Antes y durante la crisis global, la pobreza se abate implacable sobre muchos salteños. Lamentablemente, tras la crisis y salvo un drástico giro en materia económica y social, los porcentajes de pobreza e indigencia continuarán siendo elevados.
Frente a este panorama, los gobiernos (este y los de antes), declaman su preocupación por el fenómeno y, dejando de lado los matices, despliegan planes y programas orientados a paliar las necesidades materiales mas urgentes.
Cajas de alimentos, subsidios, colchones, chapas, zapatillas, kits escolares, plan pancitas, asistencia primaria a la salud, grifos comunitarios, pan dulce y sidra, son algunas de las prestaciones que los distintos gobernantes destinan a los pobres, cuidándose eso si, de atar las dádivas a las lealtades electorales.
Este asistencialismo materialista merece muchas críticas desde el lado de la dignidad, la integración y la ética democrática.
Pero debe ser criticado también por dejar de lado las necesidades espirituales de los pobres, marginados de los bienes culturales y muchas veces excluidos del acceso al mundo de los valores, las ideas y las ciencias.
Parto, ciertamente, de la convicción de que las fiestas y bailongos que organizan hasta la extenuación ciertos Intendentes Municipales no cumplen con aquella necesidad espiritual.
Tampoco lo hace la degradante programación de la televisión abierta. Ni la escuela pública, sumida en una grave decadencia.
Cuando la ola de inseguridad y el delito se expanden, algunos sectores de la clase media, abierta o solapadamente, dirigen su dedo acusador hacia los pobres a los que se exige no solo el sometimiento a la ley, sino el compartir valores o principios a los que ni siquiera han tenido acceso.
No es fácil pretender que quienes no han tenido contacto siquiera con las reglas culturales que nos convirtieron en sociedades humanas y civilizadas, respeten la vida humana, el derecho a la propiedad, la libertad sexual o la integridad física de su pareja.
Por eso pecan de egoísmo o de parcialidad aquellos sectores de la clase media laica que se oponen a la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Me refiero a, por ejemplo, quienes aceptaron (bien que con beneficio de inventario) el legado de la ilustración y que celebran el “Dios ha muerto” de Nietzsche, con la pretensión de universalizar ambas opciones ideológicas o vitales.
(Para FM Aries)
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