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jueves, 25 de agosto de 2016
LA CGT-U MARCA SUS LÍNEAS ROJAS
Los sindicatos oficiales (vale decir,
aquellos que cuentan con personería gremial) se han unificado para participar
en el nuevo curso político que preside Mauricio Macri. Esta unidad, reedición
de una centenaria estrategia, se apresta a defender al modelo sindical peronista así como al correlativo modelo económico autárquico y estatista que
privilegia la industria, la logística y la obra pública, netos ganadores del
tercio kirchnerista.
Como ocurriera en varias oportunidades
anteriores, tal unidad no es unánime. Quienes no obtuvieron suficientes
ventajas bajo el anterior gobierno (el sindicalismo rural, el de la energía y el
de servicios, por ejemplo), expresaron disidencias y se marginaron del pacto
que dio origen al nuevo Triunvirato.
Los líderes de la nueva CGT Unificada se han
apresurado a marcarle “líneas rojas” al Gobierno de la Nación.
Algunas son las mismas que las defendidas -exitosamente-
a lo largo de los últimos 70 años: “El
modelo sindical peronista no se toca”. Otra tiene menos solera pero ha
resultado igualmente exitosa: “El dinero
de las obras sociales es propiedad de los sindicatos oficiales”; lo que
equivale a decir que el movimiento obrero mayoritario reitera su obvio compromiso
de defensa de la Ley 18.610 sancionada por Onganía.
Las líneas de exclusión que se refieren al modelo económico autárquico y estatista
son bastante nítidas aun cuando hayan sido vulneradas en varios momentos de la
historia argentina; así sucedió, por ejemplo, en tiempos dictatoriales y cuando
las crisis extremas alentaron experimentos de liberalización (Isabel Perón,
Carlos Menem).
Los triunviros y sus mentores se han
expresado con el lenguaje parco, simbólico y contundente que es propio del sindicalismo oficial argentino. Han
dicho (por si hiciera falta recordar posiciones ancestrales) que las paritarias
seguirán persiguiendo a la inflación, y que la nueva CGT-U resistirá eventuales
intentos de abrir la economía argentina para permitir el ingreso de productos
extranjeros.
Aunque los sindicatos de la industria han
ejemplificado este rechazo diciendo que no están dispuestos a competir con la
producción china, en realidad advierten inveterada aversión a toda competencia
con el exterior. De esta manera, ratifican elípticamente sus estrechos vínculos
con nuestra (económicamente endeble pero políticamente poderosa) industria nacional.
Si bien los tiempos han cambiado,
afortunadamente, y las reediciones de este tipo de componendas antidemocráticas
son inviables, es bueno recordar que esta alianza estratégica, que nunca
necesitó de pactos escritos, se activó para derribar al Presidente de la Rúa
formando parte de lo que se llamó “coalición bonaerense” que reunió a
peronistas y radicales de la provincia de Buenos Aires.
Por lo demás, y de momento, no hay nada que
permita suponer que la CGT-U esté dispuesta a sentarse a una mesa tripartita a
negociar una política de rentas que
abata la inflación y la pobreza. Sucede, además, que tampoco hay indicios de
que el Presidente Macri se apreste a abandonar el “ordeno y mando” para abrir
el diálogo social.
Así las cosas, es fácil deducir que la
mayoría del sindicalismo peronista pretende que Macri se convierta en un
administrador (quizá más prolijo y eficiente) del modelo económico kirchnerista.
En este escenario, la CGT-U dejarían la resistencia frente a las reformas
republicanas en manos de los barones y señores feudales peronistas.
En conclusión: Si el actual Gobierno se hace
cargo de continuar subsidiando a los pobres (función que no cabe confundir con
el objetivo “pobreza cero”), sigue permitiendo que los salarios pactados en
paritarias oscilen alrededor de la inflación pasada, y mantiene los privilegios
de la industria nacional que coloca a los consumidores como sus rehenes, hay
que esperar un cierto idilio, no exento de ocasionales riñas, entre los tres
grandes actores sociales (Estado, Patronal, Sindicatos).
Un idilio que, por cierto, no alcanzará para
sosegar los desafíos que viene planteando el sindicalismo inspirado por la
“familia leninista”.
Lo que equivale a decir que, más allá de los
enunciados retóricos, el Triunvirato no se propone exigir el cese de la
inflación, ni coordinar su acción reivindicativa para incorporar los problemas
de los desocupados, de los jubilados, de los excluidos, de los trabajadores en
negro o sin convenio colectivo. Quedan también fuera de su óptica centralista y
masculina, los problemas del empleo de la mujer y los de los trabajadores de
las provincias subdesarrolladas. Un conjunto de omisiones que no importa
ninguna novedad.
Existen, no obstante, dos problemas que
pudieran complicar aquel idilio imaginario entre Macri y los patrones y los
sindicatos “nacional-industrialistas”: La recesión con desempleo y la
devaluación del peso.
Vaqueros (Salta), 23 de agosto de 2016.
jueves, 7 de julio de 2016
¿Hacia adonde vamos?
