El paso de los años constituye un gran desafío que cada uno de nosotros afronta a su manera. Envejecemos siguiendo una trayectoria vital plagada de incertidumbres y sorpresas. Mientras muchas personas mayores se refugian en el pasado, en la nostalgia y en la melancolía, otras conservan su curiosidad, su afán de experimentar, sus ganas de descubrir.
En mi caso, coexisten ambas tendencias: Cuido mi memoria, recreo el pasado, y disfruto de los recuerdos que prolijamente selecciono. Pero, simultáneamente, estoy abierto a las novedades, conservo la capacidad de sorprenderme, creo poder advertir los cambios y los califico según mi particular baremo.
Una prueba de este último talante fue la doble decisión que tomé la semana pasada, estando en Buenos Aires: Abandoné mi plan de ir a La Cumparsita, ese recoleto templo del buen tango porteño, y viajé a La Plata para descubrir a U-2, y ver de cerca a Bono y su banda irlandesa.
Quedé deslumbrado. No sólo por la música, tan lejana a mi afición a los ritmos sudamericanos (Goyeneche, Tito Rodríguez, Leonardo Fabio, Rosamel Araya, Nina Miranda), tan distante a mis admirados románticos españoles (Serrat, la Pantoja, Julio Iglesias).
En realidad, más que un recital de música moderna, lo de U-2 fue un espectáculo integral de luz, sonido, poesía y mensajes propios de la sensibilidad de los jóvenes de hoy. Propio, pero no excluyente de otras sensibilidades, a punto tal que me sentí rápida y naturalmente identificado con todo lo que representa Bono.
Espectáculo en el escenario, en las tribunas y en ese punto privilegiado de observación que es la zona roja. Los 40.000 jóvenes de aquella noche en La Plata se expresaron con sentido y modales cosmopolitas. Su pasión por la música y por la trayectoria de la banda era, más allá de pequeños matices, idéntica a la de los jóvenes de Zúrich, Londres, San Sebastián, Roma o Santiago de Chile.
Bono es algo más que un músico exitoso. Está honestamente preocupado por los grandes problemas del mundo: las amenazas a la libertad, el hambre y las injusticias. Dialoga con los líderes políticos mundiales que procuran su convocante compañía. Es, por lo demás, un hombre de finos modales, de movimientos elegantes en el escenario; un ídolo que dialoga con los jóvenes sin pretensión de intoxicarlos ni de manipularlos.
Era yo en aquel concierto, un verdadero paleto. Menos mal que una señora entrada en años, de muy buen ver, que estaba allí cediendo a la insistencia de sus nietos, me ayudo a conectarme con el espectáculo. Me explicó, por ejemplo, que quién no baila y permanece de pie corre el riesgo de sufrir lumbalgias. Fue tan convincente que acabé moviéndome al ritmo del público juvenil, y tomando fotos a Bono cuando se acercaba por uno de los puentes.
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