de Salta y de la humanidad.
En estas conversaciones, por encima de sus opiniones, siempre bien construidas, siempre abiertas a la crítica y a la autocrítica, me impresionaban tres cosas:
En primer lugar su invariable optimismo, fundado no en un voluntarismo inocente, sino en la capacidad de diagnosticar los problemas e imaginar soluciones alrededor de aquellos ejes de libertad e igualdad.
En segundo lugar, su decisión de dejar atrás los agravios recibidos a causa de sus convicciones y de su trayectoria; los vejámenes a los que lo sometiera la dictadura instaurada en 1976 no condicionaban sus opiniones ni alimentaban deseos de venganza, lo que para mí era un signo de grandeza de espíritu.
Me impresionaban y atraían, por último, sus inmensas ganas de vivir reflejadas en sus ojos siempre despiertos a lo nuevo, curiosos y llenos de luz. Seguramente había leído a Montaigne; pero aunque ello hubiera sucedido mucho tiempo atrás, su vida de octogenario evocaba las costumbres, los modos y el ideario de aquel francés ilustrado.
Sufrió en silencio y con gran dignidad la ingratitud que en los últimos tiempos le demostraba el Partido al que había dedicado años de su vida. Lo hizo con gran dignidad, sin reproches, convencido quizá de que ello era un signo de los tiempos o un servicio más a sus convicciones juveniles.
Pero en realidad, estas cosas menores, casi personales, no ocupaban su tiempo. Había que pensar en el futuro, sin olvidar el pasado.
En fin, fue la del doctor Ricardo Falú una personalidad fascinante, que mantuvo su entusiasmo y su fuerza intelectual hasta el último aliento, desmintiendo, como todavía lo hacen Edgar MORIN y Estefan HESSEL, a quienes ven en la acumulación de años un signo de irreversible decadencia.
martes, 9 de agosto de 2011
Crimen y clasismo (a propósito de los asesinatos en San Lorenzo)
Luego de los notorios avances realizados en la investigación de los crímenes perpetrados en San Lorenzo y que estremecieron a la opinión pública global, me atrevo a traer aquí algunas consideraciones sometidas, como no, a los filtros de la prudencia.
La primera de ellas tiene que ver con los sorprendentes intentos de imponer una lectura clasista del múltiple crimen.
Diversas usinas procuraron, con mala intención o cándidamente, dividir al universo de sospechables en dos grandes grupos: los lugareños pobres y los hijos del poder.
Más que identificar a los asesinos, se trataba de explicitar una larvada lucha ideológica que propone dividir a los salteños (o a los transeúntes) en ricos y pobres, rodeando a cada grupo de todos los vicios o de todas las virtudes, según el gusto de los improvisados sociólogos.
Esto conecta con la peligrosa tendencia de mirar los acontecimientos, sobre todo el crimen, según filtros elementales.
Así, un ladrón es menos ladrón si en vez de haber nacido en Salta, nació en provincias o naciones vecinas; una violación es más deleznable si ocurrió en las inmediaciones de mi domicilio, que si sucedió en Catamarca.
Siguiendo esta absurda manera de razonar, el asesinato es más o menos repugnante según la pertenencia ideológica o social del asesino y de su víctima. Y, por supuesto, a los sospechosos, para quienes así piensan, hay que buscarlos en el universo de personas que concitan sus fobias, recelos, desconfianzas o resentimientos.
Esta falsa lógica es la que lleva, por ejemplo, a criminalizar la pobreza o a construir listas de sospechosos en razón del color de la piel, de la dureza del pelo, de los modos de hablar o de vestir.
Mientras unos temen a los morochos que se divierten en bailables donde luce el cartel “damas gratis”, otros recelan de quienes asisten a fiestas cuya entrada vale 25 euros.
Es bueno recordar que la responsabilidad penal es siempre individual y que la función del Estado es atribuirla, con todas las garantías legales, comunicándolo a la opinión pública.
Por supuesto, este principio funciona mejor allí donde los ciudadanos confían en sus instituciones; o, lo que es lo mismo, allí donde las instituciones se han ganado la confianza de sus ciudadanos por su buen hacer y su buen comunicar.
Por encima de errores y tropiezos cometidos por los representantes del Estado, más allá de frivolidades de café o de imprudencias periodísticas, lo cierto es que las autoridades han logrado un éxito que merece el reconocimiento de todos.
Se abre ahora un tiempo de balances, de rectificaciones y de intercambios que nos permitan sacar conclusiones y mejorar nuestra seguridad y, por tanto, nuestras vidas individuales y en comunidad.
La primera de ellas tiene que ver con los sorprendentes intentos de imponer una lectura clasista del múltiple crimen.
Diversas usinas procuraron, con mala intención o cándidamente, dividir al universo de sospechables en dos grandes grupos: los lugareños pobres y los hijos del poder.
Más que identificar a los asesinos, se trataba de explicitar una larvada lucha ideológica que propone dividir a los salteños (o a los transeúntes) en ricos y pobres, rodeando a cada grupo de todos los vicios o de todas las virtudes, según el gusto de los improvisados sociólogos.
Esto conecta con la peligrosa tendencia de mirar los acontecimientos, sobre todo el crimen, según filtros elementales.
Así, un ladrón es menos ladrón si en vez de haber nacido en Salta, nació en provincias o naciones vecinas; una violación es más deleznable si ocurrió en las inmediaciones de mi domicilio, que si sucedió en Catamarca.
Siguiendo esta absurda manera de razonar, el asesinato es más o menos repugnante según la pertenencia ideológica o social del asesino y de su víctima. Y, por supuesto, a los sospechosos, para quienes así piensan, hay que buscarlos en el universo de personas que concitan sus fobias, recelos, desconfianzas o resentimientos.
Esta falsa lógica es la que lleva, por ejemplo, a criminalizar la pobreza o a construir listas de sospechosos en razón del color de la piel, de la dureza del pelo, de los modos de hablar o de vestir.
Mientras unos temen a los morochos que se divierten en bailables donde luce el cartel “damas gratis”, otros recelan de quienes asisten a fiestas cuya entrada vale 25 euros.
Es bueno recordar que la responsabilidad penal es siempre individual y que la función del Estado es atribuirla, con todas las garantías legales, comunicándolo a la opinión pública.
Por supuesto, este principio funciona mejor allí donde los ciudadanos confían en sus instituciones; o, lo que es lo mismo, allí donde las instituciones se han ganado la confianza de sus ciudadanos por su buen hacer y su buen comunicar.
Por encima de errores y tropiezos cometidos por los representantes del Estado, más allá de frivolidades de café o de imprudencias periodísticas, lo cierto es que las autoridades han logrado un éxito que merece el reconocimiento de todos.
Se abre ahora un tiempo de balances, de rectificaciones y de intercambios que nos permitan sacar conclusiones y mejorar nuestra seguridad y, por tanto, nuestras vidas individuales y en comunidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)