Han transcurrido seis meses desde la asunción
del Presidente Mauricio Macri, sin que sus equipos hayan logrado presentar al
país un Plan de Gobierno que merezca el nombre de tal. Es cierto que heredó una
severa crisis económica y una marcada degradación institucional. Es también
cierto que no cuenta con mayoría en el Congreso de la Nación, y que el régimen
anterior ocultó y manipuló indicadores económicos y sociales imprescindibles
para gestionar el cambio.
Sin embargo, a estas alturas el Presidente
Macri está obligado a mostrar cual es el rumbo estratégico que nos propone a
todos; ha de hacerlo sobreponiéndose a los escándalos de corrupción que agobian
a la opinión pública, desechando la tentación de usarlos como elementos de
distracción, y dejando actuar al Poder Judicial.
Los desordenados debates que se suceden en la
coalición gobernante entre los que propician un tratamiento de choque y los
partidarios del gradualismo, no han traído claridad, desordenan la gestión y
están lejos de conducir a la formulación de un Plan de Gobierno.
La vacilante
Argentina de hoy
Mientras esta Plan termina de llegar, la gestión
de Macri mantiene y administra varias de las herramientas ideadas por el
kirchnerismo para capear temporales: Inflación, emisión monetaria, control del
comercio exterior, impuestos distorsivos, puja distributiva (entre los sectores
de la economía formalizada), tarifas subsidiadas, y ayudas a los pobres.
De tanto en tanto Macri decide, además,
modular algunos de estos instrumentos, pero sin llegar a reemplazarlos por
aquellos que han de acompañar al nuevo rumbo económico que, hay que suponer,
tiene como metas la pobreza cero y la construcción de un sistema económico en
condiciones de insertar en el mundo a la Argentina y a su producción.
La fuerza de
la vieja Argentina corporativa
Como no avanzamos aún en esta dirección, los
actores económicos que se benefician de la autarquía y de las reglas que
potenció el populismo vernáculo siguen con su juego de suma cero: Los
empresarios grandes y medianos mantienen sus pujas con los sindicatos que,
dicho sea de paso, representan a no más del 40% de los trabajadores; a menudo,
estos dos actores se coaligan para -desaprensivamente- trasladar sus pactos a
los consumidores. O se enfrentan y acuerdan treguas, a la espera de que una
eventual constelación favorable a sus intereses corporativos les permita dar un
golpe contundente al otro.
Vemos así a los sindicatos intentando -con
suerte dispar- preservar a sus afiliados (no al conjunto de los trabajadores,
tampoco a los desocupados y excluidos) de las consecuencias de la inflación,
frente a las patronales que -sabedoras de que cuentan con la “bala de plata” de
la devaluación- responsabilizan a los costos laborales de nuestra baja
competitividad internacional.
Sucede, además, que el Presidente de la
República tiene una debilidad añadida: Muchos de sus socios (reales o presuntos)
de la derecha económica no parecen dispuestos a acompañarle en una política de
las características que insinúa Macri (pobreza cero, estabilidad,
competitividad, conexión con el mundo).
En realidad, la fuerza competitiva de la
Argentina reside solamente en nuestra agricultura y ganadería, y en algún que
otro segmento productivo. Pero el eje Macri/ruralistas no tiene el peso
suficiente para dejar atrás el modelo
autárquico y fundar una Nueva
Argentina Competitiva (aquella que, de alguna manera, esbozaron Perón en el
Congreso de la Productividad de 1954, o Frondizi en 1958).
Nuestros
fabricantes de alimentos (salvo el caso de las dos multinacionales argentinas),
de acero, de automóviles, de material eléctrico, de máquinas y herramientas, de
indumentaria, y de otras industrias, así como nuestros empresarios de la
construcción, prefieren pastar en el mercado
interno protegido y no muestran ningún interés en desarrollar negocios más
allá de nuestras fronteras a no ser aquellos centrados en paraísos fiscales.
Rehúsan competir, invertir, innovar y sienten aversión por el riesgo.
A su vez, los proveedores de servicios (desde
los bancos al transporte pasando por los correos, el supermercadismo, las
telecomunicaciones y las administraciones públicas) han encontrado la forma de
medrar dentro del todavía vigente modelo
económico kirchnerista que, como se sabe, no es sino la reedición de viejas
aventuras de la Argentina autárquica.
Soportamos todavía un modelo que “fabrica” pobres, que engorda ineficientes burocracias,
que resguarda a las corporaciones y sus pujas, y que -hasta donde puede-
expropia rentas para distribuirlas entre sus sostenedores (vía prebendas,
proteccionismo y subsidios) y sus gestores (vía corrupción).
La difícil
construcción de la Nueva Argentina Constitucional, Competitiva y Federal
Esta Nueva
Argentina no puede funcionar con un esquema institucional alejado del
republicanismo federal. Esta Nueva
Argentina exige la plena vigencia de la Constitución y de los Tratados
Internacionales, reclama un Poder Judicial independiente, honrado y eficaz,
requiere la regeneración de la política y del federalismo, y demanda la
construcción de consensos sociales y económicos.
