viernes, 24 de septiembre de 2010

En memoria de mi padre

(Reproduzco un artículo de mi autoría publicado hace diez años en www.iruya.com)


Este 29 de Septiembre, mi padre, Don José Armando Caro, habría cumplido 100 años. Abierto como era a las nuevas ideas y a las nuevas tecnologías, muy probablemente utilizaría Internet para comunicarse con el mundo en reemplazo de la radiotelefonía que, junto con la política, fueron sus dos grandes y precoces aficiones.

En materia política, seguramente continuaría preocupado por trascender los límites estrechos del localismo, por instalar en la Argentina y en Salta una democracia moderna y plena. Trataría, también, de inculcar a los jóvenes, familiares o no, la necesidad de defender la biodiversidad (verdadero eje de una política contemporánea de progreso), y de luchar con inteligencia en pos de mayores niveles de libertad y de igualdad. Con certeza, tomaría distancia de la operación pomposamente llamada "norte grande", que tiende en realidad a coaligar zonas pobres para perpetuar su marginación y las prácticas feudales. En este sentido, un MERCOSUR regionalizado e incluyendo a Chile, Bolivia y Perú, sería su opción estratégica para superar el atraso y derrotar a la pobreza secular.

La radiotelefonía primero, y los viajes después, convirtieron a este salteño nacido al lado de la vieja estación ferroviaria de Cerrillos en un verdadero ciudadano del mundo, sin que ello le alejara de los valores superiores y de la cultura mestiza arraigada en el Valle de Lerma. Mi padre, un auténtico heterodoxo, era capaz de alternar el poncho salteño con una prolija capa madrileña con esclavina o, en los años difíciles de la dictadura de los años 60, mantener en inglés, largos diálogos sobre filosofía y religión con un pastor protestante radicado en Cerrillos. La enorme antena de radio y el diálogo con personas de diferente condición social o intelectual, solían provocar murmuraciones de transeúntes poco informados, cuando no la visita de cabos y comisarios prontos a ejercer todo tipo de censura.

Del radicalismo al peronismo

Para él, miembro de una familia que había sufrido persecuciones en Salta ya a principios del Siglo XIX, esto no era una sorpresa. Siendo muy joven, adscribió al Partido de Alem e Irigoyen donde desempeñó importantes funciones (delegado por Salta a la Convención y miembro de su Comité Nacional), y desde donde se proyectó como un líder estudiantil nacional, llegando a ser Presidente de la Federación Universitaria de La Plata. Su actuación en este campo le permitió tratar, y ayudar, a muchos de los intelectuales republicanos españoles que, como el gran Rafael Alberti o Don Luis Jiménez de Azua, encontraron aquí refugio y alivio a sus dolores. Y también trabar relaciones con lo más granado de la clase dirigente argentina y latinoamericana (Andrés Townsend Ezcurra, entre otros).

Más tarde, el abierto giro a la derecha que significó el apoyo de la UCR a la fórmula encabezada por Don Robustiano Patrón Costas, le alejó del radicalismo acercándolo a los grupos que luego se sumarían a la convocatoria del Coronel Juan Domingo Perón.

Ya en el ámbito salteño, se incorporó al peronismo con personalidades tales como los hermanos Cornejo Linares o San Millán. Mientras el peronismo fue Gobierno en Salta, puede decirse que sus afinidades más acentuadas fueron con la gestión de dos Gobernadores que se movían el centro del espacio político peronista: Don Carlos Xamena (un enfermero que supo desarrollar una gestión exitosa, transparente y volcada a la justicia social); y Don Emilio Espelta (un excelente organizador y buen administrador de los recursos públicos).

Su trayectoria dentro del peronismo es bastante conocida. Sin embargo, lo son menos sus permanentes esfuerzos por democratizarlo políticamente y renovarlo en sus aspectos programáticos. En este sentido, me limitaré a recordar tres acontecimientos significativos.

