Por estos días, mi renacida vocación viajera me condujo a Tarija, la bella ciudad vecina que en otros tiempos, según autorizadas opiniones, compartió demarcación con Salta. En cualquier caso, los vínculos actuales entre salteños y tarijeños parecieran ser menos intensos que en el pasado.
En este sentido, destaco que los recaudos migratorios y aduaneros, así como la red de transportes, no contribuyen a fomentar ni el comercio ni el turismo. El paso por la frontera suele ser lento y farragoso. Carecemos de vuelos y de líneas de autobuses que unan de modo directo a ambas ciudades.
El turismo se me ocurre un recurso aún poco explotado por Tarija. Si bien la ciudad dispone de todas las comodidades y cuenta con muchos atractivos, el desarrollo turístico está lejos del que alcanzó Salta en estas últimas décadas. Vale decir, hay en Tarija un enorme potencial turístico que pronto podría generar una importante corriente entre ambas ciudades.
Añadiré que, en los tiempos de la revolución de mayo y de las luchas por la independencia salteños y tarijeños compartieron ilusiones y sufrimientos. Más tarde, Tarija fue tierra de exilio donde los perseguidos salteños, uno de mis antepasados entre ellos, encontraron acogida y paz.
Una mirada superficial reconoce similitudes urbanísticas entre ambas ciudades. Con la particularidad de que Tarija, a diferencia de Salta, conserva su casco histórico adornado de hermosas plazas y glorietas y con mayoría de casas bajas. A su vez, mientras que las iglesias salteñas son más monumentales, el teatro de Tarija sobrepasa a nuestro cine-teatro.
El mercado de Tarija se parece a nuestro mercado San Miguel, al menos en lo que hace a su patio de comidas y a sus puestos de alimentos, cuyo equipamiento suele alarmar a los turistas que, en ambas ciudades en falta heladeras, góndolas y exhibidores de esos que abundan en los modernos supermercados.
La fe religiosa de los tarijeños no tiene nada que envidiar a la de los salteños. A juzgar, al menos, por el empeño con el que un joven subrepticiamente recogía con una tapita de gaseosa, agua bendita de una pila de la iglesia franciscana para, según explicó, llevarla a un oficio de difuntos.
Si las mediciones económicas se hicieran en las carreteras, nadie dudaría en marcar el débil pulso de Tarija, en donde sobresale la actividad vitivinícola y su producto estrella el SINGANI. Ni en advertir la fenomenal y contrastante pujanza del transporte y de las actividades agrícolas en el norte de Salta. Sin embargo, mientras que en todo el trayecto del lado boliviano es muy difícil encontrar casas precarias, estas abundan del lado salteño. Dicho en otros términos: Quién venga por vía terrestre de Tarija y recale en Orán, se sorprenderá de la enorme energía que se advierte en las carreteras y a la vera de los caminos de nuestro norte.
(Para FM Aries)
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