viernes, 22 de abril de 2011

Erosionemos al Poder Absoluto

Los frutos de la política cotidiana alimentan un ejército de escépticos cuyas filas crecen día a día. Sin embargo, ese escepticismo es la condición para que nada cambie.

Los que deshonran la política, los que abusan del poder, procuran generar el desencanto ciudadano. Mientras menos gente vote, participe y opine, peores serán aquellos frutos y mayor la alegría de quienes lucran con la política.

Hay, a mi modo de ver, dos caminos que permiten reconstruir la esperanza. Ambos apuntan a desgastar, roer, a los poderes tradicionales. Para cambiar la política, y por ende mejorar la vida social y progresar, urge erosionar el principio de soberanía del Estado que puede llegar a esconder o sostener a regímenes autoritarios.

Si bien los principios y las prácticas republicanas son caminos para limitar a aquella soberanía, en estas latitudes las reglas democráticas no son suficientes para garantizar la periodicidad de los cargos públicos, ni el control ciudadano del poder, ni las libertades fundamentales.

¿Qué hacer entonces? Pienso que es posible mantener la esperanza en un futuro mejor, incluso para los salteños, partiendo de tres ejes alrededor de los cuales podemos construir lo nuevo.

El primero de ellos es el proceso de cosmopolitización de los derechos humanos fundamentales. La reforma de nuestra Constitución Nacional abrió una puerta central para privar a los autócratas y a las corporaciones de los poderes de legislar y dictar sentencias en base a sus intereses presuntamente nacionales.

Hoy, afortunadamente, nuestros derechos básicos no dependen de la buena voluntad de los señores que sesionan en la calle Mitre 550.

El segundo de aquellos ejes es el vecinalismo. Los ciudadanos, con un esfuerzo relativamente moderado, podemos construir herramientas para controlar a quienes detentan el poder municipal; para controlar la seguridad, el urbanismo, los servicios esenciales, la administración de nuestros impuestos.

Si democratizamos la vida municipal, democratizaremos tarde o temprano al resto del Estado. El régimen (por llamarlo de alguna manera), engaña a las mayorías centralizando las elecciones en las que todo parece depender del candidato a gobernador o a presidente, mientras votamos a ciegas los cargos municipales.

El tercer eje está formado por la libertad de expresión, por la libre circulación de ideas, por el derecho a participar directamente en los asuntos públicos. Observe usted a quién quiere controlar la prensa, bloquear los diarios, vigilar internet, poner a los amigos como auditores y síndicos, y fácilmente identificará a los que, bajo ropaje democrático, esconden designios autoritarios.

martes, 19 de abril de 2011

Salta y la democracia búlgara

Cuando la democracia funciona de acuerdo con sus principios, las citas electorales sirven para constituir un gobierno y conformar una o varias alternativas prontas al relevo. De las urnas salteñas ha salido solamente un Jefe.

Las recientes elecciones salteñas, desde el punto de vista numérico, han arrojado resultados obvios. Sin embargo, soy de los que piensan que el triunfo del señor Urtubey no fue todo lo amplio que cabía esperar de su despliegue de ingeniería política y de recursos económicos.

Cuando hablo de ingeniería política, me refiero a las acciones dirigidas a lograr la mayor concentración de votos y de poder que recuerde la historia local.

El señor Urtubey, de reconocida sagacidad, potenció y multiplicó las herramientas diseñadas por su antecesor, gracias a las cuales el señor Romero gobernó 12 años rodeado de unanimidades, inciensos y boatos medioevales.

En más de un sentido, el señor Romero fue el fundador del actual régimen político, caracterizado por la supremacía del dinero, la destrucción de los partidos políticos, y el desprecio por los valores y las formas republicanas. A su sucesor le correspondió consolidarlo.

Las reglas que restringen la competencia electoral a los más audaces miembros del Club de los Millonarios, forzaron alianzas y candidaturas. Las sufrió el señor Wayar (que de candidato del peronismo histórico pasó a ser una pieza de prósperos empresarios de la salud y la basura). Y las sufrieron quienes aspiraban a ser intendentes o concejales y que debieron salir a buscar el paraguas protector de alguna chequera abultada.

La destrucción de los partidos políticos, iniciada por el señor Romero, fue llevada al paroxismo por su sucesor. Las viejas fuerzas conservadoras salteñas, el histórico radicalismo, el Partido Renovador, se sumergieron detrás de quién les abrió las puertas cambio de sometimiento. Salvo el honroso caso del Partido Obrero, izquierdas y derechas danzaron al ritmo marcado por el señor Urtubey.

En realidad, sorprende que sin Partidos alternativos y con tantos millones volcados a la propaganda y a la compra de voluntades el señor Urtubey obtuviera sólo el 58% de votos.

Pero nuestro Gobernador está tranquilo. Sabe que las reglas heredadas (incluida la Ley Borocotó) le garantizan el control del 100% de los Intendentes, del 98% del Senado, y del 80% de la Legislatura. Se sabe, además, capaz de disciplinar a los órganos, judiciales o de auditoria, encargados de controlarlo.

Por este juego perverso, la democracia salteña tiende a parecerse a la célebre democracia búlgara y el Gobernador a un Conducator. Todo indica que, tras las elecciones, existen dos usinas de pensamiento: La primera maquina instalar al señor Urtubey en la Casa Rosada. La otra, minoritaria, sueña con la construcción de una alternativa democrática.