El primero sucedió en 1952 y tiene que ver con su rechazo a la decisión del Gobierno de entonces de obligar a todos los docentes a llevar luto por la muerte de Doña María Eva Duarte de Perón, por entender que tal medida afectaba a la dignidad de cada cual. El segundo, polémico como todos, fue su apoyo, en 1963, a su amigo Don Alberto Serú García como candidato a Gobernador de la Provincia de Mendoza, en abierto desafío al más cerrado verticalismo que impedía la maduración del Partido Justicialista y retrasaba su compromiso con las prácticas democráticas. El tercero, ya en 1975, se refiere a su impulso a la elección del Senador Don Ítalo Argentino Lúder como Presidente Provisional del Senado, contrariando a los sectores ultramontanos que contribuyeron a la destrucción de la estabilidad democrática y apartándose de quienes ofrecían como única alternativa la defensa cerrada e incondicional de la entonces Presidenta y su entorno.

Durante sus largos años de actuación política experimentó éxitos y fracasos. Tuvo responsabilidades legislativas y ejecutivas, pero también soportó cárceles, persecuciones y la feroz marginación con que las sociedades estrechas castigan a los derrotados políticos. Por experiencia, y por convicciones republicanas, sabía de la periodicidad de los cargos públicos. Esta experiencia, que ejemplifica muy bien la virtual deportación de Santiago del Estero que su familia sufrió tras el golpe de 1955, nos sirvió luego a sus hijos para saber de lo efímero de los honores públicos, vedándonos cualquier tentación de perpetuarnos en posiciones de poder.

En defensa de una democracia tolerante y consensual

Fue, seguramente, la certeza de que los odios políticos nos retrasaron como nación, dividieron familias y alimentaron la violencia terrorista, lo que le hizo un sólido defensor de la tolerancia y de la paz civil y un buscador de consensos. Así, por ejemplo, siendo Diputado Nacional durante la Presidencia de Don Arturo Illia bregó por un acuerdo entre radicales y peronistas, que facilitara la gobernabilidad del país e impidiera un nuevo golpe militar. Este acuerdo estuvo a punto de alcanzarse merced al apoyo de radicales como Don Juan Carlos Pugliese y de muchos peronistas, sin olvidar la participación institucional de su hermano el General Don Carlos Augusto Caro, pero finalmente resultó frustrado por la traición de algunos y el surgimiento del primer pacto sindical militar de clara intencionalidad antidemocrática.

Todos los golpes militares contra el Estado de derecho le tuvieron como un firme adversario. Estuvo contra el derrocamiento y escarnio del Presidente Irigoyen. Resistió las prácticas de la Revolución del 55, llegando a conspirar para restablecer el orden constitucional. Se enfrentó, con palabras y con hechos, a la dictadura de Onganía, período durante el cual se soldó en Salta una férrea alianza entre la vieja guardia y los jóvenes recién llegados al peronismo; en 1970, con 60 años encima, lo vi correr por la Plaza 9 de Julio ante la carga de la policía montada al grito de "cosacos", el mismo apelativo que usara en los años 30 en Córdoba, Rosario o La Plata contra las policías bravas que protegían las prácticas electorales fraudulentas. Descreyó y combatió la violencia y los crímenes montoneros. Alentó, desde sus comienzos, la resistencia multipartidaria contra el bárbaro ciclo inaugurado en 1976 por Jorge Videla.

Política, cultura y tecnologías

Mi padre era, por temporadas, un lector culto y atento, y no solo de temas vinculados al mundo jurídico. Su biblioteca, varias veces arrasada por censuras, lluvias y malos amigos, de esos que no devuelven libros prestados, contenía textos de buena y plural literatura (desde Las Mil y una Noches, a Rubayatt; de Sthendal a Julio César Luzzato, Juan Carlos Dávalos y Manuel J. Castilla, pasando por Thorton Wilder), de filosofía y ciencia política (Alberdi, Ingenieros, Korn Villafañe, de Vedia y Mitre, Harold J. Lasky, o Max Sheller), y de derecho (Jiménez de Azua, Rivarola, Reimundín). Hacia 1970, mucho antes de que el peronismo oficial se reconciliara con Jorge Luis Borges, era uno de sus entusiastas lectores. Tuvo, en 1976 inmediatamente después del golpe, la ocurrencia de regalarme las Obras Completas de Borges, libro que me acompañó durante mi reclusión preventiva y mis primeros años en España.

