jueves, 2 de junio de 2011

UN PELIGROSO DELINCUENTE USURPA MI IDENTIDAD

Estimados amigos y lectores:

Ayer me presenté ante la Justicia Nacional de Instrucción para ratificar la denuncia contra la persona (perfectamente identificada) que usurpa mi nombre y demás datos de identidad.

Entre otras maniobras complementarias, falsificó una delirante biografía en WIKIPEDIA en la que usando datos reales de mi vida familiar y profesional, incluía elementos imaginados por una mente delirante y delictiva.

El impostor actúa preferentemente en Buenos Aires, pero ha dejado sus engañosas huellas en otros sitios.

Quiero advertir que este señor se especializa (pese a sus años y a su triste figura) en acosar y engañar a mujeres, con promesas de todo tipo.

También exhibe ingentes recursos económicos para luego defraudar a los incautos. Ha cometido estafas a comerciantes y asociaciones sin fines de lucro.

Por una de estas maniobras delictivas fue detenido en Salta en un lujoso hotel céntrico, en donde se alojaba bajo identidad falsa, de lo que dio cuenta la prensa local.

Frecuenta peñas folklóricas. Se exhibe en vehículos con falsos permisos de libre tránsito falsamente emitidos por altos organismos del Gobierno de la Nación. Dice tener estrechas relaciones con las esferas oficiales.

Tiene entre 60 y 65 años y supo frecuentar el Colegio Militar de la Nación. Habla como salteño (pues aquí nació). Cuando se expresa parece tonto, pero no lo es.

Su tarjeta de presentación, que lleva mi nombre, invoca un falso título emitido por la Universidad de Harvard.

Ruego divulgar esta nota. Pronto anunciaré el número del Juzgado en donde está radicada la causa a fin de que los damnificados concurran a brindar su testimonio.

Salta, 2 de junio de 2011.

José Armando Caro Figueroa

La indignación española vista desde Salta (y IV)

En los años 70 y tras la muerte del dictador, los españoles, antes de que la indignación se transformara en insurrección general, decidieron avanzar hacia sus nuevas ilusiones. Lo hicieron a través de liderazgos jóvenes, valientes y de vocación democrática y europea que encontraron en el consenso la herramienta más eficaz.

Unos años antes, los argentinos nos indignamos contra la dictadura de Onganía y sus sucesores. Pero nuestras metas juveniles estaban teñidas de híper-nacionalismo, de voluntad de excluir (o incluso exterminar) al adversario diferente; rechazábamos por principio el diálogo y el consenso. Algunas fuerzas juveniles, mezclaron política y religión y se lanzaron al frenesí de la violencia logrando que el terrorismo ocupara el lugar de la política.

Incluso quienes no practicamos la violencia abrevamos en intelectuales que, desde la derecha o la izquierda, proclamaban posiciones radicales y antidemocráticas. Algunos digirieron mal a SARTRE; otros nos intoxicamos con HERNANDEZ ARREGUI (autor al que hoy todavía leen con veneración los que mandan) pasando por alto sus contenidos fascistas de izquierda.

Nuestra indignación de entonces tumbó a la dictadura, pero también al gobierno que, en 1973, surgió de las urnas con vacilantes invocaciones democráticas. Nadie supo ni pudo frenar la espiral de violencia y el terrorismo siguió imponiendo su ley feroz hasta 1983. Concluido el ciclo terrorista, algunos decidieron continuar la batalla del odio por otros medios.

Por eso alienta comprobar que los españoles que hoy se indignan lo hacen renegando expresamente de la violencia y de su fraseología engañosa que exalta el odio. Unos de sus guías intelectuales, Stephan HESSEL, está convencido de que el futuro pertenece a la no-violencia, a la conciliación de las diferentes culturas.

Y añade que “Por esta vía, la humanidad deberá franquear su próxima etapa. Tanto por parte de los opresores como por parte de los oprimidos, hay que llegar a una negociación para acabar con la opresión; esto es lo que permitirá acabar con la violencia terrorista. Es por eso que no se debe permitir que se acumule mucho odio”.

Antes de proclamar la indignación como virtud cívica, HESSEL previene a los jóvenes contra la indiferencia; quién dice “yo no puedo hacer nada, yo me las apaño”, pierde uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano; la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella.

A la luz de estas palabras suenan absurdas las manifestaciones de los agentes vernáculos del odio que se dicen precursores de los indignados españoles. Ignoran que estos demandan más y mejor democracia, mayor justicia y fraternidad; aquellos indignados quieren seguir viviendo en paz y libertad e integrados en el mundo.

lunes, 30 de mayo de 2011

La indignacion española vista desde Salta (III)

Me he referido en columnas anteriores a las principales manifestaciones de la crisis económica y política que afecta a España y que, como se sabe, está generando movilizaciones que expresan la indignación de miles y miles de personas.

Uno de los inspiradores intelectuales del inédito movimiento español es el pensador Stephan HESSEL, de 93 años, que trabajó entre los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, quien con un manifiesto de no más de 30 páginas está contribuyendo al despertar de conciencias, inquietudes y responsabilidades.

Seguramente nuestro señor Urtubey se habrá sorprendido ante tan evidente desmentida de su tesis de que solo cabe esperar algo nuevo y valedero de los jóvenes que, como el, abrevan en las exclusivas fuentes de la sabiduría.

El contraste entre ambos pensamientos y comportamientos es abrumador: Mientras que nuestro Gobernador es un adalid del pasado y celoso velador del régimen excluyente, el anciano profesor HESSEL mueve multitudes impugnando inequidades y verdades establecidas.

La señora Presidenta, guía de nuestro Gobernador, en un rapto de entusiasmo verbal, ha dicho que los indignados españoles están luchando por conseguir lo que hoy, gracias a su modelo, disfrutamos los argentinos.

