viernes, 24 de septiembre de 2010

En memoria de mi padre

(Reproduzco un artículo de mi autoría publicado hace diez años en www.iruya.com)


Este 29 de Septiembre, mi padre, Don José Armando Caro, habría cumplido 100 años. Abierto como era a las nuevas ideas y a las nuevas tecnologías, muy probablemente utilizaría Internet para comunicarse con el mundo en reemplazo de la radiotelefonía que, junto con la política, fueron sus dos grandes y precoces aficiones.

En materia política, seguramente continuaría preocupado por trascender los límites estrechos del localismo, por instalar en la Argentina y en Salta una democracia moderna y plena. Trataría, también, de inculcar a los jóvenes, familiares o no, la necesidad de defender la biodiversidad (verdadero eje de una política contemporánea de progreso), y de luchar con inteligencia en pos de mayores niveles de libertad y de igualdad. Con certeza, tomaría distancia de la operación pomposamente llamada "norte grande", que tiende en realidad a coaligar zonas pobres para perpetuar su marginación y las prácticas feudales. En este sentido, un MERCOSUR regionalizado e incluyendo a Chile, Bolivia y Perú, sería su opción estratégica para superar el atraso y derrotar a la pobreza secular.

La radiotelefonía primero, y los viajes después, convirtieron a este salteño nacido al lado de la vieja estación ferroviaria de Cerrillos en un verdadero ciudadano del mundo, sin que ello le alejara de los valores superiores y de la cultura mestiza arraigada en el Valle de Lerma. Mi padre, un auténtico heterodoxo, era capaz de alternar el poncho salteño con una prolija capa madrileña con esclavina o, en los años difíciles de la dictadura de los años 60, mantener en inglés, largos diálogos sobre filosofía y religión con un pastor protestante radicado en Cerrillos. La enorme antena de radio y el diálogo con personas de diferente condición social o intelectual, solían provocar murmuraciones de transeúntes poco informados, cuando no la visita de cabos y comisarios prontos a ejercer todo tipo de censura.

Del radicalismo al peronismo

Para él, miembro de una familia que había sufrido persecuciones en Salta ya a principios del Siglo XIX, esto no era una sorpresa. Siendo muy joven, adscribió al Partido de Alem e Irigoyen donde desempeñó importantes funciones (delegado por Salta a la Convención y miembro de su Comité Nacional), y desde donde se proyectó como un líder estudiantil nacional, llegando a ser Presidente de la Federación Universitaria de La Plata. Su actuación en este campo le permitió tratar, y ayudar, a muchos de los intelectuales republicanos españoles que, como el gran Rafael Alberti o Don Luis Jiménez de Azua, encontraron aquí refugio y alivio a sus dolores. Y también trabar relaciones con lo más granado de la clase dirigente argentina y latinoamericana (Andrés Townsend Ezcurra, entre otros).

Más tarde, el abierto giro a la derecha que significó el apoyo de la UCR a la fórmula encabezada por Don Robustiano Patrón Costas, le alejó del radicalismo acercándolo a los grupos que luego se sumarían a la convocatoria del Coronel Juan Domingo Perón.

Ya en el ámbito salteño, se incorporó al peronismo con personalidades tales como los hermanos Cornejo Linares o San Millán. Mientras el peronismo fue Gobierno en Salta, puede decirse que sus afinidades más acentuadas fueron con la gestión de dos Gobernadores que se movían el centro del espacio político peronista: Don Carlos Xamena (un enfermero que supo desarrollar una gestión exitosa, transparente y volcada a la justicia social); y Don Emilio Espelta (un excelente organizador y buen administrador de los recursos públicos).

Su trayectoria dentro del peronismo es bastante conocida. Sin embargo, lo son menos sus permanentes esfuerzos por democratizarlo políticamente y renovarlo en sus aspectos programáticos. En este sentido, me limitaré a recordar tres acontecimientos significativos.

