Los frutos de la política cotidiana alimentan un ejército de escépticos cuyas filas crecen día a día. Sin embargo, ese escepticismo es la condición para que nada cambie.
Los que deshonran la política, los que abusan del poder, procuran generar el desencanto ciudadano. Mientras menos gente vote, participe y opine, peores serán aquellos frutos y mayor la alegría de quienes lucran con la política.
Hay, a mi modo de ver, dos caminos que permiten reconstruir la esperanza. Ambos apuntan a desgastar, roer, a los poderes tradicionales. Para cambiar la política, y por ende mejorar la vida social y progresar, urge erosionar el principio de soberanía del Estado que puede llegar a esconder o sostener a regímenes autoritarios.
Si bien los principios y las prácticas republicanas son caminos para limitar a aquella soberanía, en estas latitudes las reglas democráticas no son suficientes para garantizar la periodicidad de los cargos públicos, ni el control ciudadano del poder, ni las libertades fundamentales.
¿Qué hacer entonces? Pienso que es posible mantener la esperanza en un futuro mejor, incluso para los salteños, partiendo de tres ejes alrededor de los cuales podemos construir lo nuevo.
El primero de ellos es el proceso de cosmopolitización de los derechos humanos fundamentales. La reforma de nuestra Constitución Nacional abrió una puerta central para privar a los autócratas y a las corporaciones de los poderes de legislar y dictar sentencias en base a sus intereses presuntamente nacionales.
Hoy, afortunadamente, nuestros derechos básicos no dependen de la buena voluntad de los señores que sesionan en la calle Mitre 550.
El segundo de aquellos ejes es el vecinalismo. Los ciudadanos, con un esfuerzo relativamente moderado, podemos construir herramientas para controlar a quienes detentan el poder municipal; para controlar la seguridad, el urbanismo, los servicios esenciales, la administración de nuestros impuestos.
Si democratizamos la vida municipal, democratizaremos tarde o temprano al resto del Estado. El régimen (por llamarlo de alguna manera), engaña a las mayorías centralizando las elecciones en las que todo parece depender del candidato a gobernador o a presidente, mientras votamos a ciegas los cargos municipales.
El tercer eje está formado por la libertad de expresión, por la libre circulación de ideas, por el derecho a participar directamente en los asuntos públicos. Observe usted a quién quiere controlar la prensa, bloquear los diarios, vigilar internet, poner a los amigos como auditores y síndicos, y fácilmente identificará a los que, bajo ropaje democrático, esconden designios autoritarios.
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