domingo, 3 de marzo de 2013

Los sindicatos frente a la inflación: De Celestino Rodrigo a Cristina Kirchner


 
La trayectoria de la negociación colectiva laboral está estrechamente ligada a nuestra historia económica y política. Si bien la Ley 14.250 de 1953 potenció la herramienta y consolidó el modelo de sindicato único, los convenios colectivos soportaron largos años de congelamiento. Sobre todo, tras el estallido de 1975 cuando la desmedida presión sindical, la inmoderada respuesta del Ministro Celestino RODRIGO, la acción terrorista y la debilidad del Gobierno de Isabel PERÓN, se articularon para desordenar por largo tiempo la producción y la marcha de la economía y, como no, para dar alas a la barbarie golpista.

La reinstalación de las paritarias se produjo recién en 1989, cuando el Presidente ALFONSIN, luego de años de vacilaciones, volvió a convocarlas. Desde entonces, han transcurrido casi 25 años durante los cuales los sindicatos negociaron en un marco de relativa estabilidad y libertad económica.

En los años de la convertibilidad, sin apenas inflación y con elevado desempleo, los sindicatos oficiales asumieron tres tareas para la cual no estaban preparados: Defender el empleo, fomentar la contratación de nuevos trabajadores, y negociar la reconversión impuesta por las privatizaciones y por las reformas de mercado.

En las postrimerías del “uno a uno”, la mayoría de los sindicatos confederados se mostró partidaria de la devaluación, pese a las evidencias de que tal medida provocaría una brusca caída del poder de compra de los salarios y de las jubilaciones. En cualquier caso, esta caída y la reaparición de la inflación revitalizaron, paradójicamente, la acción sindical.

Fue entonces cuando los asalariados en blanco volvieron la mirada hacia las viejas estructuras representativas encomendándoles la negociación de ajustes salariales que paliaran los terribles efectos de la devaluación de 2002 y de la reaparecida inflación.

Luego de un bienio en el “infierno”, que empobreció a los trabajadores y sumió en la indigencia a los excluidos, los sindicatos pudieron ofrecer a sus bases salarios tendencialmente buenos y beneficiarse de la mejora de todos los indicadores del mercado de trabajo.

A partir de 2004, los sindicatos encararon esta tarea apelando a las viejas tácticas de negociación y presión que, en realidad, son las únicas que conocen y que deben a Augusto VANDOR, el último estratega del movimiento obrero peronista: Exigencia de paritarias libres, rechazo a formas de concertación social que impliquen controles sobre los salarios, complicidad con el Gobierno, concesiones a la patronal a cambio del aval al modelo de sindicato único, verticalismo y centralización del proceso de negociación colectiva.

Desde entonces y al menos hasta 2011, los sindicatos con personería gremial se mostraron conformes con la marcha de la negociación colectiva y, por extensión, con la política económica de los Gobiernos KIRCHNER. La conjunción de ambos factores produjo resultados globalmente positivos, aunque desparejos, para los trabajadores registrados, y contribuyó a potenciar la creación de empleo en un contexto de fuerte crecimiento económico.

Pero en los últimos dos años las cosas han cambiado y es harto improbable que los sindicatos confederados puedan reinstalar el escenario que alumbró el Pacto KIRCHNER-MOYANO.

Carentes de mentes estratégicas, los viejos sindicatos peronistas se encuentran ante nuevos desafíos: Creciente inflación, Gobierno reacio a mantener antiguas complicidades, ralentización de la economía, apropiación por el Estado de una parte de los salarios en blanco, lento avance de la desocupación, fin de la exuberancia fiscal, y agotamiento de las ganancias que la mega devaluación de 2002 reportó a las grandes y medianas empresas.

A juzgar por su accionar en las mesas paritarias, los líderes sindicales tradicionales mantienen su rechazo a la negociación tripartita de una política nacional de rentas.  Las únicas novedades que presenta su actuación consisten en reducir el plazo de vigencia de los convenios colectivos y bregar por la reforma de las escalas del impuesto a las ganancias.

Sin embargo, es probable que el señor MOYANO y otros de aquellos líderes intuyan que aun cuando sus viejas estrategias de presión pueden todavía lograr en algunos sectores incrementos salariales por encima de la inflación, lo más probable es que este éxito termine potenciando la estatización de empresas (en el sector eléctrico, por ejemplo) y favoreciendo a quienes demandan un “rodrigazo”; vale decir, una gran devaluación y un simultáneo incremento de las tarifas atrasadas.

Está claro que, de ocurrir este nuevo desastre macroeconómico, dañino para los trabajadores, los jubilados, los demandantes de empleo y los perceptores de ayudas asistenciales, la CGT (en todas sus versiones) encontrará fáciles argumentos para trasladar las culpas al Gobierno, a la patronal y, si acaso, a la sinarquía.

Pero no estaría de más que volvieran sus miradas a la ronda negociadora de 1975, reflexionaran de modo autocrítico sobre la actuación de los líderes sindicales de aquel entonces (para lo cual nada mejor que leer a Juan Carlos TORRE), y se pusieran a trabajar para impedir aquello que la mayoría de los argentinos no desea que ocurra.

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