Su biblioteca cumplió, en el seno de la familia, al menos dos funciones: Una, hacernos a todos sus hijos amantes de la lectura y de los libros. Otra, sugerirnos algunas pautas de lecturas, en todo caso muy plurales. En este sentido, la afición tardía de mi padre por la Biblia, hizo que, pasados los años, descubriera yo mismo el intenso placer de su lectura libre y lo enriquecedor de la sabiduría que sus libros contienen, por encima de todo dogmatismo religioso.

Pero la mayor cantidad de volúmenes correspondía a libros y revistas de radiotelefonía y comunicaciones, que integraban probablemente una de las bibliotecas mas completas de Salta. Y lo fue casi con seguridad, luego de que recibiera el enorme caudal de revistas científicas, en castellano e inglés, que Don Juan Carlos Salomone, un precursor de la globalización, había acumulado en La Viña.

Las ciencias de las telecomunicaciones eran, como dije, una de las pasiones constantes de mi padre. El rigor con que abordaba estos temas, le permitió estar siempre al día de los avances tecnológicos e incluso participar en su desarrollo, como en el caso de la antena que diseñara (DDP), o en el de las investigaciones sobre banda lateral única (SSB) que a la postre resultaron precursoras de la telefonía móvil.

En otro orden de cosas, por aquella época, y estoy refiriéndome a la Salta de los años 50 y 60, existían múltiples lazos entre los políticos y el mundo de la cultura. Así lo atestiguan no solo la presencia de hombres muy cultos que actuaban directamente en política (caso, por ejemplo, de Don Francisco Álvarez Leguizamón o, mas próximo en el tiempo, Pedro González), sino las frecuentes tertulias mixtas donde se hablaba de literatura, música, pintura y política. En este tren, por mi casa de Cerrillos solían pasar poetas (como los hermanos Dávalos), músicos (como Don Gustavo Leguizamón, Leda Valladares, Eduardo Falú o, mas recientemente, Dino Saluzzi), narradores costumbristas (como César Perdiguero), o pintores eximios como Antonio Yutronich. Sin olvidar la ocasional visita de María Elena Walsh.

Un hombre austero y discreto

Ejerció sus responsabilidades públicas con lealtad a la Constitución y a los principios republicanos. Era, si se me permite utilizar una frase no por actual menos vulgar, un hombre de perfil bajo. Eligió siempre la sobriedad y el respeto a todos los ciudadanos y, de modo especial, a sus ocasionales adversarios políticos. Desde muy pequeños sus hijos escuchábamos de su intención de escribir un libro que llevaría por título "La estupidez de creerse importante"; era su modo de marcar distancias con quienes, en Salta y fuera de ella, presumían de títulos, honores y poderes; de quienes ante el menor incidente callejero bramaban el consabido "¿usted no sabe quién soy yo?", a la par que exhibían un portafolio o extraían un carné que los situaba por encima de las leyes y de las reglas sociales.

Si es atinada la diferencia que André Gide marca en su Diario, entre los líderes nuevos que pretenden un éxito inmediato y aquellos que encontraban de lo más natural ser desconocidos, inapreciados e incluso desdeñados hasta pasados los 45 años, Don José Armando Caro era de estos últimos y, como tal, un prolijo cultor de la sobriedad y la austeridad.

Por supuesto, como la mayor parte de los políticos salteños de su generación, no se enriqueció y concurrió a las citas políticas con una constante vocación de servicio. Nunca aceptó las becas y prebendas que en los años 50 venían asociadas a los cargos públicos (permisos para importar autos sin impuestos, terrenos en zonas privilegiadas, créditos blandos).

Las persecuciones a la par que le impidieron retomar su profesión de abogado, le obligaron a subsistir estrechamente con los magros ingresos de un taller de electricidad donde arreglaba planchas, tocadiscos y amplificadores, en sociedad con un grupo humano excepcional compuesto de antiguos artesanos que hacían un culto de la fraternidad y del trabajo por encima de banderías políticas. Mas tarde sus conocimientos en materia de comunicaciones y el buen sentido de varias familias de Cafayate empeñadas en romper el aislamiento, le convirtieron en un técnico encargado del diseño y mantenimiento de la red local de telecomunicaciones.

