Cuando en marzo de 2001, el Presidente de la Rua, me designó reemplazante de la señora Graciela Fernández Meijide, me separaban de ella ideas, recelos y una antipatía tenue y recíproca.
Han transcurrido casi 9 años, tiempo suficiente para reordenar pensamientos y dejar atrás apreciaciones superficiales.
En cualquier caso, las recientes manifestaciones de Fernández Meijide acerca de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia contemporánea, me sorprendieron por su valentía y su madurez.
No es fácil animarse a decir lo que dijo, teniendo sus años, un hijo desaparecido y una trayectoria defendiendo los derechos humanos.
Las destempladas respuestas que recibió, no hacen sino confirmar la intolerancia e intransigencia de quienes han impuesto un dogma oficial acerca de lo sucedido en los años setenta.
Tan iracundos defensores no están dispuestos a modificar un ápice sus interpretaciones sesgadas de la historia. Muchos de ellos están, además, instalados en sentimientos de revancha y victoria intentando ocultar pasados errores, reconstruir mansas trayectorias imaginarias, o distinguir entre crímenes malos y crímenes buenos.
Lejos de proponer una receta cerrada, Graciela Fernández Meijide, citando el ejemplo de la transición en Sudáfrica liderada por Nelson Mandela, sugiere explorar un camino intransitado que combine los valores de verdad, justicia y perdón.
Sabemos que toda experiencia totalitaria es un trauma colectivo que no puede curarse de la noche a la mañana. Lo ejemplifican nuestros 26 años de marchas y contramarchas a la hora de deslindar responsabilidades sobre los crímenes cometidos en los años 70.
Como afirma TODOROV en su libro “El hombre desplazado” al reflexionar sobre las dictaduras comunistas de la Europa del este, lo importante no es castigar a uno o a otro, de este o aquel bando, sino restablecer las nociones de verdad y de justicia.
(Para FM Aries)
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