miércoles, 25 de octubre de 2017

Salta en busca del cambio

Los ciudadanos salteños hemos logrado construir una mayoría electoral que agrupa a quienes reclamamos cambios profundos en las instituciones políticas, económicas y de bienestar. Lo hemos hecho saltando grietas y resolviendo las dificultades que, a la vida democrática, plantean la destrucción de los partidos políticos y el sometimiento al poder gubernamental de ciertas organizaciones sociales.

Para los observadores más despiertos, eran notorios el hartazgo de los salteños -sin distinción de clases o trayectorias- ante un gobierno sin programa, y el cansancio ante tanta impostura y tantas promesas incumplidas.

Diez años de dócil sometimiento político de Salta a los dictados del ahora derrotado kirchnerismo, no han servido -como lo pensaron nuestros gobernantes- para lograr lo que precisamos con urgencia: Inversiones en infraestructura, federalismo fiscal y económico, puesta en valor de nuestra riqueza potencial, empleos dignos en cantidades suficientes y un Estado capaz de administrar y brindar los servicios esenciales con altos estándares de calidad.

El actual Gobernador toleró desaires, aceptó postergaciones, se mostró verticalista hacia la Casa Rosada, mandó a los diputados y senadores nacionales por Salta a apoyar las derivas unitarias y autoritarias del kirchnerismo, a cambio de nada. En la mitad de su tercer mandato intentó un giro copernicano, sin que hasta ahora haya logrado que Salta comience, siquiera, a caminar en la dirección que reclama la mayoría que se acaba de expresar de modo contundente. 
  
Un triunfo electoral sin programa ni equipos

El pasado domingo los salteños votamos sin responder a consignas vacía. Lo hicimos sin atender a fotos maquilladas ni a la cantidad de carteles que nos abrumaron a lo largo y ancho de nuestros pueblos y ciudades. Elegimos, en muchos casos, dejando de lado adhesiones históricas.
Nuestro voto se decidió en tertulias amigables, en comidas en familia, en reuniones vecinales y estudiantiles, en las innumerables y morosas colas ante todas las ventanillas imaginables, en la intimidad de las alcobas, en los lugares de trabajo, en nuestros breves o largos insomnios.

Ante la ausencia de Partidos Políticos y sabedores de las trampas que se urdían en los centros de poder dispuestos a manipular nuestro voto, fuimos construyendo nuestro voto para convertirlo, además, en expresión de anhelos y frustraciones.

Por eso, pienso, se equivocan los albañiles, plomeros y carpinteros de la política que ahora pretenden presentarse como los arquitectos de un triunfo que sorprendió incluso a varios de los ocasionales ganadores.

Aunque -ciertamente- existieron estructuras (fragmentadas) y liderazgos (ocasionales) que viabilizaron aquella voluntad ciudadana construyendo las candidaturas que los electores encontramos en el cuarto oscuro o en las máquinas de votar, nadie -con un mínimo de honestidad intelectual- debería concluir que el resultado del domingo 22 de octubre tiene dueño o dueños.

Las apelaciones a “la misma sangre”, a nuestras particulares visiones del pasado, a las viejas o nuevas lealtades y fobias, a pertenencias generacionales o de clase, no figuran entre los responsables de esta, para algunos, sorprendente construcción cívica.

El triunfo en Salta de una oferta de cambio -que es también la derrota del continuismo aristocratizante y sin rumbo-, tiene mucho que ver con una larga tradición salteña: La que nos urge a sumarnos a los grandes debates nacionales.

Muchos de nosotros seleccionamos candidatos locales pensando en la necesidad de consolidar el nuevo rumbo que transita la Argentina; pensando, sobre todo, en la necesidad de pasar la página e impedir el retorno de los profetas del odio y de los cultores de una autocracia unitaria divorciada de la ética y de los principios republicanos.

Los recientes resultados permiten alborozos y serenidades. Pero estas han de durar forzosamente poco, pues estamos convocados a construir lo mucho que falta para que esta nueva ilusión mayoritaria se transforme, esta vez sí, en una realidad palpable.

Tenemos la experiencia de lo que sucede cuando una mayoría ocasional llega a posiciones de poder sin ideas ni programas. Le sucedió al Partido Obrero en 2013, cuando ganó las elecciones en la ciudad de Salta. Y le sucedió a la extraña mezcla que encumbró al señor Urtubey.

Para cambiar hacen falta votos. Y estos votos, afortunadamente, han emergido con lucidez. Pero hacen falta también ideas, principios, programas, equipos, trayectorias y temperamentos. Y de todo esto adolecemos. Un poco a causa de la destrucción de los partidos políticos, y otro poco a causa de la colonización de la política por todos los oportunismos imaginables. Sin olvidar el divorcio de las universidades y de otros centros de pensamiento con la tarea de sentar las bases imprescindibles para construir el Programa Transformador que la mayoría reclama.

La receta de enviar diputados y emisarios a Buenos Aires prometiendo votos y lealtades a cambio de bolsones y subsidios, ha dado todo (lo poco) que podía dar.

Los salteños necesitamos dirigentes de la talla de Indalecio Gómez, Luis Güemes, Martín Gabriel Figueroa, Joaquín Castellanos, Carlos Xamena, por citar algunos que descollaron en la primera mitad del siglo pasado o antes. Personas suficientemente preparadas para dialogar, debatir y negociar con quienes representan al país próspero de la pampa húmeda e industrial.

Los resultados del pasado domingo abren caminos y convocan a asumir responsabilidades. Invitan a dialogar por encima de banderías, de capillas, de tribus urbanas y de familias.


Los próximos dos años no son días para perder en luchas intestinas por supremacías y candidaturas. Deberíamos estar, todos, abocados a la tarea de construir un Programa de crecimiento económico y social que, a su vez, sea un Programa de reconstrucción democrática de las instituciones (nunca más reelecciones ni dinastías), de afirmación del federalismo. 

Teniendo presente que estas metas no se alcanzan con sólo redactar papeles destinados a los ya convencidos, sino a través de debates, conflictos y arduas negociaciones en la escena federal hoy dominada por los unitarismos más rancios.

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