Juan Domingo Perón, uno de los grandes protagonistas de la segunda mitad del siglo pasado, luego de prohijar o tolerar la fragmentación del país en mitades irreconciliables, procuró rectificar convirtiéndose en un adalid de la paz, de las instituciones de la república y de la reconciliación. Pero el mesianismo armado, en sus dos vertientes (trotskista y seudo peronista) trabajó sin descanso para imponer a la Nación una dictadura armada. Muchos de los herederos de aquel delirio bregan hoy por los mismos objetivos sectarios, excluyentes y antidemocráticos.
A su vez, la gran crisis de 2001 y las soluciones políticas adoptadas para reconstruir la gobernabilidad, terminaron por destruir las instituciones de la república y los principios que generan consensos.
En este contexto, el mesianismo de siempre (esta vez desarmado) se propone profundizar “su” revolución e imponer a la accidental minoría (el 46% de los argentinos), una Carta sectaria, dictada por iluminados que quieren rescatar del error a quienes defendemos los grandes pactos constitucionales prexistentes (el de 1853 inspirado por Juan Bautista Alberdi; el de 1994 signado por Carlos Menem y Raúl Alfonsín), sin olvidar el consolidado artículo 14 bis de la Constitución.
Naturalmente, luego de un período de perplejidad, el Bloque Constitucional Argentino (por llamar de alguna manera a un espacio que carece por el momento de una sigla identificadora) comienza a reconstituirse y suma adhesiones que provienen tanto de la derecha como de la izquierda del desarticulado sistema de partidos políticos, de sectores del movimiento obrero, estudiantil y empresario, tanto como de representantes de las nuevas inquietudes y de las nuevas necesidades colectiva.
Este naciente consenso republicano lucha por la independencia del Poder Judicial, por el federalismo, por las libertades individuales y colectivas, por los derechos sociales y ambientales, por la pacificación definitiva de la Nación. El próximo 8 de Noviembre, este Bloque habrá de expresarse en calles y plazas, pacíficamente, sin haber constituido aun instancias representativas, pero con una firmeza y entusiasmo que preocupa a quienes se consideran dueños de todos los espacios y de todas las ideas benéficas.
Mientras, en el intrincado mundo peronista (que, una vez más, se despliega dentro del Gobierno pero también en la oposición), se tejen y destejen las alianzas, liderazgos y propuestas de recambio al neo kirchnerismo.
El futuro inmediato
Si las
grandes tendencias políticas y de opinión que se despliegan en la Argentina
contemporánea siguen sus respectivos libretos unidimensionales (verdaderas
líneas paralelas condenadas a no encontrarse nunca), deberemos prepararnos para
un largo ciclo de desencuentros. Puede, entonces, que el mesianismo en el poder concrete sus designios absolutistas y, en contrapartida, las fuerzas de oposición extremen sus acciones y respondan con una estrategia de enfrentamientos en donde el anti kirchnerismo sea la alternativa.
Esta pobre trayectoria, cuyas consecuencias en términos de paz, bienestar y calidad institucional conocemos, habría de terminar cuando los argentinos lográramos encumbrar a líderes mentalmente jóvenes, éticamente sanos, de visión cosmopolita y convencidos demócratas capaces de recrear, con los matices imprescindibles, el mítico abrazo Perón-Balbín. O, mejor aun, en condiciones de regenerar las fuerzas representativas y conducirlas hacia los no menos míticos Pactos de la Moncloa.
Por supuesto, lo que definitivamente ocurra habrá de depender mucho de la oposición. Pero, sobre todo, resultará de la actuación de la actual Presidenta de la República que, tras un lustro de ejercicio del mando, puede sucumbir ante el discurso nacional-populista y encabezar una operación dinástica, condenándonos al atraso y, si acaso, a la violencia.
No obstante, existe también la posibilidad de que doña Cristina Fernández de Kirchner, en la soledad que es propia de quien se sitúa en el vértice de un poder personalista, pensando en términos de responsabilidad histórica, tome las medicinas apropiadas para expulsar de su cuerpo y de su mente las enfermedades del poder, y convoque a un gran consenso político, económico y social.
Si se decidiera por este segundo camino, tendría, por supuesto, que abandonar su idea de fragmentar, despreciar y ningunear a la oposición realmente existente, dejar de lado los proyectos de instituir aquella constitución nacional-populista y excluyente, garantizar de inmediato la independencia de los jueces, encabezar la lucha contra la corrupción y el descontrol, comprometerse en la defensa de todas las libertades. O sea: La Argentina y los argentinos estamos, una vez más, frente a una encrucijada apasionante y definitoria de nuestro futuro. De nosotros depende.