viernes, 26 de noviembre de 2010

Vaqueros, potencia hídrica y forestal

Vaqueros, mi pueblo adoptivo, es un sitio de inusitada belleza, de valiosas especies forestales, de animales exóticos, de enorme potencial turístico, y de antigua paz provinciana. Un pueblo que, además, se transforma día a día al ritmo que marca el crecimiento desordenado del área que se conoce con el nombre de “Gran Salta”.

Sus 240 Km2 de superficie albergan a poco más de 5.000 habitantes, una cifra que aumenta a pasos agigantados, según los datos del interesante libro “Vaqueros un lugar con historia” escrito por un equipo de la UNSA coordinado por doña María Isabel Tolaba.

Si bien sus reservas de agua, bosques y biodiversidad no han sido científicamente mensuradas, hay indicios de que tienen una magnitud que permite calificarlas de estratégicas para el futuro del Valle de Lerma y de otros espacios aledaños.

Estas enormes riquezas están siendo ya víctimas de maniobras especulativas, de carácter inmobiliario, hídrico, forestal o agrícola, que buscan el lucro inmediato, rompiendo los equilibrios medioambientales y sin respetar los derechos de las futuras generaciones. Y todo parece indicar que este tipo de operaciones habrá de multiplicarse en el futuro inmediato.

Desde el punto de vista de las instituciones, es poco lo que se ha progreso desde los lejanos tiempos cuando Vaqueros era poco más que la finca del ilustre Senador don Carlos SERREY.

El Municipio, creado en 1970, carece de los medios elementales para llevar adelante aquello que se supone son sus tres cometidos esenciales: a) Ejercer el poder de policial ambiental, forestal, hídrico y urbanístico; b) Definir y controlar la ejecución de los planes estratégicos pensados para administrar los recursos naturales.; y, c) Promover la convivencia, proveer los servicios esenciales y atender las necesidades sociales.

El marco jurídico definido por las Ordenanzas Municipales es de una enorme precariedad, tanta como la de sus servicios públicos de información, recaudación y control. Lagunas legislativas, publicidad deficiente de las normas y difícil acceso a los procedimientos de aplicación de las mismas, conforman un cuadro preocupante.

Pienso que Vaqueros debería definir urgentemente un rumbo que le permita, de un lado, alcanzar los beneficios de la Ley de Bosques y, de otro, contar con un Plan Estratégico de desarrollo compatible con la conservación del medioambiente y de los recursos naturales. Para lograrlo, además de la buena voluntad de las autoridades, hace falta una amplia movilización ciudadana que incluya el concurso de voluntarios imbuidos de los nuevos principios que defienden a la madre tierra de la especulación y de las agresiones.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ante la muerte de Mario Salvadores

Queridos amigos:

La familia de Mario me ha concedido el alto honor de despedir sus restos mortales y evocar su trayectoria.

Lo haré, más que como un amigo de Mario, como uno de sus compañeros de sueños y amarguras.
Siendo jóvenes, en los años 60 y 70, compartimos la ilusión de contribuir a la forja de un país más libre y más justo. Cometimos seguramente muchos errores, pero jamás practicamos ni prohijamos la violencia política.

El compromiso de Mario con aquellos ideales fue intenso, valiente y generoso, en tiempos difíciles para todos los argentinos.

Como todos ustedes saben, los que albergaban designios sectarios y mezquinos esperaron el mejor momento para castigarnos duramente.

Siendo Juez, Mario cumplió con su deber procesando a responsables de torturas, sin olvidar su deber de proteger la integridad física de esos mismos procesados.

Pronto los agentes del odio hicieron sentir su poder: detuvieron a Mario, en mi casa, violando su investidura. Más tarde, le forzaron al exilio interior, con sus secuelas de dolor y de penurias.

Conocí de las penurias de él y de su familia en Buenos Aires. Y encontramos, nuevamente juntos, fuerzas para seguir viviendo con ese mínimo de dignidad que no siempre hacen posible los exilios.

Mario, como muchos de sus amigos, tuvo conciencia de quiénes habían sido los perseguidores y los instigadores. Pero nunca, ni aun cuando las circunstancias políticas habían felizmente cambiado, Mario buscó venganza ni revanchas. Era un ser humano impermeable a los odios.

Establecida la democracia, los poderes republicanos decidieron, en un gesto que les honra, reinstalar a Mario en el Poder Judicial, esta vez como juez de familia, cargo que desempeñó no sólo con lealtad y patriotismo sino con sensibilidad humana y solvencia jurídica.

