domingo, 24 de marzo de 2013

Miradas estrecha y mirada cosmopolita sobre el Papa Francisco


La elección de nuestro Cardenal Jorge BERGOGLIO ha colmado de alegría a la mayoría de los argentinos y dejado un regusto amargo en la boca de unos pocos. Pasados los primeros momentos de perplejidad, todos quienes vivimos en esta Nación nos hemos dado a la tarea de comentar y analizar la magna decisión. Advierto, de lo que llevo leído y escuchado en esta suerte de gran asamblea argentina, un cierto predominio de las miradas localistas que permiten a algunos hablar de un “Papa argentino” y a los más audaces de un “Papa peronista”.

Pienso que ambas especulaciones carecen de sentido y revelan el simplismo y la estrechez mental de quienes las proclaman; sucede que, “cuando salimos de nuestras aldeas al mundo global, descubrimos que el mundo no se parece a muchas de nuestras lecturas”. Ambas versiones del nuevo Papa desconocen tanto la universalidad de la Iglesia Católica como la naturaleza de la institución, y malinterpretan los alcances del acercamiento de BERGOGLIO a la vida política setentista.

Con independencia del lugar de su nacimiento, el Papa es un hombre al servicio de una misión global, llamado a tener una mirada comprensiva de todas las cosas creadas. No obstante, es también cierto que la pertenencia del Papa a determinada comunidad nacional es un factor que ejerce una cierta influencia sobre su modo de ver la humanidad, el mundo y sus problemas.

En este sentido, el Papa Francisco lleva largos años de compromiso con los conflictos que agobian a la sociedad de los argentinos. Fue así como a comienzo de los años 70, el entonces padre Jorge, cercano a la “Mesa del Trasvasamiento Generacional”, nos alertó acerca de las nefastas consecuencias del terrorismo mesiánico; su prédica luminosa nos alejó de la violencia, contribuyó a salvar vidas e inmunizó a muchas almas contra el odio.

Al menos desde esos lejanos años, en nuestro país imperan la confrontación y la pobreza, y emergen antivalores que, contemporáneamente, tienden a ser presentados como parte de una nueva normalidad progresista.

Padecemos una vida política envenenada por odios cruzados que, últimamente, se han convertido en motores de una maquinaria que nos arrastra hacia el abismo de la decadencia y la insignificancia. El desprecio a los principios republicanos (vale decir, el remplazo de la sobriedad por el boato, de la periodicidad de los mandatos por las relecciones), la politización de la justicia (para ponerla al servicio de la persecución de los insumisos), la descalificación del perdón, y la manipulación del pasado (para reescribir la historia) forman parte de una sólida estrategia al servicio de la construcción de un poder absoluto.

Soportamos, también desde hace mucho tiempo, elevados niveles de pobreza material y espiritual que, por encima de trucos estadísticos, muestran una sociedad peligrosamente fragmentada. Con el agravante de que las políticas asistenciales (posibles gracias a la súper-renta agropecuaria y, ciertamente a la decisión del Gobierno), están puestas al servicio de una maquinaria electoral que procura la perpetuación de un ideario político y de un estilo de ejercer el poder.

El Cardenal Jorge BERGOGLIO alertó permanentemente contra las lacras sociales de la confrontación y la pobreza. Lo hizo, por ejemplo, en junio de 2010 con motivo de la presentación del documento “Consenso para el Desarrollo” (en cuya redacción participé). En esta oportunidad, expresó que “la República tiene su carta de navegación y el itinerario de la gestión política en la propia Constitución Nacional”.

Pero además de este énfasis constitucional y republicano, el Cardenal insistió en su prédica en favor del consenso como energía constructiva capaz de contener pluralidad de miradas, y superior a la confrontación que, si bien puede llegar a construir lo hace al precio de fracturar las sociedades que cultiva antagonismos.

Mirada cosmopolita: Paz, libertad e igualdad

Si la trayectoria intelectual y pastoral de nuestro Cardenal se proyecta o traslada al escenario global, es posible imaginar a un Papa empecinado en lograr la paz mundial, en promover el desarrollo equitativo y equilibrado basado en la solidaridad y capaz de eliminar la pobreza de la faz de la tierra.

Las religiones tienen mucho que decir y aportar en el ámbito de la paz mundial. Se trata, tal y como afirmaba BERGOGLIO en los años 70, de privar de argumentos religiosos a las guerras que hoy enlutan el planeta. Nadie puede matar, torturar o secuestrar a nadie pretendiendo que lo hace en nombre de un Dios (sea este una divinidad o una ideología divinizada).

Su idea de que la igualdad es plenamente compatible con la libertad, me parece de enorme significado en un mundo donde son presentados como objetivos contrapuestos. No es posible ni admisible alcanzar la igualdad (o caminar hacia ella) cercenando las libertades; tampoco, construir recintos amurallados de libertad rodeados de millones de excluidos y explotados.