Mis reuniones con amigos suelen ser tranquilas, dadas a la sana nostalgia y plenas de tolerancia.
Sin embargo, cuando alguien preguntó cómo habíamos celebrado a la Pachamama, estalló una polémica entre cristianos europeizantes y agnósticos unidos con defensores del sincretismo religioso.
Uno de los relatos se centró en una opulenta ceremonia en donde damas y caballeros de refinada cultura cavaron un hoyo y, tras perfumarlo con incienso, volcaron diversos manjares, bebidas delicadas, hojas de coca, papel picado y billetes truchos.
El narrador añadió que mientras los audaces caminaban sobre el humo de la ofrenda quemada pidiendo virilidad eterna, en una inusual mezcla de los mitos de la Pachamama y de Fausto, otros, marcharon en procesión con carbones encendidos para sanar cada rincón, rezando oraciones ajenas a las culturas originarias.
Destacó la presencia de un joven universitario alemán, de paso por Salta, que coqueando rendía homenaje a la divinidad andina.
Esta y otras narraciones por el estilo, hicieron reaccionar a una señora de sólida formación teológica que destiló argumentos para descalificar a los ateos que se encomiendan a la Pachamama y a los cristianos que le rezan avemarías.
La réplica vino de la mano de un amigo que exaltó la tolerancia de las razas andinas que, aun hoy, marchan en misachicos con la bandera papal e imágenes de santos canonizadas por Roma. Y vio en esto un contraste con el exclusivismo de la teóloga que renegaba del mestizaje característico de la fiesta de la Pachamama.
Terminó aludiendo a quienes eligen religión según la permisividad de los dioses con los vicios y defectos humanos, y a una divinidad con miles de adeptos en Salta que sólo admite ofrendas festivas.
Pese a lo animado del debate, la reunión se disolvió amablemente a una hora acorde con la edad de los tertulianos y la inclemencia del tiempo.
(Para FM Aries)
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