jueves, 2 de agosto de 2012

Estado mínimo

Insistiré, con el permiso de mis lectores, en el tema tratado en una de mis anteriores columnas: La desarticulación del Estado Inspector.
Cuando se analizan, bien desde la teoría o bien desde la práctica, las funciones inspectoras de los poderes públicos, se advierten los límites del debate acerca de los cometidos del Estado y los roles del Mercado.
Quienes defienden el “Estado máximo” y sostienen las bondades de un Estado que fije los precios y los salarios, decida qué se consume y qué no puede consumirse, qué se importa o qué se exporta, qué puede usted hacer o no hacer con sus ahorros, qué destino tendrán sus impuestos y sus aportes jubilatorios, ignoran que ese mismo Estado omnipresente carece de poderes de inspección y sanción.
Quienes, desde otra óptica, son partidarios del “Estado mínimo” y proponen dejan todo librado a la “mano invisible”, en realidad están encantados con la situación actual porque, mientras aquel debate -que es ideológico- se decanta, el Estado realmente existente, presuntamente máximo, es un Estado que desampara a los ciudadanos en sus derechos y deja hacer a infractores y especuladores.
Si en los años noventa uno de los principales fracasos del modelo privatizador fue la ineptitud del Estado regulador (reguló tarde y mal el desempeño de las empresas privadas), el actual modelo, sin haber logrado construir un sistema regulatorio imprescindible (véase sino lo que sucede en el ámbito de los transportes o de las telecomunicaciones), añadió la desarticulación del Estado inspector.
Para el ciudadano común, que manda sus hijos a la escuela, que concurre al hospital público o a los servicios de una obra social, que transita por calles y veredas, viaja en colectivo, consume agua o compra celulares o pescado, lo relevante no es quién sea el dueño de la empresa, sino que existan reglas que protejan al contratante débil, al usuario o al consumidor. Y que junto a estas reglas, exista un Estado con capacidad, vocación y recursos suficientes para hacerlas cumplir.
Cualquiera que haya intentado reclamar contra los abusos de proveedores, empresas, vecinos o autoridades habrá advertido que se encuentra solo, indefenso ante un compló que une a abusadores activos con un Estado impávido.
Todo esto sucede porque el Estado desertó de su rol inspector. Y, en menor medida, porque los ciudadanos en su rol de consumidores, usuarios, vecinos, administrados o contratantes, no logramos organizarnos para la autotutela. Y allí donde intentamos organizarnos topamos con burocracias que pretenden que las ONG cumplan los mismos requisitos que una sociedad anónima.
En resumen: los que se organizan para especular, expoliar, abusar tienen todo a favor ante la deserción del Estado regulador, del Estado inspector y del Estado administrador de justicia.
(Para FM ARIES)

domingo, 29 de julio de 2012

El Post-kirchnerismo

Vivimos atrapados por una enorme telaraña que dificulta nuestra vida política. Una suerte de trampa dialéctica en donde el futuro está, paradójica e inexorablemente, en el pasado; el presente no es sino la reiteración fatal de gestos y consignas unidireccionales; y el pasado esta siendo permanentemente rescrito por quienes detentan el poder, con el fin de controlar el presente y el futuro.
Existen, sin embargo, dos caminos que pueden ayudarnos a sortear esta trampa saducea.  
El primero consiste en promover debates y construir propuestas que no se ciñan a la agenda oficial y que asuman el desafío de hablar y pensar los asuntos que desvelan al ciudadano común que sufre la inseguridad, la inflación, la incertidumbre, la exclusión social y los ataques a sus derechos fundamentales de libertad. Hace falta también reflexionar sobre los difusos anhelos ciudadanos de la paz interior de la que habla el Preámbulo de la Constitución, en sus facetas cívicas y ambientales (paz entre los argentinos, paz con la naturaleza).
El segundo de aquellos caminos se inicia cuando nos damos cuenta de que nuestro futuro como sociedad compleja está, en buena medida, en nuestras manos y mentes, y no ha de referenciarse necesariamente en algún pasado edénico. Avanzamos por este camino cuando nos atrevemos a imaginar ese futuro, a construir ilusiones colectivas, a elaborar programas que recojan compromisos y definan metas de bienestar y de convivencia.    
¿Cuál pudiera ser el escenario argentino a partir de 2015? Estos apuntes dan por supuesto que la Presidenta de la República desarrollará y concluirá su mandato dentro de los cauces constitucionales, y llaman la atención contra dos actitudes negativas: Una, antirrepublicana, que preconiza un tercer mandato consecutivo. La otra, antidemocrática, que resiste la alternancia en nombre de presuntas excelencias del actual régimen.
Como es lógico, la economía influirá en los acontecimientos futuros. Si bien lo más probable es que el actual Gobierno termine por introducir los cambios imprescindibles para absorber el impacto de la crisis mundial y rectificar errores, no hay que descartar que el agravamiento de ciertas  tensiones pueda ponernos al borde de una mega crisis, en cuyo caso el mapa político aquí imaginado sufriría severas correcciones. Los salarios (junto a jubilaciones y ayudas sociales), los subsidios a determinados precios, la coparticipación federal y la  paridad cambiaria, son asuntos relevantes para el futuro político y social.

Una hipótesis acerca del futuro mapa político argentino
La enorme capacidad para reinventarse a si mismo, permite suponer que el peronismo tendrá, al menos en los próximos años, un papel protagónico a través de dos de sus expresiones posibles:
De un lado, el neo-kirchnerismo -heredero de las potentes ideas del matrimonio Kirchner-, que sufrirá las tensiones propias de los momentos de renovación de liderazgos y la emigración de los sectores oportunistas integrados en la mayoría gobernante.  
De otro, el cuarto peronismo, que se construye en algunos cenáculos, que propondrá un regreso a las difusas pero convocantes “esencias”, y que terminará corporizándose en una mezcla de ortodoxia revolucionaria del 45 y pragmática noventista. Los Gobernadores de Córdoba y Buenos Aires (por ese orden) están en condiciones de articular esta nueva y vieja versión del peronismo. 
Dejando para otra oportunidad una prospectiva de las otras fuerzas tradicionales (radicalismo y socialismo), y no sin antes enfatizar en su compartido fracaso a la hora de construir una alternativa y de controlar al Gobierno, me referiré brevemente a la hipótesis de un nuevo actor político.

El centro político vacante
Por fuera de la perversa lógica bipartidista que la Argentina arrastra desde los años 40 del pasado siglo, es posible imaginar la emergencia de un sujeto político que ocupe un espacio vacante y que construya una oferta centrada en el republicanismo y en la democracia constitucional. Vale decir, en la construcción de garantías que hagan operativos tanto los tradicionales valores de la Constitución de 1853 (bienestar, paz interior, republica, federalismo, justicia independiente), como los aportes de las reformas de 1957 (libertad sindical y huelga), y de 1994 (cosmopolitismo jurídico, nuevos derechos fundamentales y colectivos).
Una estructura, no necesariamente partidista, capaz de forjar consensos, y que ofrezca al país un nuevo rumbo, una nueva ilusión,  en las áreas más sensibles de la agenda política: relaciones con el mundo, justicia social, libertades, equilibrio ambiental, integración de la diversidad, federalismo, estabilidad económica, jurídica, pleno empleo, seguridad ciudadana, pacificación nacional (entendida como cierre de las heridas que arrastramos desde los años 70), reconstrucción del Estado regulador e inspector. Pienso, en resumen, en un inédito centro democrático, social y ambiental.