Aunque a algunos pueda extrañar, Salta tiene varias cosas en común con las prácticas vaticanas medioevales. El nepotismo es una de ellas. Pues bien, Don José Armando Caro nunca lo practicó cuando ejerció cargos públicos y lo repudió como un hábito no por extendido menos malsano, lo cual no dejó de traerle algunos roces con quienes no entendían su empecinamiento en apartarse de algo tan común a todas y por encima de adscripciones partidistas. Dentro de la vida interna del peronismo, le molestaba sobremanera que amigos o adversarios se refirieran al carismo como una línea política centrada en lealtades sanguíneas y que alimentaba sus cuadros en la cantera familiar.

Pudiendo quizá haber apadrinado una operación de tal intencionalidad, fue siempre contrario a este tipo de prácticas que estimaba propias del caudillismo subdesarrollado.

Un buen padre de familia

Don José Armando Caro creyó siempre en la familia como unidad que vertebra las sociedades, incluso las más modernas. Así lo había aprendido de sus mayores, y fue agente y sujeto pasivo de la solidaridad familiar, sin creer, como queda dicho, que esta solidaridad deba ejercerse con recursos del Estado a través del nepotismo. Y es bueno recordar esto ahora que, luego de muchos años de desdén por el hecho familiar, las mas modernas corrientes sociológicas lo revalorizan como parte inestimable del capital social de las naciones mas exitosas.

Un breve paréntesis me permitirá traer a colación otra muestra de la penetrante capacidad analítica de mi padre. Cada vez que nos vimos (y fueron afortunadamente muchas veces) durante mi larga estadía en España y en las charlas que mantuvimos una vez producido el regreso, yo mostraba los enormes contrastes entre las realidades política, económica y social de la Argentina y España; y expresaba mi ansiedad y mi disgusto por la incapacidad de los argentinos (y en concreto, de su clase dirigente) por emprender el camino de la modernización. Mi padre, aun compartiendo la crítica al escenario local y sus actores, me tranquilizaba explicando que aquellas enormes diferencias eran fruto de dos factores: los años de civilización que separan a ambas sociedades, y la pobreza de lo que hoy denominamos capital social de los argentinos.

Cumplió su papel de padre a su manera. Intentando enlazar sus obligaciones con la política (y con sus amarguras) y con su familia. Pienso, ahora y con los años, que mi padre sin contar con un plan predeterminado, procuró hacer de sus hijos hombres libres y preocupados por los asuntos de interés general. Libres de prejuicios sociales e ideológicos, tanto como defensores de la libertad propia y ajena. Interesados por todo lo que atañe a la Argentina, por todo lo que sucede en Salta y por el destino de la humanidad. Preocupados por las injusticias y defensores de la paz. Hombres abiertos a las ideas y a lo nuevo. Ciudadanos de Salta y del mundo. Y, de alguna manera y salvando las imperfecciones propias de toda empresa humana, creo que fue lográndolo. En cualquier caso, los errores son responsabilidad propia.

Difícil acceso a la información pública en Salta

El gobierno de Salta presume de moderno. El señor Gobernador exhibe su edad como un atributo que lo emparenta automáticamente con lo nuevo, lo inteligente, lo bueno y lo bello.

Sin embargo, la realidad desmiente ambas pretensiones. Después de casi 3 años, el Gobierno es tan opaco como su antecesor y las nuevas tecnologías están lejos de haber modernizado la Administración del Estado.

Muchas oficinas públicas funcionan como hace décadas; se mueven lentamente y al compás de principios autoritarios; campea en ellas la discreción y el amiguismo. La promesa electoral del señor Urtubey de avanzar hacia el gobierno electrónico navega en el grotesco mar de los anuncios que se agotan en la propaganda y estan, desde el vamos, hechos para ser incumplidos.

Donde estas carencias son más notorias es en el terreno del acceso a la información pública.

