domingo, 1 de julio de 2012

La renovación de la política argentina

Las democracias modernas funcionan razonablemente bien cuando la ciudadanía y las fuerzas políticas que la expresan son capaces de constituir, en cada momento, mayorías de gobierno y minorías de control.
Este buen funcionamiento requiere, además, que los actores políticos acepten lealmente la regla de la alternancia que, a mi entender, veda las relecciones sucesivas y pone sobre las minorías la responsabilidad de mostrar, de manera convincente, el rumbo político del futuro; en ambos casos, sin cerrar la puerta a los consensos cuando resulten imprescindibles para hacer frente a situaciones de emergencia.
En la Argentina contemporánea, en donde son muchos los que comienzan a advertir la inminencia del fin del largo ciclo que homogeneizó el tercer peronismo, aquellas minorías de control y ese espacio donde debiera residir la alternancia brillan por su ausencia o extremada debilidad.
Las refundaciones peronistas
A lo largo de los casi 70 años transcurridos desde su fundación multitudinaria, el peronismo ha demostrado una capacidad de supervivencia mundialmente inédita.
Su éxito tiene mucho que ver con una doctrina suficientemente ambigua, que sintoniza con los grandes ejes de la cultura política argentina tradicional (híper-nacionalismo, democracia plebiscitaria y delegada, estatismo económico y social, preminencia de las corporaciones que controlan la comunidad organizada). Pero también con su singular capacidad para reinventarse adaptándose a los nuevos desafíos.
Los historiadores, sobre todo extranjeros, encuentran dificultades para comprender cómo las políticas puestas en marcha en 1945 (expansión justicialista), 1952 (ajuste y fomento de la inversión extranjera), 1973 (pacto social), 1975 (rodrigazo), 1991 (híper-mercado y convertibilidad), y 2002 (mega devaluación y dirigismo), han sido obra de una misma fuerza política.
El tercer peronismo (o sea, el kirchnerismo) no es sino una manifestación más de aquella infinita capacidad de adaptarse a los tiempos, reforzando algunos elementos que integran la identidad peronista y soslayando otros. Así por ejemplo, la obtención del 54% de los votos ha consolidado su vocación hegemónica (que incluye el ninguneo de la oposición, la manipulación de la historia, y los esfuerzos por gobernar la prensa y someter al movimiento obrero) y su aversión al control democrático.
Nada, o casi nada, hay en el panorama nacional actual (menos en el horizonte político salteño)  que permita suponer que la oposición está en condiciones o se prepara para presentarse como alternativa de gobierno. En este sentido, el caso de Salta, en donde el Gobierno fagocitó a la oposición histórica, incorporando a dirigentes radicales en roles subordinados y gobernando con ideas, estilos y funcionarios conservadores, es paradigmático.
La nueva agenda política y sus portadores
Sin embargo, a estas alturas, pudiera pensarse que la ciudadanía ha comenzado a construir una nueva agenda política. Una tarea lenta y de gran calado que, lamentablemente, no parece encontrar eco en la dirigencia tradicional.
Esta nueva agenda política no solamente recoge demandas contra la inflación, la exclusión social, la inseguridad, la corrupción, el centralismo y los desbordes palaciegos, sino que incorpora también asuntos tales como el respeto a todas las diferencias sociales y personales (pluralismo), garantías de justicia independiente, eficaz y accesible, defensa del ambiente, del paisaje y de la identidad de las ciudades (desarrollo sustentable), y la sobriedad republicana.
El próximo turno político deberá entonces plantearse, necesariamente, reformar incluso la democracia, para reducir delegaciones y centralismos, fomentar la participación cívica en la gestión y en el control y, sobre todo, para garantizar la inmediata operatividad de los derechos fundamentales sociales y de libertad. Vale decir, para avanzar hacia una democracia constitucional, federal y con vocación cosmopolita.
Una reflexión de cara al futuro político, plantea grandes interrogantes: ¿Existen dentro del peronismo actual los factores de cambio que permitirían la fundación del cuarto peronismo? O, por el contrario: ¿Las ideas y los liderazgos en condiciones de formular la nueva agenda, construir la imprescindible mayoría, y gestionar el programa transformador, residen fuera de lo que se conoce con el nombre genérico de movimiento peronista?
Salta, 30 de junio de 2012 (Para el diario "El Tribuno")

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