Los
resultados obtenidos recientemente (esta nota fue publicada el 2 de noviembre, o sea, antes de las elecciones provinciales y municipales del pasado domingo 10 de noviembre) en Salta por el Partido Obrero sorprendieron
a los políticos tradicionales y a los hacedores de encuestas tranquilizadoras.
Muchos de ellos, razonaban que los casi 60.000 votos obtenidos en las PASO
nacionales eran fruto del error de votantes incautos; otros, sostenían que ni
bien el reparto de bolsones y subsidios se intensificara, esos votos desorientados
y desagradecidos volverían al redil del amo distante.
Sin embargo,
las elecciones del pasado 27 de octubre desmintieron tan simplistas
elucubraciones, y ratificaron la emergencia de una poderosa fuerza política
construida pacientemente por dirigentes y activistas preocupados por apoyar
nuevas y antiguas reivindicaciones ciudadanas insatisfechas.
En cualquier
caso, resulta ciertamente llamativo que, en pleno siglo XXI, un partido de
izquierda -de inspiración trotskista-, haya logrado afianzarse en nuestra provincia,
industrialmente subdesarrollada y con fuertes improntas conservadoras.
A mi modo de
ver, los 120.000 sufragios finalmente alcanzados por el Partido Obrero no
pueden atribuirse a la súbita adhesión de tan apreciable cantidad de ciudadanos
a las descollantes ideas de León Trotsky (1879/1940) que, dicho sea de paso,
siempre entusiasmaron a algunas de las minorías cultas de nuestra Provincia.
Una crisis
sistémica
Una primera explicación del resultado
electoral tiene que ver con la bienvenida crisis terminal de una cierta forma
de “hacer política” con eje en el clientelismo y el nepotismo, y centrada en la
ignorancia cívica y en la manipulación del imaginario peronista. Vale decir, en
el desprecio a los ciudadanos pobres y no pobres por parte de personeros que
apelan al maquillaje y juegan con las necesidades vitales de muchos.
Sucede que cuando los ciudadanos descubren la
impostura, sufren la ineficacia y se hartan de la corrupción de los
gobernantes, aumentan las ansias de rebelarse, de luchar contra un presente
penoso y un futuro cargado de presagios desalentadores. Cuando esto ocurre, los
mapas políticos tradicionales están llamados a experimentar, tarde o temprano,
sacudones que expresan indignaciones y alumbran cambios regeneradores.
Si bien en el ámbito de las fábricas las
fuerzas de izquierda vienen ganando terreno a los sindicatos oficiales, la
conformación del aparato productivo salteño y de su mercado de trabajo,
descartan la emergencia de un partido de los obreros.
En realidad, el Partido Obrero de Salta está
convirtiéndose en el receptáculo de muchas de las indignaciones que provoca el
sistema político tradicional; de multitud de demandas vacantes y de esperanzas
malogradas.
Comparte este papel con un creciente número
de organizaciones no gubernamentales nacidas para defender el ambiente, los
derechos fundamentales de libertad e igualdad, la seguridad individual y
barrial, entre otras aspiraciones ahogadas por estrategias de poder que mezclan
la política con la sangre y con los negocios.
En Salta son miles los que sufren violencias
y exclusiones; miles las víctimas de las drogas; miles los que asisten impotentes
a la depredación de bosques y ríos, o padecen la prepotencia de
administraciones y empresas que tratan a ciudadanos y clientes como súbditos. Son
miles y miles los que soportan atónitos la especulación inmobiliaria que,
alentada por el Intendente, está destruyendo el centro histórico de nuestra
ciudad. Forman legión los que sufren la politización y la morosidad de los
tribunales, ante la pasividad de quienes deberían bregar por una justicia
republicana.
Los vecinos saben que nadie atiende sus
reclamos contra los cortes de agua, las pestilencias de un sistema cloacal desbordado
o los accidentes de tránsito. Saben que no hay donde ir cuando la policía
golpea a los detenidos, cuando los traficantes se apoderan de sus hijos o de
las instituciones, o cuando se degrada la calidad de la salud y la educación
públicas.
Las viejas rebeldías peronistas perecen
lentamente ante la mercantilización de la política. Las Unidades Básicas, van
dejando atrás su glorioso pasado solidario para convertirse en centros de
movilización de los impostores dueños de sellos, símbolos e historia. El
Partido Justicialista es, en realidad, una oficina de la Casa de Gobierno.
En este contexto, no es de extrañar que un
número de voluntades -que no para de crecer- busque, muchas veces a tientas,
nuevos canales, nuevas caras, nuevas ideas, nuevas actitudes frente a la
política, a los riesgos y a los asuntos humanos.
Votos,
legisladores y gestión
Tras los festejos, el Partido Obrero
tropezará pronto con las tramposas reglas electorales conservadoras que
benefician a los poderosos de turno impidiendo que los votos se transformen
proporcionalmente en legisladores. Además, una vez celebradas las elecciones
municipales, tendrá un doble desafío: Poner fin a la degradación ambiental y
urbanística de Salta, y regular el crecimiento de la ciudad sin guetos ni
asentamientos inhumanos.
Conviene no olvidar que los paupérrimos debates
políticos nos han impedido conocer hasta dónde alcanza la lealtad del Partido
Obrero (y de otras fuerzas) a los principios republicanos y a las reglas constitucionales.
Pero hay tiempo para ello.
(Para "El Tribuno", 2 de noviembre de 2013)
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