Quienes piensan que Anta no tiene mas historia que la depredación de sus bosques, se sorprenderán al leer el libro de Sonia María DIEZ GÓMEZ “Las Lajitas, el río y sus memorias”.
El relato muestra aspectos sobresalientes del antiguo sueño chaqueño que atrapó a muchos salteños antes y después de 1816. Un sueño que consistía en someter a los nativos para apropiarse de sus tierras, disponer de mano de obra barata, y facilitar el comercio.
En tiempos donde muchos indocumentados hablan de “políticas de estado”, resulta oportuna la narración que la autora hace del Pacto entre el Gobernador MATORRAS y el Cacique PAIKEN celebrado en 1774 y que acuerda la paz entre las dos comunidades.
Todo un ejemplo de negociación sensata, de buena fe y eficaz, que mucho puede aportar a las autoridades locales, agobiadas por varios conflictos.
Si bien la actual riqueza agrícola de Anta es un hecho notorio, Sonia DIEZ GOMEZ nos recuerda que ya antes hubo allí prósperos enclaves.
Fue el caso de El Piquete, situado “en un paisaje idílico, con un templo hermoso dotado de antiguas imágenes, y donde caballeros de la aristocracia galanteaban a las bellas damas de Anta en inmejorables banquetes y bailes”.
Un pueblo progresista merced a su ganadería y a emprendedores como don Paulino ECHAZU fundador de la hacienda “Palermo”, que emitía moneda propia, y que hoy es solo “una sombra del pasado” y cuya “amplia casona yace olvidada entre telarañas y silencios”.
El libro que reseño nos cuenta que Anta fue también tierra de enconados enfrentamientos políticos, como lo revela el asesinato, en 1887, de don Jesús MATORRAS dirigente Radical conceptuado como un “protector generoso de los pobres y caudillo fascinador de las multitudes”. El horrendo crimen, cometido por un comisario, habría sido alentado por un sacerdote.
Hoy, varios puntos del departamento de Anta se han reencontrado con la producción de riqueza en gran escala. Otros continúan postrados y soportan elevados índices de pobreza.
La discrecionalidad y la imprevisión han provocado desmontes excesivos y, seguramente, desequilibrios que amenazan el futuro de la zona.
Pese a que la llegada del ferrocarril -en 1875 y de la mano de los ingleses- dividió las opiniones (unos la vivieron como un progreso, otros le achacaron el haber atraído “a gente de distintas partes lo que propicio el cuatrerismo y la pérdida del respeto”), hoy todos desean fervientemente la normalización del ferrocarril de cargas.
En resumen: Un libro imprescindible para quien desee visitar con provecho esta región, centro de la nueva Salta pujante.
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