Cuando nos surge una necesidad colectiva o tenemos problemas públicos unos se resignan, otros protestan pero renuncian a la acción constructiva, y muchos se sientan a esperar que alguien provea, desde el más allá o desde el todopoderoso gobierno. Tres actitudes típicamente salteñas que sólo generan desencanto individual, pesimismo y atraso social.
Existen vías menos exploradas, como es el caso de la organización ciudadana para defender derechos, crear cauces de autogobierno, y coordinar comportamientos responsables. Huyendo del espeso campo de la teoría, me detendré en los problemas vecinales y en las nuevas (y no tan nuevas) formas de encararlos.
Si bien existe una tradición organizativa en materia de centros vecinales, pienso que en Salta el movimiento es todavía débil y poco eficaz. Una debilidad que hay que atribuir tanto a la negligencia de la mayoría de los vecinos que no participa en la vida ni en el financiamiento de los centros, como al desprecio olímpico que los gobiernos sienten por estos centros a los que intentan convertir en colectoras de votos.
Su relativa ineficacia tiene que ver con los medios escasos de que disponen y también con la escasa preparación de los dirigentes en las técnicas de participación, negociación, comunicación y control. Para dialogar con el Municipio o con la Provincia, los centros vecinales precisan de conocimientos técnicos, jurídicos, económicos y administrativos que no siempre están a su alcance.
Pero aquella relativa ineficacia está provocada también por la ausencia de canales formales de participación y de control; vale decir, de cauces que vinculen las organizaciones sociales con los entes estatales. Faltan canales y también normas que obliguen a las burocracias a abrirse a aquella participación vecinal y social.
Allí donde los vecinos aciertan a organizarse respetando los principios de apoliticidad, solidaridad, democracia interna y publicidad de sus actos, se inicia un proceso llamado a incomodar a los mandamases. Cuando se dan una mínima estructura abierta a la participación de todos y cerrada a los personalismos, cuando cuentan con voluntarios que conocen los problemas y que disponen de tiempo para la vida societaria, muchos de los problemas públicos y de las necesidades colectivas encuentran nuevas vías de tramitación. Los vecinos ganan cuotas de autonomía, su poder de presión se amplifica tanto como su capacidad de control.
Sólo hay que atreverse a recorrer el camino, a sortear dificultades y trampas, a pensar el Estado en términos de democracia. Tenemos que animarnos a ver en los gobernantes no dioses todopoderosos, sino mortales representantes obligados a atendernos, a admitir controles y críticas.
Cuando el movimiento vecinal se topa con sultanes o autócratas, puede que la tarea sea un poco más complicada, pero con tenacidad e inteligencia, los resultados comienzan a aparecer.
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