domingo, 29 de mayo de 2011

"Cristina y su mundo"

Editorial del diario RIO NEGRO


Los "indignados" mismos, aquellos jóvenes que creen que su propio porvenir será mucho más gris de lo que habían anticipado y que están protagonizando protestas multitudinarias en Europa, no parecen saber muy bien lo que quieren, razón por la que los integrantes de este movimiento, que se inició hace poco en España para entonces propagarse con rapidez fulminante a través de los medios sociales electrónicos a otras partes del mundo, optaron por celebrar un "día de reflexión", pero la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no tiene dudas al respecto.

Según ella, lo que están reclamando los "jóvenes de la vieja Europa" es "lo que hemos hecho y estamos haciendo aquí en estos años felices".

Así, pues, a su entender las calles de las principales ciudades de España y otros países europeos están llenándose de manifestantes que, sin haberse dado cuenta, son kirchneristas que sueñan con tener la "esperanza y construcción de futuro" que, gracias a Cristina y su marido fallecido, ya tienen sus afortunados contemporáneos argentinos.

Aunque es normal que políticos profesionales exageren sus propios aportes a la felicidad del género humano, les conviene respetar ciertos límites. La verdad es que, lejos de aspirar a compartir el destino triste de la proporción muy grande de nuestra juventud que se ha resignado a la pobreza extrema ya que ni trabaja ni estudia, los españoles y otros europeos que están protestando contra la realidad que les ha tocado vivir temen más que nada que el futuro de su país se asemeje a lo que sucedió en la Argentina a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Les asusta la posibilidad de que, luego de una etapa caracterizada por la abundancia y el optimismo generalizado, su propio país degenere en uno en que una pequeña minoría disfruta de ingresos adecuados pero la mayoría abrumadora percibe montos que en el mundo desarrollado la ubicaría por debajo de la línea de pobreza.

Tales temores distan de ser fantasiosos. Con cierta frecuencia, los analistas italianos, españoles e incluso franceses aluden al peligro, que les parece alarmante, planteado por "la argentinización", o sea de lo que puede suceder en sociedades una vez consideradas ricas que se depauperan a causa de la inoperancia de sus dirigentes.

Desde su punto de vista, el kirchnerismo es sólo la forma más reciente que ha tomado el corporativismo demagógico que en su opinión está en la raíz de la notoria decadencia argentina. Huelga decir que nadie en sus cabales lo tomaría por una "solución" para las dificultades que tantos enfrentan.

Si bien a esta altura sería absurdo suponer que los europeos se salvarían de la crisis que se les ha venido encima si adoptaran "el modelo" inflacionario reivindicado por Cristina, dejando de preocuparse por detalles engorrosos como la estabilidad monetaria, la productividad, la calidad educativa, la seguridad jurídica o la conveniencia de atraer inversiones, la presidenta y otros miembros de nuestra clase política sí están en condiciones de enseñarles mucho que podría resultarles útil, sobre todo a los atribulados gobernantes de España, Grecia, Portugal e Italia, países que están perdiendo terreno frente a socios de la Eurozona como Alemania, Holanda y Francia.

Después de todo, cuando de manejar el deterioro colectivo sin poner en riesgo el bienestar de la clase dirigente se trata, los políticos argentinos han resultado ser auténticos maestros. Al desplomarse la convertibilidad, pasaron por un período desagradable, el del "que se vayan todos", pero pronto, encabezados primero por Eduardo Duhalde y después por Néstor Kirchner, se dieron cuenta de que el método más eficaz de defenderse contra sus críticos consistía en atribuir todas las lacras nacionales a la maldad de extranjeros poderosos, entre ellos los funcionarios del FMI, a acreedores codiciosos, a economistas "neoliberales" locales y a conspiraciones siniestras urdidas en el exterior por los resueltos a frustrar las expectativas legítimas del pueblo.

Hasta ahora, sólo los extremistas de izquierda y derecha en Europa han caído en la tentación de emplear variantes del discurso favorecido aquí por los kirchneristas y otros militantes populistas que están acostumbrados a hablar como si ellos mismos fueran víctimas de los males que denuncian, pero no sorprendería demasiado que en los años próximos lo hicieran muchos más.

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