Cuando la democracia funciona de acuerdo con sus principios, las citas electorales sirven para constituir un gobierno y conformar una o varias alternativas prontas al relevo. De las urnas salteñas ha salido solamente un Jefe.
Las recientes elecciones salteñas, desde el punto de vista numérico, han arrojado resultados obvios. Sin embargo, soy de los que piensan que el triunfo del señor Urtubey no fue todo lo amplio que cabía esperar de su despliegue de ingeniería política y de recursos económicos.
Cuando hablo de ingeniería política, me refiero a las acciones dirigidas a lograr la mayor concentración de votos y de poder que recuerde la historia local.
El señor Urtubey, de reconocida sagacidad, potenció y multiplicó las herramientas diseñadas por su antecesor, gracias a las cuales el señor Romero gobernó 12 años rodeado de unanimidades, inciensos y boatos medioevales.
En más de un sentido, el señor Romero fue el fundador del actual régimen político, caracterizado por la supremacía del dinero, la destrucción de los partidos políticos, y el desprecio por los valores y las formas republicanas. A su sucesor le correspondió consolidarlo.
Las reglas que restringen la competencia electoral a los más audaces miembros del Club de los Millonarios, forzaron alianzas y candidaturas. Las sufrió el señor Wayar (que de candidato del peronismo histórico pasó a ser una pieza de prósperos empresarios de la salud y la basura). Y las sufrieron quienes aspiraban a ser intendentes o concejales y que debieron salir a buscar el paraguas protector de alguna chequera abultada.
La destrucción de los partidos políticos, iniciada por el señor Romero, fue llevada al paroxismo por su sucesor. Las viejas fuerzas conservadoras salteñas, el histórico radicalismo, el Partido Renovador, se sumergieron detrás de quién les abrió las puertas cambio de sometimiento. Salvo el honroso caso del Partido Obrero, izquierdas y derechas danzaron al ritmo marcado por el señor Urtubey.
En realidad, sorprende que sin Partidos alternativos y con tantos millones volcados a la propaganda y a la compra de voluntades el señor Urtubey obtuviera sólo el 58% de votos.
Pero nuestro Gobernador está tranquilo. Sabe que las reglas heredadas (incluida la Ley Borocotó) le garantizan el control del 100% de los Intendentes, del 98% del Senado, y del 80% de la Legislatura. Se sabe, además, capaz de disciplinar a los órganos, judiciales o de auditoria, encargados de controlarlo.
Por este juego perverso, la democracia salteña tiende a parecerse a la célebre democracia búlgara y el Gobernador a un Conducator. Todo indica que, tras las elecciones, existen dos usinas de pensamiento: La primera maquina instalar al señor Urtubey en la Casa Rosada. La otra, minoritaria, sueña con la construcción de una alternativa democrática.
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