El paso del tiempo produce, como se aprende con los años, distanciamientos o quiebras generacionales que sólo el talento, la tolerancia y la frescura intelectual ayudan a sobrellevar o mitigar.

A Mario, como a muchos de nosotros, le marcó el sesentismo europeo y latinoamericano. En este sentido, éramos y somos hombres y mujeres de otro tiempo no necesariamente mejor.

Y de allí nuestra también común perplejidad por los cambios operados en la política argentina y salteña (vale decir, en los escenarios de una de nuestras más intensas pasiones).

Nuestros ojos y nuestra inteligencia constataron -casi impotentes- la superposición de la hora de los enanos, con la hora de los logreros y con la hora de los impostores.

Una sumatoria que ha relegado a personalidades como las de Mario (un hombre bueno, justo, honrado, altruista) al desván de los réprobos políticos.

Hoy, en el campo de la política vivida como espectáculo y ligada a sentimientos egoístas, los honores están reservados a los poderosos. Vale decir, a los que mandan, a los que disciernen premios y castigos, a los opulentos, a los que desprecian.

Tuve pocas pero sustantivas oportunidades de hablar con Mario en estos últimos años. Me bastaba verlo sonreír para comprobar que aquella vieja amistad, aquellos sueños compartidos seguían intactos, ejerciendo de lazo indestructible entre nosotros, por encima de los años, de los desengaños propios y de las miserabilidades ajenas.

Nos asistía la esperanza de que aquellas horas enanas están condenadas a dar paso a un tiempo mejor y nuevo.

Sé que Mario, nuestro querido Renato, está en la república de los justos. Y eso ayuda a sobrellevar el dolor de su muerte.

martes, 23 de noviembre de 2010

De enanos, logreros e impostores

El General Juan Domingo Perón marcó, es sabido, al menos tres décadas de la historia argentina. Su influencia, en muchos casos determinante, se basó en su gestión de gobierno, en sus maniobras políticas y militares, en una singular capacidad para interpretar los acontecimientos mundiales y locales, y en su habilidad para conectarse casi artesanalmente con la mayoría de los ciudadanos a través de un lenguaje expresivo, cargado de metáforas y de giros idiomáticos en donde viejos saberes se mezclaban con sorprendentes picardías.

Después de derrocado por el golpe militar de 1955, Perón acuñó una frase que expresaba su desencanto con el comportamiento de las elites argentinas: “Esta es la hora de los enanos”. Una afirmación con la que pretendía remarcar lo que a su juicio era la decadencia moral e intelectual de quienes ocupaban los primeros planos en el horizonte político, incluso dentro de sus propias filas.

Más adelante, cuando era ya inminente su retorno triunfal a la Argentina setentista, Perón alertó acerca de la llegada de una nueva hora: “La hora de los logreros”. Presentía, seguramente a partir de su experiencia directa, que la política argentina sería invadida por personajes que venían a lucrarse por cualquier medio.

Mientras que la llamada “infiltración izquierdista” en el peronismo fue un fenómeno conocido en aquellos años y viene siendo estudiado desde entonces, el desembarco de los logreros en el seno del mismo peronismo es un acontecimiento que permanece en las sombras y que no ha sido analizado hasta ahora por los científicos sociales dada su magnitud y esa misma oscuridad.

Hay quienes se preguntan cuál es la duración de estas “horas” anunciadas por Perón. Los más sagaces llegan a la conclusión de que esas horas en realidad son, como en el tango “Cambalache”, siglos acumulativos. Horas de largo recorrido que tiñen nuestra vida política agobiada por la presencia simultánea, brava y hegemónica de enanos y logreros.

Hace un par de noches, mientras me comentaba sus últimas hazañas inter-étnicas y non sanctas, el último peronista salteño e ilustrado, me dijo con esa honda tristeza que preanuncia la ancianidad: “Armandito, esta es la hora de los impostores”. Según su particular punto de vista, los políticos exitosos de hoy son aquellos que averiguan, a través de sofisticadas encuestas, cuáles sean los deseos y las opiniones dominantes para plegarse a ellas aunque resulten contrarias a sus trayectorias o a sus convicciones más íntimas.

Y citó el caso de poderosos contemporáneos (nacidos en cuna de oro o en pedreras), genéticamente oligarcas, que en un rapto de simulada modestia y sintiéndose un hombre de Estado dicen: “Me gustaría ser recordado por la posteridad como alguien que dio su vida por los humildes”.