La elección
de nuestro Cardenal Jorge BERGOGLIO ha colmado de alegría a la mayoría de los
argentinos y dejado un regusto amargo en la boca de unos pocos. Pasados los
primeros momentos de perplejidad, todos quienes vivimos en esta Nación nos
hemos dado a la tarea de comentar y analizar la magna decisión. Advierto, de lo
que llevo leído y escuchado en esta suerte de gran asamblea argentina, un
cierto predominio de las miradas localistas que permiten a algunos hablar de un
“Papa argentino” y a los más audaces de un “Papa peronista”.
Pienso que
ambas especulaciones carecen de sentido y revelan el simplismo y la estrechez
mental de quienes las proclaman; sucede que, “cuando salimos de nuestras aldeas al mundo global, descubrimos que el
mundo no se parece a muchas de nuestras lecturas”. Ambas versiones del
nuevo Papa desconocen tanto la universalidad de la Iglesia Católica como la
naturaleza de la institución, y malinterpretan los alcances del acercamiento de
BERGOGLIO a la vida política setentista.
Con
independencia del lugar de su nacimiento, el Papa es un hombre al servicio de
una misión global, llamado a tener una mirada comprensiva de todas las cosas
creadas. No obstante, es también cierto que la pertenencia del Papa a
determinada comunidad nacional es un factor que ejerce una cierta influencia
sobre su modo de ver la humanidad, el mundo y sus problemas.
En este
sentido, el Papa Francisco lleva largos años de compromiso con los conflictos que
agobian a la sociedad de los argentinos. Fue así como a comienzo de los años
70, el entonces padre Jorge, cercano a la “Mesa
del Trasvasamiento Generacional”, nos alertó acerca de las nefastas
consecuencias del terrorismo mesiánico; su prédica luminosa nos alejó de la
violencia, contribuyó a salvar vidas e inmunizó a muchas almas contra el odio.
Al menos
desde esos lejanos años, en nuestro país imperan la confrontación y la pobreza,
y emergen antivalores que, contemporáneamente, tienden a ser presentados como
parte de una nueva normalidad progresista.
Padecemos
una vida política envenenada por odios cruzados que, últimamente, se han
convertido en motores de una maquinaria que nos arrastra hacia el abismo de la
decadencia y la insignificancia. El desprecio a los principios republicanos (vale
decir, el remplazo de la sobriedad por el boato, de la periodicidad de los
mandatos por las relecciones), la politización de la justicia (para ponerla al
servicio de la persecución de los insumisos), la descalificación del perdón, y la
manipulación del pasado (para reescribir la historia) forman parte de una sólida
estrategia al servicio de la construcción de un poder absoluto.
Soportamos,
también desde hace mucho tiempo, elevados niveles de pobreza material y
espiritual que, por encima de trucos estadísticos, muestran una sociedad
peligrosamente fragmentada. Con el agravante de que las políticas asistenciales
(posibles gracias a la súper-renta agropecuaria y, ciertamente a la decisión
del Gobierno), están puestas al servicio de una maquinaria electoral que
procura la perpetuación de un ideario político y de un estilo de ejercer el
poder.
El Cardenal
Jorge BERGOGLIO alertó permanentemente contra las lacras sociales de la confrontación
y la pobreza. Lo hizo, por ejemplo, en junio de 2010 con motivo de la
presentación del documento “Consenso para
el Desarrollo” (en cuya redacción participé). En esta oportunidad, expresó
que “la República tiene su carta de
navegación y el itinerario de la gestión política en la propia Constitución
Nacional”.
Pero además
de este énfasis constitucional y republicano, el Cardenal insistió en su
prédica en favor del consenso como energía constructiva capaz de contener
pluralidad de miradas, y superior a la confrontación que, si bien puede llegar
a construir lo hace al precio de fracturar las sociedades que cultiva
antagonismos.
Mirada cosmopolita: Paz, libertad e igualdad
Si la
trayectoria intelectual y pastoral de nuestro Cardenal se proyecta o traslada
al escenario global, es posible imaginar a un Papa empecinado en lograr la paz
mundial, en promover el desarrollo equitativo y equilibrado basado en la
solidaridad y capaz de eliminar la pobreza de la faz de la tierra.
Las
religiones tienen mucho que decir y aportar en el ámbito de la paz mundial. Se
trata, tal y como afirmaba BERGOGLIO en los años 70, de privar de argumentos
religiosos a las guerras que hoy enlutan el planeta. Nadie puede matar,
torturar o secuestrar a nadie pretendiendo que lo hace en nombre de un Dios
(sea este una divinidad o una ideología divinizada).
Su idea de
que la igualdad es plenamente compatible con la libertad, me parece de enorme
significado en un mundo donde son presentados como objetivos contrapuestos. No
es posible ni admisible alcanzar la igualdad (o caminar hacia ella) cercenando
las libertades; tampoco, construir recintos amurallados de libertad rodeados de
millones de excluidos y explotados.
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