lunes, 30 de marzo de 2009

Amistad cívica, odio cívico

Los antiguos sabios griegos enseñaban que, para prosperar, las sociedades necesitan de leyes e instituciones justas, de gobernantes prudentes y de jueces honestos. Pero también de un factor que Aristóteles llama la amistad cívica.

Cualquiera que, conociendo estas ideas civilizatorias, observe la realidad cotidiana de la Argentina, advertirá las causas que frenan nuestra prosperidad.

En mi opinión, la Conferencia Episcopal acierta plenamente cuando advierte de los peligros de la confrontación política y de la fragmentación social, y nos exhorta a reencontrarnos con la amistad cívica o social.

En realidad, el odio cívico ha sido y es un antiguo personaje de la historia nacional y local.

No hay una única explicación para el vigor de este odio cívico en los últimos 50 años de nuestra historia. Pero me atrevería a señalar una: la vocación de ciertos actores políticos (intelectuales, líderes o activistas) por simplificar la realidad, anatematizar al adversario, y reemplazar las ideas por las consignas cuando no por las metralletas).

Peronismo/antiperonismo; Patria si, colonia no; Oligarquía o Pueblo; Laica o libre; zurdos o fachos; Liberación o dependencia, por citar algunas de las antinomias mas recientes y perniciosas.

En nuestro caso, los responsables de imponer esta visión maniquea de la sociedad son aquellos actores políticos. Yo mismo, y valga aquí la autocrítica, fui un entusiasta agente y sufrida victima del odio cívico. Lo fui, hasta 1976, cuando descubrí la democracia y asistí en España a su proceso de transición democrática.

Es cierto que aquel maniqueísmo que enfrenta a “nosotros los buenos” con “ellos los perversos”, es expresión de la ramplonería política que nos asfixia y nos condena al subdesarrollo.

Pero es bueno recordar también que tamaña simplificación es recomendada con entusiasmo por ciertos expertos en marketing político. Me refiero a teóricos estadounidenses con enorme influencia entre la alta dirigencia política argentina y salteña.

Cuando muchos candidatos o gobernantes se convencen de que el odio cívico hace ganar elecciones, pues se lanzan a ello con desmesura, lengua suelta y desprecio de la verdad.

Pese a todo, pienso que no hay razones de fondo para que nos odiemos. Y que la Iglesia, al exhortar a la amistad cívica, ha hecho un gran servicio al progreso y a la república.

(Para FM Aries)

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