El primero sucedió en 1952 y tiene que ver con su rechazo a la decisión del Gobierno de entonces de obligar a todos los docentes a llevar luto por la muerte de Doña María Eva Duarte de Perón, por entender que tal medida afectaba a la dignidad de cada cual. El segundo, polémico como todos, fue su apoyo, en 1963, a su amigo Don Alberto Serú García como candidato a Gobernador de la Provincia de Mendoza, en abierto desafío al más cerrado verticalismo que impedía la maduración del Partido Justicialista y retrasaba su compromiso con las prácticas democráticas. El tercero, ya en 1975, se refiere a su impulso a la elección del Senador Don Ítalo Argentino Lúder como Presidente Provisional del Senado, contrariando a los sectores ultramontanos que contribuyeron a la destrucción de la estabilidad democrática y apartándose de quienes ofrecían como única alternativa la defensa cerrada e incondicional de la entonces Presidenta y su entorno.

Durante sus largos años de actuación política experimentó éxitos y fracasos. Tuvo responsabilidades legislativas y ejecutivas, pero también soportó cárceles, persecuciones y la feroz marginación con que las sociedades estrechas castigan a los derrotados políticos. Por experiencia, y por convicciones republicanas, sabía de la periodicidad de los cargos públicos. Esta experiencia, que ejemplifica muy bien la virtual deportación de Santiago del Estero que su familia sufrió tras el golpe de 1955, nos sirvió luego a sus hijos para saber de lo efímero de los honores públicos, vedándonos cualquier tentación de perpetuarnos en posiciones de poder.

En defensa de una democracia tolerante y consensual

Fue, seguramente, la certeza de que los odios políticos nos retrasaron como nación, dividieron familias y alimentaron la violencia terrorista, lo que le hizo un sólido defensor de la tolerancia y de la paz civil y un buscador de consensos. Así, por ejemplo, siendo Diputado Nacional durante la Presidencia de Don Arturo Illia bregó por un acuerdo entre radicales y peronistas, que facilitara la gobernabilidad del país e impidiera un nuevo golpe militar. Este acuerdo estuvo a punto de alcanzarse merced al apoyo de radicales como Don Juan Carlos Pugliese y de muchos peronistas, sin olvidar la participación institucional de su hermano el General Don Carlos Augusto Caro, pero finalmente resultó frustrado por la traición de algunos y el surgimiento del primer pacto sindical militar de clara intencionalidad antidemocrática.

Todos los golpes militares contra el Estado de derecho le tuvieron como un firme adversario. Estuvo contra el derrocamiento y escarnio del Presidente Irigoyen. Resistió las prácticas de la Revolución del 55, llegando a conspirar para restablecer el orden constitucional. Se enfrentó, con palabras y con hechos, a la dictadura de Onganía, período durante el cual se soldó en Salta una férrea alianza entre la vieja guardia y los jóvenes recién llegados al peronismo; en 1970, con 60 años encima, lo vi correr por la Plaza 9 de Julio ante la carga de la policía montada al grito de "cosacos", el mismo apelativo que usara en los años 30 en Córdoba, Rosario o La Plata contra las policías bravas que protegían las prácticas electorales fraudulentas. Descreyó y combatió la violencia y los crímenes montoneros. Alentó, desde sus comienzos, la resistencia multipartidaria contra el bárbaro ciclo inaugurado en 1976 por Jorge Videla.

