jueves, 16 de diciembre de 2010

Mi tía Sarita

Desde muy joven mi tía Sara Adela se rebeló contra el orden establecido negándose a estudiar magisterio y declarándose inútil para las labores manuales típicamente femeninas como el coser y el bordar.

Mientras su rebeldía maduraba, se zambulló en la bien surtida biblioteca hogareña, dispuesta a no respetar las prohibiciones dictadas por las autoridades eclesiástica y familiar. Fue así que leyó, por primera vez, al anatematizado Gabriel D’ANUNZIO, al excomulgado José María VARGAS VILA, y al pecador Alejandro DUMAS; también a Emilio SALGARI, tolerado por las furias.

Eran tiempos en donde el control de las lecturas corría a cargo de la Iglesia que su limitaba a publicar, en la puerta de los templos, listados de autores prohibidos y a augurar los fuegos del infierno a todo aquel que contraviniera su vetos absolutos. Fue bastante después, en los años 70, cuando ciertos Coroneles iletrados y de triste memoria decidieron quemar libros en plena Plaza 9 de Julio, y obligaron a otros perseguidos a la penosa auto-incineración de textos sospechados.

Sara Adela, sintiendo verdadero horror a convertirse en un retrato robot de la típica niña de provincias, rechazó enfáticamente seguir el plan al que por ese entonces debían someterse las jóvenes de la clase media salteña y logró que sus padres aceptaran su decisión de viajar a Buenos Aires para estudiar Filosofía y Letras.

Quiso trabajar (y trabajó) mientras cursaba la carrera (tenía la obsesión de contribuir a la modesta economía de su familia en Salta), y pronto se liberó de las agobiantes reglas del Colegio de Señoritas en donde se albergó nada mas llegar. Su salud le impidió concluir su carrera, pero pudo asistir a clases de personalidades como Ricardo ROJAS o Cristofredo JACKOB, y a disertaciones de Alicia MOREAU de JUSTO y Rabindranath TAGORE, que influyeron en su visión de la vida y del mundo.

Agobiada por la interrupción de sus estudios, regresó a Salta donde volvió a rechazar ofrecimientos para desempeñarse como maestra que terminaron de decidirla a trasladarse a Córdoba a seguir la carrera de Odontología. Así fue como, afortunadamente para ella y su familia, terminó convirtiéndose en la primera dentista salteña que ejerció en la ciudad.

Aunque había decidido no hablar nunca de ello, se enamoró como solamente lo hace una mujer independiente, una tercera mujer, pero un drama le arrebató a su amor y la sumió en una profunda tristeza. Hasta que llegó de Polonia el magnífico caballero que sería su marido hasta el fin de sus días.

Le apasionaba tanto lo local como lo universal, y vivió las tensiones de una auténtica cosmopolita. Volcó sus esfuerzos solidarios con la gente y con la Iglesia del pueblo de sus amores (Coronel Moldes). Albergó a muchos europeos, generalmente médicos, que huían con sus familias de la gran guerra y de sus consecuencias ulteriores.

Se enroló, sin que ello desmintiera su juventud rebelde, en el sector mas avanzado de la democracia cristiana y participó activamente desde allí en la política salteña, bien es verdad que con las restricciones que imponían la pertenencia a un partido de ideas y minoritario.

Sobresalió siempre por su elegancia, por sus modales refinados y por el toque femenino que sabía dar a todas sus actividades sociales y profesionales. Fue una excelente anfitriona (poseyó el arte de recibir) y una amena, culta e incansable conversadora. Sin embargo, sus tertulias poco tenían que ver con los clásicos y consabidos te-canasta que convocaban ciertas damas de su generación.

Recorrió el mundo y sus regresos eran motivo de enormes reuniones familiares en donde sus sobrinos disfrutábamos de sus detallados relatos de las ciudades ultramarinas que visitaba, siendo Roma (sus iglesias), Cracovia (sus jardines) y el Palacio de la Princesa LUBOMIRSKI los sitios que describía lujosamente. En los años 70 volvió a viajar, pero esta vez su principal motivación era estar cerca de sus familiares exiliados en Madrid.

Soy varias veces deudor de Sara Adela. No sólo por aquellas visitas solidarias, sino desde el punto de vista de mi acotada cultura literaria: Ella fue quién me “presentó” a Gabriel D’ANUNZIO (autor que a sus 95 años seguía leyendo en italiano) y, fallecida ya y gracias a la entrevista que le hicieran las profesoras Raquel ADET y Miriam CORBACHO, me condujo al espléndido José María VARGAS VILA y a sus poemas sinfónicos.

1 comentario:

Diana Ferraro dijo...

¡Qué lindo homenaje a tu tía! Estas historias siempre me conmueven porque es verdad que hubo que luchar mucho para conseguir libertades y derechos.
Te deseo un muy feliz año.
Diana