domingo, 5 de agosto de 2012

Los límites del desarrollo

La economía argentina y nuestras condiciones de vida sufren la doble amenaza de la inflación y del estancamiento. El largo ciclo expansivo liderado por la revolución agropecuaria y algunas industrias protegidas no logró resolver el problema de la pobreza; tampoco removió antiguas restricciones que pesan sobre nuestro sistema productivo, tales como el centralismo y la falta de competitividad global.  
Es sabido que las crisis económicas que se traducen en un freno a la producción son siempre socialmente negativas. Pero, es bueno recordar también que el incremento de la producción solo es virtuoso si contribuye a mejorar la distribución de la renta y si está atento a sus repercusiones sobre el ambiente y, como no, sobre las generaciones futuras.
En el mundo que nos toca vivir, son pocos los países que han logrado definir de forma consensuada lo que podríamos llamar un modelo productivo. En realidad, en la mayoría de las naciones tal modelo, si existe, es el fruto de decisiones que escapan a la elección de los ciudadanos e incluso a la acción de los gobiernos.
Esta autonomía del rumbo económico, lejos de ser un logro de la libertad, es el campo propicio para que la especulación y el egoísmo extremo marquen las reglas de juego e impongan un proceso de acumulación que se desentiende de los factores sociales y del entorno donde se produce la riqueza.
La crisis europea contemporánea es una muestra lacerante de las consecuencias que, tarde o temprano, producen el capitalismo de amigos, la economía liderada por quienes son especuladores antes que empresarios, y un Estado que, haciendo propio el discurso ideológico ultra-liberal, convalida las decisiones más audaces e irresponsables de esos grandes actores económicos.
La especulación centrada en la manipulación del precio del suelo, la construcción desenfrenada de viviendas y el manejo irregular y descontrolado de la actividad bancaria, son -en varios países mediterráneos- los responsables de una grave crisis que hipoteca el futuro de, al menos, una generación.

El modelo productivo argentino
Nuestra actual política económica privilegia también la especulación y desalienta la inversión, la creatividad y el talento. El retorno a la autarquía y a la inflación convierten a trabajadores y consumidores en rehenes de quienes producen de cualquier manera y a cualquier precio.
Merced al despliegue comunicacional de los intereses dominantes, la atención cotidiana tiende a centrarse en los datos sobre la cantidad de bienes y servicios producidos. Sin embargo, la opinión pública parece descuidar otros indicadores relevantes. Así, por ejemplo, es poco lo que se habla acerca del grado de concentración estamental y territorial de la producción.
En este sentido, si bien se han consolidado algunos centros productivos no tradicionales, el modelo económico continúa siendo pronunciadamente unitario (véanse sino los casos paradigmáticos del transporte, del crédito y de la fiscalidad estatal), en tanto las mejores oportunidades están centradas en el viejo país industrial y de servicios que tiene como eje a Buenos Aires.

La economía salteña
Más allá de la propaganda y de los éxitos evidentes de la iniciativa privada centrada en la actividad primaria y en el turismo, no menos del 50% de nuestra producción local reside en la economía informal, de baja productividad, y en un mercado de trabajo que genera empleos de mala calidad y asalariados pobres.  Mientras el poder celebra la sojización, oculta o manipula el incremento de la pobreza.
En rigor de verdad, el actual rumbo político salteño se inclina reverente ante el centralismo, y buena parte de los actores desprecia el impacto ambiental y social de la producción, como lo demuestra la subrepticia desarticulación del Ministerio de Ambiente.
La política urbanística, sobre todo en el área de la ciudad de Salta, ha dejado de ser errática para convertirse en una trinchera de la especulación, de la demagogia y del desdén por el futuro. Nuestra ciudad crece sin orden ni concierto, alentada por el poder y por la tecno-burocracia incondicional que le sirve; crece a sabiendas de que estamos tocando los límites en materia de provisión de agua, de infraestructuras (vivienda, calles y caminos, redes cloacales, energía, tratamiento de residuos) y de servicios sociales.
Pese a que contamos con buenas leyes en materia de ambiente, aguas, bosques, paisaje y patrimonio urbano histórico, la especulación -en nombre del progreso- avanza sobre el ambiente y genera agrupamientos urbanos sin la infraestructura imprescindible.
En el estricto pero vital ámbito regional del noroeste, deberíamos ponernos a pensar en un nuevo modelo de producción que, dentro del certero marco constitucional, nos inserte en el mundo, y potencie un crecimiento social, generacional y ambientalmente sustentable.

(Para "El Tribuno" de Salta)