Días atrás tuve el honor de participar en el acto académico en donde el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge BERGOGLIO, presentó el documento “Consenso para el Desarrollo” elaborado por siete profesores de EPOCA (Escuela de Posgrado Ciudad Argentina).
En la oportunidad el alto dignatario reflexionó sobre las virtudes del pluralismo democrático y reiteró posiciones de la Iglesia Católica favorables al diálogo y a la tolerancia, a la convivencia pacífica y a la solidaridad, a la cohesión y al federalismo.
De las eminentes enunciaciones del Cardenal, una llamó poderosamente mi atención por su fuerza expresiva y por su aptitud para ayudarnos a comprender el desarrollo reciente de nuestros conflictos y desavenencias. Me refiero a su frase: “Es propio de la alta política comenzar y mantener procesos y no dedicarse a dominar y conquistar espacios”.
En realidad, si bien se mira, buena parte de nuestra historia reciente (me refiero al período que se inicia hacia la segunda mitad del siglo XX), muestra los enormes esfuerzos que unos grupos realizan para conquistar espacios y poderes y, correlativamente, para expulsar de ellos a quienes piensan distinto, o a quienes (más que pensar) simplemente aspiran a ocupar el mismo espacio público y a controlar los mismos resortes de poder.
Asistimos y protagonizamos, entonces, conflictos más cercanos a la guerra que a la política. Querellas en donde la descalificación posterga las ideas, el sectarismo excluye, el odio divide y las diatribas hacen inviable el diálogo. Un ambiente donde prosperan los personalismos y los caudillos reemplazan a los estadistas; donde el clientelismo asfixia a la ciudanía.
Es muy probable que el General Perón, al retornar en 1973 a la Argentina, pensara en inaugurar un proceso basado en el consenso y en archivar el combate cainita por el poder. Así lo expresó en su último documento con lineamientos sobre el Modelo Argentino.
Pero es seguro que sus jóvenes seguidores de entonces (montoneros y no montoneros) estábamos convencidos de que la política era un puro y duro combate, incluso armado, para ocupar espacios. La masacre de Ezeiza (1973) es una prueba, dramática, de aquella concepción de la política como continuación de la guerra.
Han pasado casi 40 años y hay quienes siguen profesando, bien que ahora desarmados, aquella preferencia sectaria y excluyente. Otros ex jóvenes entonces peronistas han evolucionado hacia la democracia, apuestan por el diálogo y buscan consensos.
Por lo que se refiere al documento elaborado por EPOCA, diré que desarrolla siete políticas de Estado, que tiende a apartarse de la empobrecida agenda política cotidiana, limitándome a reseñar su contenido.
La primera de esas políticas vincula la educación con el trabajo y la inclusión social. La segunda desarrolla el objetivo de la seguridad que comprende la seguridad personal, social, ambiental, alimentaria y vecinal. La tercera marca el camino para nuestra reinstalación protagónica en los nuevos escenarios mundiales. Las dos restantes están dedicadas a sentar las bases para un nuevo modelo productivo. Hay, por supuesto, un largo y concreto capítulo destinado a reformar nuestra organización territorial para dar paso a un federalismo de base regional. La última abarca los arduos problemas de la información pública y de la comunicación social.
1 comentario:
Querido Armando, siempre sigo tu blog tratando de también publicar en mi diario MiradorNacional.com tus artículos. Has sido un gran ejemplo para mi en lo personal y en lo profesional. Que gusto y honor haber podido compartir trabajo y esfuerzo contigo. Con afecto. gabrieloliverio@gmail.com
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