Los jóvenes de hoy difícilmente imaginen los alcances del cambio que significa la excelente decisión del Gobierno de la Nación que permite tramitar el Pasaporte y el DNI en los centros comerciales.
Es cierto que algunas de las ventajas se perciben rápidamente; mejores horarios, mayor accesibilidad y, de ser ciertos los anuncios oficiales, celeridad en el trámite. Los más susceptibles agradecerán también que las ventanillas donde se tramita el Pasaporte, hayan perdido su condición policial y que no haga falta que un suboficial nos pinte los dedos, una ceremonia asociada inevitablemente al mundo del delito.
Como he podido comprobar personalmente, ahora todo es más sencillo, amable y normal. Las nuevas tecnologías lo han simplificado todo, aun cuando haya que lamentar, por ejemplo, el daño causado a los antiguos fotógrafos ya que ahora la foto, realizada con todas las garantías del caso, integra el trámite.
Durante los años 70 el trámite de obtener un pasaporte podía constituirse en la antesala del infierno; por ese entonces, muchos de los que se acercaron cándidamente a gestionarlo fueron asesinados, torturados o desaparecidos.
Cuando en 1976, forzado por la situación política de entonces, decidí abandonar Salta con mi esposa y mis hijos, no tuve más remedio que tramitar el pasaporte y sufrir las angustias que se relataban boca a boca.
Por una precaución tan inútil como elemental, decidí realizar la gestión en Buenos Aires y no en la delegación local de la Policía Federal dedicada a la caza inmisericorde de opositores a la dictadura. Supuse que al hacerlo en Buenos Aires, lograría eludir los odios locales. Por las dudas, mi primo Carlos en un acto que hasta el día de hoy agradezco y valoro, decidió correr mi misma suerte. Su compañía me ayudó a sobrellevar los temores en las colas y los que provocaba cualquier pregunta de los policías a cargo del asunto.
Por aquel tiempo se sabía que, aun habiendo logrado sortear la primera etapa del trámite, los riesgos para la vida, la seguridad y la libertad se amplificaban al momento de ir a recoger el dichoso Pasaporte. Era ese el momento que las fuerzas de la represión aprovechaban para ejecutar los designios de los dictadores.
En agosto de 1976 cumplí esta segunda parte de la gestión también ayudado por mi primo. Mi alegría fue inmensa cuando tuvo en mis manos la famosa cartilla que me garantizaba, junto a mi familia, la libertad fuera de las fronteras argentinas. Con el correr de los años, accedí a pasaportes diplomáticos y a trámites preferentes.
Pero la sensación de placer cívico y de libertad que experimenté la semana pasada en el shopping de Salta, superó todo lo anterior.
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