Los sindicatos oficiales (vale decir,
aquellos que cuentan con personería gremial) se han unificado para participar
en el nuevo curso político que preside Mauricio Macri. Esta unidad, reedición
de una centenaria estrategia, se apresta a defender al modelo sindical peronista así como al correlativo modelo económico autárquico y estatista que
privilegia la industria, la logística y la obra pública, netos ganadores del
tercio kirchnerista.
Como ocurriera en varias oportunidades
anteriores, tal unidad no es unánime. Quienes no obtuvieron suficientes
ventajas bajo el anterior gobierno (el sindicalismo rural, el de la energía y el
de servicios, por ejemplo), expresaron disidencias y se marginaron del pacto
que dio origen al nuevo Triunvirato.
Los líderes de la nueva CGT Unificada se han
apresurado a marcarle “líneas rojas” al Gobierno de la Nación.
Algunas son las mismas que las defendidas -exitosamente-
a lo largo de los últimos 70 años: “El
modelo sindical peronista no se toca”. Otra tiene menos solera pero ha
resultado igualmente exitosa: “El dinero
de las obras sociales es propiedad de los sindicatos oficiales”; lo que
equivale a decir que el movimiento obrero mayoritario reitera su obvio compromiso
de defensa de la Ley 18.610 sancionada por Onganía.
Las líneas de exclusión que se refieren al modelo económico autárquico y estatista
son bastante nítidas aun cuando hayan sido vulneradas en varios momentos de la
historia argentina; así sucedió, por ejemplo, en tiempos dictatoriales y cuando
las crisis extremas alentaron experimentos de liberalización (Isabel Perón,
Carlos Menem).
Los triunviros y sus mentores se han
expresado con el lenguaje parco, simbólico y contundente que es propio del sindicalismo oficial argentino. Han
dicho (por si hiciera falta recordar posiciones ancestrales) que las paritarias
seguirán persiguiendo a la inflación, y que la nueva CGT-U resistirá eventuales
intentos de abrir la economía argentina para permitir el ingreso de productos
extranjeros.
Aunque los sindicatos de la industria han
ejemplificado este rechazo diciendo que no están dispuestos a competir con la
producción china, en realidad advierten inveterada aversión a toda competencia
con el exterior. De esta manera, ratifican elípticamente sus estrechos vínculos
con nuestra (económicamente endeble pero políticamente poderosa) industria nacional.
Si bien los tiempos han cambiado,
afortunadamente, y las reediciones de este tipo de componendas antidemocráticas
son inviables, es bueno recordar que esta alianza estratégica, que nunca
necesitó de pactos escritos, se activó para derribar al Presidente de la Rúa
formando parte de lo que se llamó “coalición bonaerense” que reunió a
peronistas y radicales de la provincia de Buenos Aires.
Por lo demás, y de momento, no hay nada que
permita suponer que la CGT-U esté dispuesta a sentarse a una mesa tripartita a
negociar una política de rentas que
abata la inflación y la pobreza. Sucede, además, que tampoco hay indicios de
que el Presidente Macri se apreste a abandonar el “ordeno y mando” para abrir
el diálogo social.
Así las cosas, es fácil deducir que la
mayoría del sindicalismo peronista pretende que Macri se convierta en un
administrador (quizá más prolijo y eficiente) del modelo económico kirchnerista.
En este escenario, la CGT-U dejarían la resistencia frente a las reformas
republicanas en manos de los barones y señores feudales peronistas.
En conclusión: Si el actual Gobierno se hace
cargo de continuar subsidiando a los pobres (función que no cabe confundir con
el objetivo “pobreza cero”), sigue permitiendo que los salarios pactados en
paritarias oscilen alrededor de la inflación pasada, y mantiene los privilegios
de la industria nacional que coloca a los consumidores como sus rehenes, hay
que esperar un cierto idilio, no exento de ocasionales riñas, entre los tres
grandes actores sociales (Estado, Patronal, Sindicatos).
Un idilio que, por cierto, no alcanzará para
sosegar los desafíos que viene planteando el sindicalismo inspirado por la
“familia leninista”.
Lo que equivale a decir que, más allá de los
enunciados retóricos, el Triunvirato no se propone exigir el cese de la
inflación, ni coordinar su acción reivindicativa para incorporar los problemas
de los desocupados, de los jubilados, de los excluidos, de los trabajadores en
negro o sin convenio colectivo. Quedan también fuera de su óptica centralista y
masculina, los problemas del empleo de la mujer y los de los trabajadores de
las provincias subdesarrolladas. Un conjunto de omisiones que no importa
ninguna novedad.
Existen, no obstante, dos problemas que
pudieran complicar aquel idilio imaginario entre Macri y los patrones y los
sindicatos “nacional-industrialistas”: La recesión con desempleo y la
devaluación del peso.
Vaqueros (Salta), 23 de agosto de 2016.
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