No habrá tal Nueva Argentina con los precios y costos actuales; con la vigente
matriz energética y ambiental; con los bajos niveles de inversión, ni con las
caducas estructuras de comercialización. No la habrá sin un enorme esfuerzo en
materia de infraestructuras, de formación profesional y productividad, y sin
nuevas regulaciones no manipuladas por los agentes económicos.
Tampoco la habrá mientras triunfe el chantaje
ideológico que sostiene que por fuera de la Vieja
Argentina aislada, corporativa e
injusta sólo existen el
neoliberalismo y el consenso de Washington. Un chantaje que nos impide
reconocer la inviabilidad del proteccionismo mercado internista, y que nos
impide sentar las bases para producir también para el mercado mundial. Ha
pasado el tiempo de sustituir importaciones; también el de la Argentina
agroexportadora. Está por llegar el tiempo de la Argentina supermercado del
mundo. Solo así derrotaremos la pobreza y la corrupción para inaugurar el
tiempo del bienestar y de la transparencia.
Pero, sobre todo, hace falta revisar los incentivos que mueven a las personas, a
los trabajadores, a las empresas, a la clase política, a los estudiantes y sus
maestros, y que organizan nuestras relaciones interpersonales y sociales. La
cultura del facilismo y la negligencia, del beneficio sin esfuerzo, de las
mayorías autoritarias, solo conduce a más decadencia, injusticias y rapiñas.
Vaqueros (Salta) 27 de Junio de 2016
miércoles, 6 de julio de 2016
viernes, 13 de mayo de 2016
¿Duplicar la indemnización por despido?
CUANDO LOS
SINDICATOS PASAN A LA OPOSICIÓN
José Armando Caro Figueroa
Ex ministro de trabajo de la
Nación (1993/1997)
Tras denunciar el pacto militar-sindical, el
Presidente Raúl Alfonsín imaginó reformar el sindicalismo “oficial” mediante un
proyecto de ley ideado por su Ministro de Trabajo Antonio MUCCI. Dio una
enconada batalla política y parlamentaria y fue finalmente derrotado por la
coalición peronista mayoritaria en el Senado. Batalla y derrota que, como se
sabe, dejaron hondas huellas en el período alfonsinista.
Dieciséis años después otro gobierno de
inspiración radical, el presidido por Fernando de la Rúa, creyó modernizar el
sistema de relaciones de trabajo y, de paso, erosionar el poder de la
burocracia sindical de obediencia peronista, con otro proyecto de ley. Si bien,
luego de un trámite escabroso, el Presidente logró su sanción, pronto comprobó
sus limitados efectos sobre las relaciones laborales y su nulo impacto en la
conformación de aquella sólida burocracia.
Han pasado poco más de otros dieciséis años,
y el Presidente Mauricio Macri se apresta a resistir en todos los frente la
iniciativa coordinada de los brazos político y sindical del peronismo,
orientada a duplicar la indemnización por despido, como medida sedicentemente orientada
a favorecer el empleo.
Pese a que la iniciativa, de prosperar, no
satisfará las buenas intenciones que declaman sus impulsores, poderosos
sectores empresariales y económicos se revuelven contra el Proyecto al que
atribuyen toda clase de efectos nocivos. Y parecen haber logrado convencer al
Presidente de la Nación acerca de la necesidad de frenar el trámite y, en su
caso, de vetar la ley.
Existe, desde siempre, un sector de la
derecha argentina poco dispuesto a admitir cualquier tipo de concesiones en el
campo de los derechos de los trabajadores. Al menos así actúan cuando creen “tener
la vaca atada” y también, como quedó de manifiesto en la década pasada, cuando
–aplausos mediante- encuentran la manera de que la mayoría seudo izquierdista se
pliegue a sus intereses más profundos.
Si bien, al menos en mi opinión, duplicar la
indemnización por despido no defiende el empleo, tampoco agrava los severos problemas
que hoy presenta el mercado de trabajo en nuestro país. La batalla alrededor de
este tema es, antes que nada, una batalla simbólica en términos de poder.
En efecto, mientras que el peronismo
–sindical y político- pretende reagruparse alrededor de banderas obreristas, la
gran patronal entiende que los resultados electorales del año pasado obligan a arrinconar
a tan incómodos antagonistas.
Así las cosas, el Presidente Macri debería
advertir que el Proyecto de Ley sobre despidos es, en realidad, la respuesta de
menor intensidad que el peronismo puede poner sobre un escenario que, para
reparar daños heredados, está afectando a quienes perciben rentas en forma de
salarios, subsidios o jubilaciones.
Añadiría que esta respuesta de rango
parlamentario y baja intensidad, viene impuesta por las formas unilaterales utilizadas
por el gobierno para “sincerar”, “ajustar” a “sanear” la maltrecha economía
argentina.
Para rehuir de los malos precedentes
enunciados más arriba y evitar una escalada de conflictos perniciosos, el
gobierno debería desoír las monsergas apocalípticas, aceptar la sanción del
Congreso de la Nación y abrir el camino al diálogo y a la negociación
tripartita.
Salta, 3 de mayo de 2016
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