En este ámbito, central para el buen funcionamiento de la democracia, las oficinas del gobierno ocultan todo lo que pueden, informan a regañadientes cuando no queda más remedio, y desdeñan el uso de las nuevas tecnologías de la información. En los Municipios, las dificultades son propias del medioevo.

En el nivel central, el Gobierno continúa con la perniciosa costumbre de enviar al Boletín Oficial Decretos y Resoluciones incompletos, restringiendo el acceso a información; lo hace confinando datos relevantes a anexos que no se publican.

Pretender acceder a expedientes actuales o archivados es un trámite engorroso incluso para los abogados, los periodistas y otras profesiones que esgrimen un interés legítimo para consultarlos.

Ni qué hablar de las trabas que bloquean o dificultan el acceso a la información económica y presupuestaria, resintiendo el derecho de los ciudadanos y de sus organizaciones a conocer y controlar los ingresos y los gastos.

Mientras se espera la aprobación de un Proyecto del Ley que haga realidad el derecho a acceder a la información pública, tal derecho continúa regulado por el Decreto 1574, una norma acorde con la mentalidad escasamente republicana del anterior primer mandatario.

La subutilización de las páginas Web del Gobierno es también notoria, desmintiendo, una vez más, el postulado de que un gobernador joven es sinónimo de modernidad tecnológica.

El escaso aprovechamiento de Internet es, desde luego, una constatación personal que hago a diario. Pero resulta también de un informe de Agustina SUAYA, fechado en 2008, que muestra a Salta con los peores índices en materia de contenidos, de transparencia y rendición de cuentas, y de información sobre la Provincia y su Gobierno.

(Para FM Aries)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Sebrelli Magistral

Juan José Sebrelli, brillante intelectual y buen amigo, publica hoy en el diario "La Nación" de Buenos Aires publica un certero análisis de la vida política argentina.

Las ilusiones populistas
Juan José Sebrelli (La Nación, Buenos Aires, 23 de setiempre de 2010)


La recuperación de la democracia despertó expectativas que no han sido satisfechas, y una de sus principales falencias fue no haber erradicado la pobreza y la marginalidad. Incluso, las agudizó. Este desencanto incita a los intelectuales populistas, a través de Ricardo Forster, mentor de la agrupación Carta Abierta, a hacer un balance pesimista de las casi tres décadas de restablecimiento de la democracia. Olvida, sin embargo, que la mayor parte de esos años sucedieron con gobiernos peronistas, y los últimos siete, con el kirchnerismo. Forster habla despreocupadamente, como si él no fuera un intelectual orgánico de ese movimiento, cuando debería hacerse cargo del aumento de la desigualdad social, que alcanza cifras sin precedente, con el vertiginoso enriquecimiento de los nuevos ricos de la era kirchnerista, incluidos los propios Kirchner y sus allegados (la "oligarquía plebiscitada", como la define Osvaldo Guariglia).

La supuesta redistribución del ingreso se reduce, a la manera de los bonapartismos del siglo XIX, a planes asistenciales, subsidios y prebendas clientelistas, en tanto que la proclamada recuperación del salario es socavada por la inflación, tema este del que el Gobierno no quiere ni puede hablar porque es una consecuencia inevitable del modelo económico populista, sesgado productor de pobreza.

Resulta paradójico que las sociedades relativamente más igualitarias, con menos inequidades e injusticia, sean regímenes de democracia liberal que no conocieron el populismo y en los que se alternaron la democracia liberal y la socialdemocracia, estigmatizadas por el populismo como la derecha. Sin ir más lejos, nuestros vecinos, Chile y el Uruguay, gozan de instituciones estables y a la vez, dentro de sus limitadas posibilidades, de una disminución de la desigualdad. En cambio, en el país líder del neopopulismo latinoamericano o del llamado socialismo del siglo XXI, la Venezuela de Chávez, a pesar de su riqueza petrolera y minera, no se ha erradicado la pobreza y, por el contrario, aumentó la desigualdad social.

