Don César Perdiguero fue, probablemente, el periodista más leído y escuchado en los años 50 y 60. Mi relación intelectual con él fue cambiando con el tiempo. Cuando adolescente, fui un devoto de sus columnas radiales “Cochereando en el recuerdo”, de sus notas en el diario del Partido Peronista, y de sus zambas.
Más tarde, como la mayoría de los jóvenes sesentistas afrancesados, consideré a Perdiguero como la expresión emblemática de lo vulgar. Ahora, con los años, revalorizo su figura, disfruto sus “Crónicas del cerro San Bernardo” y celebro la reedición de sus obras.
Don César fue uno de los constructores de la salteñidad. Descubrió próceres, inventó héroes, exaltó las conjeturales calidades de la raza salteña, divulgó el idioma de los barrios desdeñando a la Academia, se identificó con el hombre común y fue un tradicionalista creativo. La reedición de “Cosas de la Salta de antes” me permite conectar con recuerdos juveniles, descubrir la fuente de extrañas anécdotas que laten en mi memoria, de reencontrarme con personajes y estilos casi olvidados.
Reconstruir, por ejemplo, aquel mito fundador de la salteñidad que relata el papel de nuestras mujeres en el triunfo del general Belgrano sobre los realistas el 20 de febrero de 1813. Como bien sabemos, aquella batalla independentista se ganó, más que por la fuerza de las armas de la patria naciente, por la sagacidad de nuestras damas principales que, en un acto que las ennoblece, sedujeron a los oficiales españoles la noche anterior al decisivo combate de Castañares.
Según la leyenda, las bellas salteñas de la alta sociedad conversaron, brindaron, bailaron y coquetearon con los siempre apuestos soldados de Su Majestad, hasta dejarlos extenuados y casi inútiles para los ejercicios bélicos.
Pero Perdiguero avanza datos y pone nombre y apellidos a estas heroínas. Así me entero de que doña Juana Moro de López, dama con calle epónima que diría don César, “sedujo con sus encantos, sin perder su altiva dignidad, al jefe de la caballería realista que huyó al principio del combate”.
Salteñidad en estado puro, seguramente en vías de extinción a tenor de las nuevas costumbres galantes. Sin negar la posibilidad de que una dama use de sus encantos para seducir a un caballero y que lo haga sin perder su altiva dignidad, pienso que ha de ser muy difícil en los tiempos que corren asistir a un acto de seducción de tamaña entidad sin que las partes caigan rendidas ante el vendaval de las pasiones.
Admito, no obstante, que el relato fundacional exija resaltar el carácter virginal y austero de las damas, tanto como la gallardía de los caballeros.
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