viernes, 14 de mayo de 2010

Del buen envejecer

En Salta no hay, o al menos no los conozco, servicios de educación que nos preparen para envejecer, para vivir una nueva vida después jubilados, que nos anticipen la evolución de nuestra sexualidad, que nos prevengan contra los riesgos de la soledad, que nos enseñen a organizar nuestra economía. Hay si, bien es verdad que para algunos generalmente pudientes, buenos consejos médicos para envejecer saludablemente y superar las expectativas de vida.

Hay también una cierta cultura de la vejez (por llamarla de alguna manera) que se empeña en que los mayores de 60 años deben abandonar sus impulsos románticos, recluirse para no exhibir calvas, arrugas ni achaques, deambular por mercados y plazas viendo pasar el tiempo, o jugar a las bochas y al solitario.

Cuando esa cultura hegemónica en Salta se refiere a las mujeres, las restricciones son aún mayores, si cabe. Soportan consignas que pretenden relegarlas al papel de cuida-nietos, objetos de adorno en las fiestas de fin de año, amasadora de tallarines, zurcidoras de calcetines decadentes, bebedoras clandestinas de alcohol u otros menesteres menores.

Sin embargo, todo hay que decirlo, cada vez son menos las señoras de edad avanzada que se someten a estos moldes, a juzgar por su irrupción en confiterías, restaurantes, tanguerías, y otros boliches de la modernidad salteña. O por el auge de señoras que dedican su tiempo libre a tareas solidarias o se empeñan en vincularse con el arte y la cultura.

Digo todo esto porque acaba de caer en mis manos un espléndido libro, de autores españoles, que lleva por subtítulo “Salud, dinero, amor, sexo y ocio a partir de los 60”. Lo he leído con provecho y me llenó de optimismo respecto del inmediato futuro de los nacidos en los años 30 y 40. Claro que el libro advierte acerca de la necesidad de comenzar a prepararse con tiempo para envejecer digna, sana y divertidamente.

Pienso, de mi cosecha, que siempre es bueno huir de conductas anacrónicas. Es decir, por ejemplo, de la fea costumbre de pretender pasar por jóvenes apelando a ungüentos, vestimentas, lenguaje o productos químicos ideados para competir desafiando el paso del tiempo.

La falta de una educación a este respecto, unida a una cierta tendencia al desenfreno, lleva a algunos mayorcitos a intentar hazañas superiores a sus fuerzas, a idear parejas intergeneracionales, o incurrir en los siete pecados capitales en inútil esfuerzo por rejuvenecer.

El libro, cuyos autores son Miguel Angel Torres González y Luis Perea Unceta (Editorial Marcial Pons, Madrid - 2010), exalta las ventajas de la autoestima para envejecer con dignidad, y brinda además las consabidas recomendaciones acerca de la higiene y la alimentación.

Pero hay algo que me llamó la atención: Según los autores, la vida sexual de los mayores de 60 depende, más que de píldoras, de un pasado cargado de aventuras y amoríos y de una exultante imaginación erótica.

(Para FM Aries)

lunes, 10 de mayo de 2010

Regiones, provincias, municipios

La organización política de un territorio, sea este nacional o provincial, es asunto central del cual depende, en buena medida, la prosperidad y el progreso de las naciones. Se trata, además, de un asunto que despierta grandes pasiones, como lo atestiguan nuestras luchas alrededor de la forma federal o unitaria de organización territorial.

Una lucha que, dicho sea de paso, está lejos de haberse cerrado pese a las enfáticas declaraciones incorporadas a los textos constitucionales que vertebran tanto a la República Argentina como a la Provincia de Salta. En realidad y a juzgar por los hechos, me atrevería a afirmar que los centralismos son los auténticos triunfadores; al menos desde los relevantes puntos de vista de la distribución de las rentas fiscales y del poder electoral.

Dejando para otra oportunidad el análisis del hegemónico poder del Estado Nacional que agobia a las provincias, me detendré en el centralismo local que se articula a partir del vértice ubicado en Las Costas (sede simbólica y mayestática del Gobernador de Salta) y en la mascarada de la autonomía municipal. Al menos desde la gestión anterior, la casona de Las Costas cumple, respecto de los pueblos de Salta, el desagradable papel que el puerto de Buenos Aires cumplía a los ojos del federalismo provinciano.

En los hechos, los Intendentes son meros delegados del poder central al que deben acatamiento y pleitesía, aun cuando dispongan de ciertos márgenes a la hora de definir lealtades sucesivas o deslealtades políticas y de armar candidaturas.

A su vez, los Departamentos en los que se divide la Provincia son instituciones sin rango ni competencias, que solo se utiliza para el armado de circunscripciones electorales. Un armado que sirve con envidiable eficacia a los designios de quienes quieren mantener a Salta en una condición más próxima a un Sultanato que a una Provincia democrática, republicana y federal.

Cuando, algún día, los salteños decidamos encarar las reformas que puedan llevarnos a desterrar las lacras con las que convivimos, deberemos reconsiderar nuestra organización territorial.

Y pensar quizá en constituir a los Departamentos en verdaderos centros autonómicos de poder, dotados de recursos propios, de competencias y de jerarquía constitucional. Y pensar también en reorganizar el mapa municipal para adecuarlo a los cambios poblacionales y económicos que se han producido desde los tiempos en que ese mapa fue diseñado.

Esta reorganización debería constituir municipios que cuenten con los recursos humanos, materiales y culturales suficientes para desenvolverse con autonomía y ayudar a los vecinos en sus necesidades de convivencia y bienestar. Y, desde luego, abolir el mapa electoral que distorsiona el principio un hombre un voto, elimina a las minorías y da alas a los caudillos que prefieren súbditos y no ciudadanos.

(Para FM Aries)