Los enamorados del Estado como supremo hacedor de la “grandeza de la patria y la felicidad del pueblo", me parecen tan desencaminados como los fundamentalistas del mercado que idolatran la “mano invisible”.
Al menos me sorprende que no se hagan cargo de las falencias que, para desazón de los ciudadanos, muestra ese Estado en cuanto responsable primario de ciertos servicios esenciales.
Días atrás me referí a los pésimos resultados de la educación pública, no con el propósito de descalificar al Estado educador, sino con la intención de llamar la atención de la ciudadanía.
Pero el balance no es mas halagüeño cuando se analizan otros servicios esenciales como lo es el ejercicio del poder de policía en todos los campos de la vida urbana y rural.
Mientras que la debilidad de la policía encargada de la seguridad interior es palpable, la ausencia del poder de policía del Estado en otros ámbitos es igual de patética y grave.
Cualquiera de nosotros que soporte ruidos molestos, las tropelías de los animales sueltos o los delirios de automovilistas y motociclistas en los caminos, sabe que no hay autoridad capaz de restablecer el orden y garantizar la seguridad.
Lo mismo le sucede a todo salteño que se indigne por la depredación de bosques y faunas, la contaminación de ríos y sitios públicos, la presencia de intrusos en las ondas radiales, o la mala calidad de los servicios concesionados (sea la recogida de basura o la telefonía).
Aunque cueste reconocerlo, el poder de policía del Estado, en su mas amplia acepción, está vacante desde hace largos años.
Para colmo, en las exiguas oficinas encargadas de hacer cumplir las leyes (el Código de Aguas, por ejemplo), no faltan funcionarios permeables al poder seductor del interés particular.
(Para FM Aries)