viernes, 14 de agosto de 2009

Hay quién reniega de la Pachamama

Mis reuniones con amigos suelen ser tranquilas, dadas a la sana nostalgia y plenas de tolerancia.

Sin embargo, cuando alguien preguntó cómo habíamos celebrado a la Pachamama, estalló una polémica entre cristianos europeizantes y agnósticos unidos con defensores del sincretismo religioso.

Uno de los relatos se centró en una opulenta ceremonia en donde damas y caballeros de refinada cultura cavaron un hoyo y, tras perfumarlo con incienso, volcaron diversos manjares, bebidas delicadas, hojas de coca, papel picado y billetes truchos.

El narrador añadió que mientras los audaces caminaban sobre el humo de la ofrenda quemada pidiendo virilidad eterna, en una inusual mezcla de los mitos de la Pachamama y de Fausto, otros, marcharon en procesión con carbones encendidos para sanar cada rincón, rezando oraciones ajenas a las culturas originarias.

Destacó la presencia de un joven universitario alemán, de paso por Salta, que coqueando rendía homenaje a la divinidad andina.

Esta y otras narraciones por el estilo, hicieron reaccionar a una señora de sólida formación teológica que destiló argumentos para descalificar a los ateos que se encomiendan a la Pachamama y a los cristianos que le rezan avemarías.

La réplica vino de la mano de un amigo que exaltó la tolerancia de las razas andinas que, aun hoy, marchan en misachicos con la bandera papal e imágenes de santos canonizadas por Roma. Y vio en esto un contraste con el exclusivismo de la teóloga que renegaba del mestizaje característico de la fiesta de la Pachamama.

Terminó aludiendo a quienes eligen religión según la permisividad de los dioses con los vicios y defectos humanos, y a una divinidad con miles de adeptos en Salta que sólo admite ofrendas festivas.

Pese a lo animado del debate, la reunión se disolvió amablemente a una hora acorde con la edad de los tertulianos y la inclemencia del tiempo.

(Para FM Aries)

lunes, 10 de agosto de 2009

Fernandez Meijide

Cuando en marzo de 2001, el Presidente de la Rua, me designó reemplazante de la señora Graciela Fernández Meijide, me separaban de ella ideas, recelos y una antipatía tenue y recíproca.

Han transcurrido casi 9 años, tiempo suficiente para reordenar pensamientos y dejar atrás apreciaciones superficiales.

En cualquier caso, las recientes manifestaciones de Fernández Meijide acerca de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia contemporánea, me sorprendieron por su valentía y su madurez.

No es fácil animarse a decir lo que dijo, teniendo sus años, un hijo desaparecido y una trayectoria defendiendo los derechos humanos.

Las destempladas respuestas que recibió, no hacen sino confirmar la intolerancia e intransigencia de quienes han impuesto un dogma oficial acerca de lo sucedido en los años setenta.

Tan iracundos defensores no están dispuestos a modificar un ápice sus interpretaciones sesgadas de la historia. Muchos de ellos están, además, instalados en sentimientos de revancha y victoria intentando ocultar pasados errores, reconstruir mansas trayectorias imaginarias, o distinguir entre crímenes malos y crímenes buenos.

Lejos de proponer una receta cerrada, Graciela Fernández Meijide, citando el ejemplo de la transición en Sudáfrica liderada por Nelson Mandela, sugiere explorar un camino intransitado que combine los valores de verdad, justicia y perdón.

Sabemos que toda experiencia totalitaria es un trauma colectivo que no puede curarse de la noche a la mañana. Lo ejemplifican nuestros 26 años de marchas y contramarchas a la hora de deslindar responsabilidades sobre los crímenes cometidos en los años 70.

Como afirma TODOROV en su libro “El hombre desplazado” al reflexionar sobre las dictaduras comunistas de la Europa del este, lo importante no es castigar a uno o a otro, de este o aquel bando, sino restablecer las nociones de verdad y de justicia.

(Para FM Aries)