Pero eso no es sino un tremendo error. Poco menos que una apelación propagandística y autorreferencial, propia de quién mira el mundo como quién contempla su delicado ombligo. Si bien es cierto que la indignación todavía no es el talante de la mayoría de los argentinos, es igualmente cierto que los españoles descontentos con su realidad difícilmente la cambiarían por la realidad argentina que multiplica las lacras que les indignan.

Aquí los desocupados se llaman excluidos o se esconden tras la fachada de subsidios magros y clientelares y de bajos salarios; los banqueros y los amigos del poder ganan dinero como nunca; las grandes corporaciones, entre ellas los sindicatos, conservan antiguos poderes; el régimen político no es ni siquiera bipartidista, pues quienes mandan se han encargado de destruir a los partidos que podrían amenazar su hegemonía.

¿Cómo los indignados españoles se mirarían en el espejo salteño siendo que aquí la Ley electoral, en combinación con hábiles maniobras, le aseguran al señor de Las Costas (antes Juan Carlos, hoy Juan Manuel), no ya el 60% de los votos, sino el 90% de los representantes legislativos?

La diferencia entre España y Salta está, a mi modesto entender, entre estilos de santidades: La Santa Indignación española es en Salta Santa Resignación.

Dado que nuestras mayorías están mejor que en otras épocas, temen estar peor, y no son dadas a las grandes inquietudes de futuro, continúan comprando eslóganes, caras lindas, y triquiñuelas. Al menos por ahora.

domingo, 29 de mayo de 2011

"Cristina y su mundo"

Editorial del diario RIO NEGRO


Los "indignados" mismos, aquellos jóvenes que creen que su propio porvenir será mucho más gris de lo que habían anticipado y que están protagonizando protestas multitudinarias en Europa, no parecen saber muy bien lo que quieren, razón por la que los integrantes de este movimiento, que se inició hace poco en España para entonces propagarse con rapidez fulminante a través de los medios sociales electrónicos a otras partes del mundo, optaron por celebrar un "día de reflexión", pero la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no tiene dudas al respecto.

Según ella, lo que están reclamando los "jóvenes de la vieja Europa" es "lo que hemos hecho y estamos haciendo aquí en estos años felices".

Así, pues, a su entender las calles de las principales ciudades de España y otros países europeos están llenándose de manifestantes que, sin haberse dado cuenta, son kirchneristas que sueñan con tener la "esperanza y construcción de futuro" que, gracias a Cristina y su marido fallecido, ya tienen sus afortunados contemporáneos argentinos.

Aunque es normal que políticos profesionales exageren sus propios aportes a la felicidad del género humano, les conviene respetar ciertos límites. La verdad es que, lejos de aspirar a compartir el destino triste de la proporción muy grande de nuestra juventud que se ha resignado a la pobreza extrema ya que ni trabaja ni estudia, los españoles y otros europeos que están protestando contra la realidad que les ha tocado vivir temen más que nada que el futuro de su país se asemeje a lo que sucedió en la Argentina a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Les asusta la posibilidad de que, luego de una etapa caracterizada por la abundancia y el optimismo generalizado, su propio país degenere en uno en que una pequeña minoría disfruta de ingresos adecuados pero la mayoría abrumadora percibe montos que en el mundo desarrollado la ubicaría por debajo de la línea de pobreza.

Tales temores distan de ser fantasiosos. Con cierta frecuencia, los analistas italianos, españoles e incluso franceses aluden al peligro, que les parece alarmante, planteado por "la argentinización", o sea de lo que puede suceder en sociedades una vez consideradas ricas que se depauperan a causa de la inoperancia de sus dirigentes.

Desde su punto de vista, el kirchnerismo es sólo la forma más reciente que ha tomado el corporativismo demagógico que en su opinión está en la raíz de la notoria decadencia argentina. Huelga decir que nadie en sus cabales lo tomaría por una "solución" para las dificultades que tantos enfrentan.

Si bien a esta altura sería absurdo suponer que los europeos se salvarían de la crisis que se les ha venido encima si adoptaran "el modelo" inflacionario reivindicado por Cristina, dejando de preocuparse por detalles engorrosos como la estabilidad monetaria, la productividad, la calidad educativa, la seguridad jurídica o la conveniencia de atraer inversiones, la presidenta y otros miembros de nuestra clase política sí están en condiciones de enseñarles mucho que podría resultarles útil, sobre todo a los atribulados gobernantes de España, Grecia, Portugal e Italia, países que están perdiendo terreno frente a socios de la Eurozona como Alemania, Holanda y Francia.

Después de todo, cuando de manejar el deterioro colectivo sin poner en riesgo el bienestar de la clase dirigente se trata, los políticos argentinos han resultado ser auténticos maestros. Al desplomarse la convertibilidad, pasaron por un período desagradable, el del "que se vayan todos", pero pronto, encabezados primero por Eduardo Duhalde y después por Néstor Kirchner, se dieron cuenta de que el método más eficaz de defenderse contra sus críticos consistía en atribuir todas las lacras nacionales a la maldad de extranjeros poderosos, entre ellos los funcionarios del FMI, a acreedores codiciosos, a economistas "neoliberales" locales y a conspiraciones siniestras urdidas en el exterior por los resueltos a frustrar las expectativas legítimas del pueblo.

Hasta ahora, sólo los extremistas de izquierda y derecha en Europa han caído en la tentación de emplear variantes del discurso favorecido aquí por los kirchneristas y otros militantes populistas que están acostumbrados a hablar como si ellos mismos fueran víctimas de los males que denuncian, pero no sorprendería demasiado que en los años próximos lo hicieran muchos más.