En los años 70 y tras la muerte del dictador, los españoles, antes de que la indignación se transformara en insurrección general, decidieron avanzar hacia sus nuevas ilusiones. Lo hicieron a través de liderazgos jóvenes, valientes y de vocación democrática y europea que encontraron en el consenso la herramienta más eficaz.
Unos años antes, los argentinos nos indignamos contra la dictadura de Onganía y sus sucesores. Pero nuestras metas juveniles estaban teñidas de híper-nacionalismo, de voluntad de excluir (o incluso exterminar) al adversario diferente; rechazábamos por principio el diálogo y el consenso. Algunas fuerzas juveniles, mezclaron política y religión y se lanzaron al frenesí de la violencia logrando que el terrorismo ocupara el lugar de la política.
Incluso quienes no practicamos la violencia abrevamos en intelectuales que, desde la derecha o la izquierda, proclamaban posiciones radicales y antidemocráticas. Algunos digirieron mal a SARTRE; otros nos intoxicamos con HERNANDEZ ARREGUI (autor al que hoy todavía leen con veneración los que mandan) pasando por alto sus contenidos fascistas de izquierda.
Nuestra indignación de entonces tumbó a la dictadura, pero también al gobierno que, en 1973, surgió de las urnas con vacilantes invocaciones democráticas. Nadie supo ni pudo frenar la espiral de violencia y el terrorismo siguió imponiendo su ley feroz hasta 1983. Concluido el ciclo terrorista, algunos decidieron continuar la batalla del odio por otros medios.
Por eso alienta comprobar que los españoles que hoy se indignan lo hacen renegando expresamente de la violencia y de su fraseología engañosa que exalta el odio. Unos de sus guías intelectuales, Stephan HESSEL, está convencido de que el futuro pertenece a la no-violencia, a la conciliación de las diferentes culturas.
Y añade que “Por esta vía, la humanidad deberá franquear su próxima etapa. Tanto por parte de los opresores como por parte de los oprimidos, hay que llegar a una negociación para acabar con la opresión; esto es lo que permitirá acabar con la violencia terrorista. Es por eso que no se debe permitir que se acumule mucho odio”.
Antes de proclamar la indignación como virtud cívica, HESSEL previene a los jóvenes contra la indiferencia; quién dice “yo no puedo hacer nada, yo me las apaño”, pierde uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano; la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella.
A la luz de estas palabras suenan absurdas las manifestaciones de los agentes vernáculos del odio que se dicen precursores de los indignados españoles. Ignoran que estos demandan más y mejor democracia, mayor justicia y fraternidad; aquellos indignados quieren seguir viviendo en paz y libertad e integrados en el mundo.
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