Hay otros ejemplos paradigmáticos de que el populismo no es la mejor manera de combatir la pobreza. Los dos descensos más dramáticos del salario real de los trabajadores se produjeron bajo gobiernos peronistas: el Rodrigazo, con Isabel Perón, y la devaluación y pesificación asimétrica con Duhalde. Pero las estadístícas y los datos concretos rara vez aparecen en los textos abstractos y doctrinarios de los intelectuales de Carta Abierta. Tampoco hablan demasiado del crimen, la violencia, el alcoholismo, la droga, porque los consideran temas exclusivos de la derecha o meras impresiones mediáticas.

Los intelectuales de Carta Abierta creen expresar al auténtico progresismo combatiendo las corporaciones, pero adhieren a un gobierno apoyado en las peores: el sindicalismo corrupto, los empresarios subsidiados, las dinastías provinciales, los barones del conurbano cómplices del narcotráfico, los políticos tránsfugas.

En un artículo reciente publicado por una revista semanal, Forster objeta a los opositores y a la sobrevaloración de lo que llama, siguiendo a su maestro Ernesto Laclau, "dimensión institucional y legal" (nueva denominación del desgastado término "formalismo burgués"). La división de poderes, la libertad de expresión, el debate legislativo, constituirían, según Laclau-Forster, obstáculos para la satisfacción de las demandas de las clases populares. Podría suponerse que la estatización de los medios que oculta la batalla contra Papel Prensa se justificaría por entender la libertad de prensa como otro formalismo liberal que debería ser regulada por un estado "nacional y popular".

Laclau, ex trotskista-peronista convertido al posestructuralismo, sucumbió también a la fascinación de Carl Schmitt, jurista nazi rehabilitado por la izquierda posmoderna, que postula la división de la sociedad en amigos-enemigos, el decisionismo contra el debate parlamentario, el movimientismo contra el pluralismo y el poder del líder contra la mediación de los partidos y las instituciones republicanas. Todo esto concuerda muy bien con el kirchnerismo. Cristina K se dice discípula de Chantal Mouffe, mujer de Laclau.

Tanto Forster como Laclau incurren en una falsa dicotomía entre igualdad y libertad, compartida, aunque con signo contrario, tanto por la izquierda como por la derecha no democráticas. Después de la trágica experiencia de los totalitarismos de izquierda del siglo pasado no se puede seguir sosteniendo la necesidad de limitar las libertades para alcanzar la igualdad: por el contrario, no puede haber igualdad donde no hay libertad. Igualdad de derechos y de oportunidades, y condiciones sociales adecuadas para elegir el propio estilo de vida, son inseparables.

Es un avance que Forster haya abandonado, por un momento, los discursos dogmáticos de Carta Abierta para entrar en el debate en un lenguaje llano. Pero el anterior hermetismo de la jerga academicista y neobarroca ocultaba el simplismo de sus ideas. Con el estilo actual, en cambio, queda en evidencia la "pobreza argumentativa" y la "chatura intelectual" de las que acusa a sus contrincantes. Incurre así en burdos insultos, por ejemplo animalizar a los adversarios usando, como categoría política, la palabra "gorila", extraída de un viejo programa radial cómico.

En su crítica a la oposición, Forster me menciona junto a Beatriz Sarlo y de paso cumple con el obligado ataque a los medios, relacionándonos con Mariano Grondona y Joaquín Morales Solá. Por lo que a mí respecta debo señalarle que no conoce mis ideas o que las distorsiona para mejor desvalorizarlas. No "invisibilizo" la trayectoria del liberalismo a lo largo de nuestra historia. Reivindico la modernización, secularización e integración y ascenso social de las masas inmigratorias por medio de la educación para todos proyectada por Sarmiento y llevada a cabo por la Generación del 80, hoy satanizada por los historiadores populistas. Pero no desconozco la historia lamentable del liberalismo conservador en el siglo XX, su adhesión a las dictaduras militares y a un tradicionalismo contrario a la ilustración y la modernidad del liberalismo clásico. Asimismo reivindico la historia de la izquierda democrática de los primeros tramos del siglo pasado, pero no oculto su degradación, en la segunda mitad, en un populismo de izquierda que, abandonando su internacionalismo de otra hora, se ha vuelto vocero de un nacionalismo estatizador anacrónico en un mundo global y posindustrial, y que apoyó a las dictaduras más reaccionarias del Tercer Mundo, incluida la irresponsable aventura de Galtieri.

