La democracia es, en más de un aspecto, un sistema de convivencia y de gobierno que requiere de cuidados permanentes. Cuidar la democracia es tarea de todos. Y está bien que así sea, pues si su suerte dependiera sólo de los gobernantes, en Salta las cosas marcharían peor de lo que marchan.
Cuidar la democracia significa usar inteligente y responsablemente el derecho al voto y la libertad de expresión; significa organizarse para controlar al poder y protestar cuando así corresponda.
Denunciar la corrupción, el culto a la personalidad o los desvaríos sultanísticos de los gobernantes, bregar por los principios republicanos, es defender la democracia.
Es bueno tener siempre presente que el fascismo llegó al poder por medios formalmente democráticos. Y está claro que el fascismo es una idea, un estado de ánimo y también una forma de ver el mundo que, en determinadas circunstancias, se encarna en un líder que, tras aprovecharse del voto se dedica inmediatamente a suprimir las libertades.
El líder fascista es generalmente bruto, a veces rico, infinitamente audaz siempre. Es una personalidad enferma de mesianismo y de voluntad de mandar. Miente a sabiendas. Piensa y dice que el pueblo no le pide libertad sino que le pide pan. Y por eso regala bolsones o televisores.
Es moralista en la superficie aunque dado a los placeres y a las bajas pasiones. Como bruto, desprecia la inteligencia. Como ignorante, desprecia la historia o trata de manipularla. Como rico, usa su dinero para acceder al poder, sabiendo que será capaz de recuperar todo lo invertido en su marcha hacia la Sede del Poder. Como fascista ridiculiza a los partidos políticos y rechaza la libertad sindical.
El fascista, que sólo termina de mostrarse como tal cuando recibe el bastón de mando, piensa que todos los problemas son consecuencia de la falta de autoridad y, por tanto, se ofrece para imponer disciplina aun cuando en su empeño tenga que avasallar libertades. Sabe que para llegar o permanecer debe seducir a las masas, fascinarlas, por su riqueza, por su audacia, por su brillo social, por sus lujosas compañías.
Es la única forma de lograr que los pobres (o sea, la mayoría), voten a ricos excéntricos. Y no se piense que esta enfermedad ataca sólo a las regiones subdesarrolladas del mundo. El caso del premier italiano, cuya compañía busca más de un candidato salteño, es la prueba de que la libertad y la república están amenazadas en todas partes. Por eso, a la hora de votar para elegir gobernador, intendente, legisladores, fijémonos bien.
Exijamos respeto a las normas que prohíben a los gobernantes y sus amigos hacer negocios con el Estado. Es relativamente fácil reconocer a un chanta, a un autócrata en potencia, incluso a quién solo ambiciona más riquezas y poder. De nosotros también depende.
No hay comentarios:
Publicar un comentario