Política, cultura y tecnologías

Mi padre era, por temporadas, un lector culto y atento, y no solo de temas vinculados al mundo jurídico. Su biblioteca, varias veces arrasada por censuras, lluvias y malos amigos, de esos que no devuelven libros prestados, contenía textos de buena y plural literatura (desde Las Mil y una Noches, a Rubayatt; de Sthendal a Julio César Luzzato, Juan Carlos Dávalos y Manuel J. Castilla, pasando por Thorton Wilder), de filosofía y ciencia política (Alberdi, Ingenieros, Korn Villafañe, de Vedia y Mitre, Harold J. Lasky, o Max Sheller), y de derecho (Jiménez de Azua, Rivarola, Reimundín). Hacia 1970, mucho antes de que el peronismo oficial se reconciliara con Jorge Luis Borges, era uno de sus entusiastas lectores. Tuvo, en 1976 inmediatamente después del golpe, la ocurrencia de regalarme las Obras Completas de Borges, libro que me acompañó durante mi reclusión preventiva y mis primeros años en España.

Su biblioteca cumplió, en el seno de la familia, al menos dos funciones: Una, hacernos a todos sus hijos amantes de la lectura y de los libros. Otra, sugerirnos algunas pautas de lecturas, en todo caso muy plurales. En este sentido, la afición tardía de mi padre por la Biblia, hizo que, pasados los años, descubriera yo mismo el intenso placer de su lectura libre y lo enriquecedor de la sabiduría que sus libros contienen, por encima de todo dogmatismo religioso.

Pero la mayor cantidad de volúmenes correspondía a libros y revistas de radiotelefonía y comunicaciones, que integraban probablemente una de las bibliotecas mas completas de Salta. Y lo fue casi con seguridad, luego de que recibiera el enorme caudal de revistas científicas, en castellano e inglés, que Don Juan Carlos Salomone, un precursor de la globalización, había acumulado en La Viña.

Las ciencias de las telecomunicaciones eran, como dije, una de las pasiones constantes de mi padre. El rigor con que abordaba estos temas, le permitió estar siempre al día de los avances tecnológicos e incluso participar en su desarrollo, como en el caso de la antena que diseñara (DDP), o en el de las investigaciones sobre banda lateral única (SSB) que a la postre resultaron precursoras de la telefonía móvil.

En otro orden de cosas, por aquella época, y estoy refiriéndome a la Salta de los años 50 y 60, existían múltiples lazos entre los políticos y el mundo de la cultura. Así lo atestiguan no solo la presencia de hombres muy cultos que actuaban directamente en política (caso, por ejemplo, de Don Francisco Álvarez Leguizamón o, mas próximo en el tiempo, Pedro González), sino las frecuentes tertulias mixtas donde se hablaba de literatura, música, pintura y política. En este tren, por mi casa de Cerrillos solían pasar poetas (como los hermanos Dávalos), músicos (como Don Gustavo Leguizamón, Leda Valladares, Eduardo Falú o, mas recientemente, Dino Saluzzi), narradores costumbristas (como César Perdiguero), o pintores eximios como Antonio Yutronich. Sin olvidar la ocasional visita de María Elena Walsh.

Un hombre austero y discreto

Ejerció sus responsabilidades públicas con lealtad a la Constitución y a los principios republicanos. Era, si se me permite utilizar una frase no por actual menos vulgar, un hombre de perfil bajo. Eligió siempre la sobriedad y el respeto a todos los ciudadanos y, de modo especial, a sus ocasionales adversarios políticos. Desde muy pequeños sus hijos escuchábamos de su intención de escribir un libro que llevaría por título "La estupidez de creerse importante"; era su modo de marcar distancias con quienes, en Salta y fuera de ella, presumían de títulos, honores y poderes; de quienes ante el menor incidente callejero bramaban el consabido "¿usted no sabe quién soy yo?", a la par que exhibían un portafolio o extraían un carné que los situaba por encima de las leyes y de las reglas sociales.

Si es atinada la diferencia que André Gide marca en su Diario, entre los líderes nuevos que pretenden un éxito inmediato y aquellos que encontraban de lo más natural ser desconocidos, inapreciados e incluso desdeñados hasta pasados los 45 años, Don José Armando Caro era de estos últimos y, como tal, un prolijo cultor de la sobriedad y la austeridad.