Más allá del socialismo y del liberalismo, del autoritarismo antidemocrático de izquierda o de derecha, creo en la necesidad de llegar a un delicado equilibro entre individuo y sociedad, estado y mercado, libertad e igualdad, reconociendo que el Estado no debe sustituir al mercado, pero, a la vez, no puede renunciar a tareas que le son inherentes: la educación, la salud, la seguridad, la justicia, en las que, precisamente, el kirchnerismo no se ha mostrado eficaz y ni siquiera demasiado interesado.

También se equivoca Forster cuando me acusa de hacer una amalgama abusiva entre kirchnerismo, fascismo y totalitarismo. Solo hablé de un toque totalitario en la falsificación de la historia argentina, en los cuadros alegóricos de los festejos del Bicentenario y en la clase magistral de la Presidenta sobre la historia de los años setenta.

Más aún, los Kirchner no llegaron ni siquiera a construir un populismo cabal como lo hicieron Perón y ahora Chávez, porque le faltan algunos de sus elementos constitutivos: ni Néstor ni Cristina son líderes carismáticos ni tienen capacidad de convocatoria para movilizar a las masas -fuera de algunas minorías universitarias-, ni suscitan adhesiones apasionadas. Y un populismo frío es una contradicción en los términos.


domingo, 19 de septiembre de 2010

Premio Senador J. Armando Caro a un ensayo sobre Lola Mora

Aunque se trata de un hecho de relativa significación frente a su genio universal, Lola Mora nació en Salta y vivió en Rosario de la Frontera una parte de su fascinante vida.

Puede que la confirmación de que fue Salta, más concretamente la localidad de El Tala, el lugar de nacimiento de Lola Mora sirva para aumentar el orgullo patriótico de los tradicionalistas locales; al menos de aquellos que logran superar su machismo y las reservas mentales que puede generar en ellos la vida y la obra de una mujer genial.

Pese a su condición de salteña, la mayor parte de su obra escultórica se exhibe fuera de nuestras fronteras. Por lo pronto, Salta capital solo cuenta con la magnífica estatua que, en el Parque San Martín, honra a don Facundo de Zuviría. Honra merecidamente a quién presidiera la Convención Constituyente de 1853 y, merced a la audacia de algunos, fue utilizada también para perpetuar la memoria de ocasionales funcionarios políticos que se atrevieron a colocar una placa para arrimarse a la envergadura del prócer y de su escultora.

Si bien son muchas las biografías y los artículos que reconstruyen la vida de esta salteña universal, el reciente ensayo de Carlos Jesús MAYTA, “La salteña Lola Mora en Rosario de la Frontera”, saca a la luz y pone a la consideración del publico nuevos datos y acontecimientos biográficos centrados en el período en que ella vivió en Rosario de la Frontera, en la finca Las Bateas.

El autor, que acaba de recibir el Premio “Senador J. Armando Caro” al mejor ensayo sobre temas regionales, ha logrado entrevistar a los últimos sobrevivientes que tuvieron trato directo con Lola Mora durante su estancia en Rosario de la Frontera, y ha ilustrado su trabajo con fotos inéditas que ayudan a reconstruir una etapa importante de la vida de la biografiada.

Resultan de especial interés los hechos que MAYTA relata acerca de la aventura minera de Lola Mora en Rosario de la Frontera. En efecto, son pocos quienes conocen que, además de espléndida escultura, ella dedicó esfuerzos, recursos económicos y horas de su vida tratando de extraer combustible de las rocas aledañas a su casona rosarina.

Puso en este emprendimiento minero el mismo entusiasmo que la llevó a realizar exitosos experimentos cinematográficos.

Hizo ambas cosas en tiempos en donde no era habitual que las mujeres calzaran pantalones, esculpieran, viajaran por el mundo, o se aventuraran en el mundo de la empresa reservado a los varones.

Don Carlos Jesús MAYTA recibirá su premio el próximo viernes 24 a las 19 horas en el salón Walter ADET de la Biblioteca Provincial. Estan todos invitados.

(Para FM Aries)