El General Juan Domingo Perón marcó, es sabido, al menos tres décadas de la historia argentina. Su influencia, en muchos casos determinante, se basó en su gestión de gobierno, en sus maniobras políticas y militares, en una singular capacidad para interpretar los acontecimientos mundiales y locales, y en su habilidad para conectarse casi artesanalmente con la mayoría de los ciudadanos a través de un lenguaje expresivo, cargado de metáforas y de giros idiomáticos en donde viejos saberes se mezclaban con sorprendentes picardías.
Después de derrocado por el golpe militar de 1955, Perón acuñó una frase que expresaba su desencanto con el comportamiento de las elites argentinas: “Esta es la hora de los enanos”. Una afirmación con la que pretendía remarcar lo que a su juicio era la decadencia moral e intelectual de quienes ocupaban los primeros planos en el horizonte político, incluso dentro de sus propias filas.
Más adelante, cuando era ya inminente su retorno triunfal a la Argentina setentista, Perón alertó acerca de la llegada de una nueva hora: “La hora de los logreros”. Presentía, seguramente a partir de su experiencia directa, que la política argentina sería invadida por personajes que venían a lucrarse por cualquier medio.
Mientras que la llamada “infiltración izquierdista” en el peronismo fue un fenómeno conocido en aquellos años y viene siendo estudiado desde entonces, el desembarco de los logreros en el seno del mismo peronismo es un acontecimiento que permanece en las sombras y que no ha sido analizado hasta ahora por los científicos sociales dada su magnitud y esa misma oscuridad.
Hay quienes se preguntan cuál es la duración de estas “horas” anunciadas por Perón. Los más sagaces llegan a la conclusión de que esas horas en realidad son, como en el tango “Cambalache”, siglos acumulativos. Horas de largo recorrido que tiñen nuestra vida política agobiada por la presencia simultánea, brava y hegemónica de enanos y logreros.
Hace un par de noches, mientras me comentaba sus últimas hazañas inter-étnicas y non sanctas, el último peronista salteño e ilustrado, me dijo con esa honda tristeza que preanuncia la ancianidad: “Armandito, esta es la hora de los impostores”. Según su particular punto de vista, los políticos exitosos de hoy son aquellos que averiguan, a través de sofisticadas encuestas, cuáles sean los deseos y las opiniones dominantes para plegarse a ellas aunque resulten contrarias a sus trayectorias o a sus convicciones más íntimas.
Y citó el caso de poderosos contemporáneos (nacidos en cuna de oro o en pedreras), genéticamente oligarcas, que en un rapto de simulada modestia y sintiéndose un hombre de Estado dicen: “Me gustaría ser recordado por la posteridad como alguien que dio su vida por los humildes”.
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