Por supuesto, como la mayor parte de los políticos salteños de su generación, no se enriqueció y concurrió a las citas políticas con una constante vocación de servicio. Nunca aceptó las becas y prebendas que en los años 50 venían asociadas a los cargos públicos (permisos para importar autos sin impuestos, terrenos en zonas privilegiadas, créditos blandos).

Las persecuciones a la par que le impidieron retomar su profesión de abogado, le obligaron a subsistir estrechamente con los magros ingresos de un taller de electricidad donde arreglaba planchas, tocadiscos y amplificadores, en sociedad con un grupo humano excepcional compuesto de antiguos artesanos que hacían un culto de la fraternidad y del trabajo por encima de banderías políticas. Mas tarde sus conocimientos en materia de comunicaciones y el buen sentido de varias familias de Cafayate empeñadas en romper el aislamiento, le convirtieron en un técnico encargado del diseño y mantenimiento de la red local de telecomunicaciones.

Aunque a algunos pueda extrañar, Salta tiene varias cosas en común con las prácticas vaticanas medioevales. El nepotismo es una de ellas. Pues bien, Don José Armando Caro nunca lo practicó cuando ejerció cargos públicos y lo repudió como un hábito no por extendido menos malsano, lo cual no dejó de traerle algunos roces con quienes no entendían su empecinamiento en apartarse de algo tan común a todas y por encima de adscripciones partidistas. Dentro de la vida interna del peronismo, le molestaba sobremanera que amigos o adversarios se refirieran al carismo como una línea política centrada en lealtades sanguíneas y que alimentaba sus cuadros en la cantera familiar.

Pudiendo quizá haber apadrinado una operación de tal intencionalidad, fue siempre contrario a este tipo de prácticas que estimaba propias del caudillismo subdesarrollado.

Un buen padre de familia

Don José Armando Caro creyó siempre en la familia como unidad que vertebra las sociedades, incluso las más modernas. Así lo había aprendido de sus mayores, y fue agente y sujeto pasivo de la solidaridad familiar, sin creer, como queda dicho, que esta solidaridad deba ejercerse con recursos del Estado a través del nepotismo. Y es bueno recordar esto ahora que, luego de muchos años de desdén por el hecho familiar, las mas modernas corrientes sociológicas lo revalorizan como parte inestimable del capital social de las naciones mas exitosas.

Un breve paréntesis me permitirá traer a colación otra muestra de la penetrante capacidad analítica de mi padre. Cada vez que nos vimos (y fueron afortunadamente muchas veces) durante mi larga estadía en España y en las charlas que mantuvimos una vez producido el regreso, yo mostraba los enormes contrastes entre las realidades política, económica y social de la Argentina y España; y expresaba mi ansiedad y mi disgusto por la incapacidad de los argentinos (y en concreto, de su clase dirigente) por emprender el camino de la modernización. Mi padre, aun compartiendo la crítica al escenario local y sus actores, me tranquilizaba explicando que aquellas enormes diferencias eran fruto de dos factores: los años de civilización que separan a ambas sociedades, y la pobreza de lo que hoy denominamos capital social de los argentinos.

Cumplió su papel de padre a su manera. Intentando enlazar sus obligaciones con la política (y con sus amarguras) y con su familia. Pienso, ahora y con los años, que mi padre sin contar con un plan predeterminado, procuró hacer de sus hijos hombres libres y preocupados por los asuntos de interés general. Libres de prejuicios sociales e ideológicos, tanto como defensores de la libertad propia y ajena. Interesados por todo lo que atañe a la Argentina, por todo lo que sucede en Salta y por el destino de la humanidad. Preocupados por las injusticias y defensores de la paz. Hombres abiertos a las ideas y a lo nuevo. Ciudadanos de Salta y del mundo. Y, de alguna manera y salvando las imperfecciones propias de toda empresa humana, creo que fue lográndolo. En cualquier caso, los errores son responsabilidad propia.

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